El Heraldo (Colombia)

El poeta fusilado

- Por Jesús Ferro Bayona

Una vez durante un viaje por España, estuve en Granada. Fui a ver en Fuente Vaqueros la casa donde nació el poeta García Lorca y en la que vivió cortos años así como fue de corta su vida. En una esquina de la planta baja de la casa-museo actual, vi de reojo uno de sus dibujos, el de Soledad Montoya con su cabellera negra muy larga cayendo sobre el vestido rojo. Cuando me acerqué y lo vi en detalle, recordé que en el poema, Soledad corre su casa como una loca, “mis dos trenzas por el suelo/de la cocina a la alcoba”. El dibujo es la expresión pictórica en colores tenues de la pena de cauce oculto que es la de Soledad Montoya.

En la vitrina encontré el libro que recoge sonetos inéditos del amor oscuro, que para el momento era una novedad recién salida de la imprenta y lo compré. En los poemas García Lorca abre las ventanas de su alma para decir la pena oculta, en poemas que no se habían publicado ande tes en edición independie­nte ni más allá del ocultamien­to de su pena más honda como pasa en otros poemarios como los del Romancero gitano. En cierto modo, es la pena de un cauce oculto, que dice al fin la verdad del poeta : “quiero llorar mi pena y te lo digo/para que tú me quieras y me llores/en un anochecer de ruiseñores/con un puñal, con besos y contigo”. Puro y ardiente monumento al amor, que el poeta Vicente Aleixandre bautizó como Sonetos del amor oscuro, nombre que se ha visto como una velada alusión a una homosexual­idad que ningún verso desmiente, ninguno afirma, pero que se sabe que está ahí como una energía que mueve a expresar lo que para la época de su creación era una transgresi­ón social intolerabl­e.

Efectivame­nte era una transgresi­ón que tuvo consecuenc­ias políticas implicadas en su fusilamien­to apenas estallada la Guerra Civil española en 1936. El 18 de agosto pasado se conmemorar­on 86 años de la madrugada en que fue sacado de la celda donde se encontraba preso hacía dos días por fuerzas vinculadas con el régimen franquista. Lo condujeron en un coche por un camino de olivares que lleva por las laderas cerca de Granada, y luego de hacerlo bajar y caminar junto a otro detenido político, le dispararon por la espalda. Su cuerpo fue enterrado en un barranco en las inmediacio­nes, pero hasta el día de hoy se desconoce dónde quedaron los restos de Lorca. Las circunstan­cias sociopolít­icas en las que sucedió su fusilamien­to han sido investigad­as y expuestas por el historiado­r e hispanista británico Ian Gibson en una de las más completas biografías que hay sobre el poeta español.

Al momento de morir, García Lorca tenía 38 años, pero ya era célebre por sus obras de teatro, poesía y prosa. Gibson anota que el poeta no tuvo el consuelo de ver la luna porque ésta, en su último cuarto menguante, se había puesto antes de las dos de la madrugada. Detalle narrativo que no se limitó a la mera descripció­n para envolverse en un halo poético como si el biógrafo se hubiera metido en su corazón sintiendo con palabras del poeta aquel trance de su dolor: “Por el cielo va la luna/ Con un niño de la mano”, había escrito Lorca.

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