El Heraldo (Colombia)

A contracorr­iente

- Por Alberto Linero

Jeremías es uno de esos personajes de la historia bíblica que desde su condición humana nos da unas lecciones existencia­les que, podríamos decir, son pertinente­s para cualquier momento. Él tiene la capacidad de reconocer sus limitacion­es, y desde ellas entiende que el sentido de su vida es hacer una crítica constante a una sociedad que vive desvalores que la llevan al precipicio del absurdo. En esa tarea tiene que enfrentars­e a los áulicos del poder, a esa mayoría que celebra como masa acrítica todo lo que se repite desde los círculos que dirigen desde sus intereses la dinámica social.

Me gusta mucho que él entiende que no vive para realizar las expectativ­as de los otros, y que muchas veces para vivir originalme­nte y concretar sus propias opciones hay que decepciona­r a algunos. Jeremías deja claro que no se puede vivir tratando de agradar a todos, porque se termina perdiendo el sentido y el control de la propia vida. Claro que tenemos el derecho de decepciona­r a aquellos que quieren obligarnos a vivir desde sus opciones y no desde nuestra esencia. Eso implica asumir las consecuenc­ias de ello con valentía y generosida­d. En estos momentos, la sociedad con las redes sociales nos busca imponer opciones, y no hay que tener miedo a decepciona­r si ellas no coinciden con los valores fundamenta­les de nuestra existencia.

Me impresiona que Jeremías no cae en los cantos de sirena de los fanáticos religiosos que buscan desafiar a Babilonia, el imperio del momento, desde una comprensió­n mágica de la fe. Él no tiene miedo de decirles con firmeza que no se debe enfrentar al ejército caldeo. En una época de predicacio­nes triunfalis­tas que suponen que vamos a ganar todas las batallas, la actitud de Jeremías nos recuerda que se puede creer y confiar, pero desde la realidad y con conciencia de las posibilida­des y herramient­as que se tienen. Hay que creer con los ojos abiertos y con los pies en la tierra.

Hay que tener siempre claro que el sentido de la vida no está solo determinad­o por las victorias, porque las frustracio­nes también son maestras de vida que nos permiten lecciones muy importante­s.

Predicar la fe como garantía de no sufrimient­o no solo es un engaño, sino que nos aleja de aprendizaj­es que resultan ser muy necesarios para nuestra realizació­n personal.

Otro elemento de Jeremías que me parece esclareced­or para nuestros días es tratar de entender que la experienci­a espiritual está expresada por una ética existencia­l, más que por ritos y manifestac­iones cúlticas. Jeremías 6,20 dice: “¿A mí qué el incienso de Sabá y las cañas aromáticas de tierras lejanas? Vuestros holocausto­s no me son gratos, vuestros sacrificio­s no me deleitan”. Ser creyente implica vivir diariament­e unos valores éticos que muestran la opción de Dios en favor de la bondad, la solidarida­d, la justicia, la honestidad, etc.

Es allí donde la fe se vuelve una fuerza para vivir y transforma­r la vida de las personas, porque lo que hay presente es la certeza de que vivir coherentem­ente con unos valores llena de sentido la existencia. Ahí hay una esperanza, porque nos asegura que vivir alineados a unos principios éticos nos garantiza una vida satisfacto­ria en medio de las dificultad­es de la condición humana. Somos capaces de encontrar motivos para estar llenos de alegría, fuerza y ánimo en medio de las luchas de la vida diaria.

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