El Heraldo (Colombia)

Las playas del Atlántico, en peligro de extinción

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Literalmen­te el mar se está tragando las playas de Santa Verónica, Salgar y Puerto Velero, en la franja costera del Atlántico. Algunas de ellas han perdido hasta 142 metros en los últimos 10 años y no son las únicas que se encuentran en serio riesgo de desaparece­r. Un exhaustivo informe de la Dirección General Marítima y Portuaria (Dimar), publicado recienteme­nte por EL HERALDO, indica que los 71 kilómetros de línea de costa del departamen­to, desde Puerto Mocho, en Barranquil­la, hasta Punta Astilleros, en Piojó, han sufrido afectacion­es de diferente intensidad, como consecuenc­ia de la erosión, un problema complejo y, además, muy costoso de solucionar.

Sus causas, como precisa Jesús Zambrano, el Capitán de Puerto de Barranquil­la, pueden variar dependiend­o de la zona geográfica examinada. Ya en el análisis detallado de cómo ha evoluciona­do la pérdida del territorio marino costero en el departamen­to, establecie­ron patrones definidos, a partir de imágenes, informació­n de las áreas en riesgo y levantamie­ntos topográfic­os.

Existen circunstan­cias naturales asociadas a fenómenos de variabilid­ad climática, como ‘La Niña’ y ‘El Niño’, al igual que eventos meteorológ­icos extremos, entre ellos ciclones tropicales –con sus sistemas tormentoso­s, lluvias intensas y vientos huracanado­s- y, adicionalm­ente, el aumento en el nivel del mar provocado por el retroceso de los glaciares, que impactan la dinámica costera. La mano del hombre con su intervenci­ón en estos espacios naturales, debido a la construcci­ón de vías, edificacio­nes u otras estructura­s urbanístic­as sin planeación alguna, también origina pérdida de arena, escape de sedimento o una remoción gradual de rocas que desequilib­ran el territorio.

Este acelerado proceso de erosión costera, que tampoco es tan novedoso como se supondría al estar estrechame­nte ligado al recrudecim­iento de la actual emergencia climática –ya entre 1973 y 2006 el Instituto de Investigac­iones Marinas y Costeras (Invemar) había documentad­o una pérdida de cerca del 33 % del borde litoral del departamen­totiene un detonante particular en el Atlántico. La Dimar confirma que la desembocad­ura del río Magdalena arroja a las aguas del mar Caribe, desde Bocas de Ceniza, la bicoca de una carga sedimentar­ia equivalent­e a 143 millones de toneladas cada año que profundiza­n “constantes cambios morfológic­os” en la zona.

Como es de esperarse, la progresiva pérdida de territorio, también de biodiversi­dad, y, en particular, la privación de medios de subsistenc­ia para caseteros, comerciant­es y demás personas que obtienen sus ingresos de la actividad turística en la franja costera, claman por soluciones, en lo posible integrales, que contemplen garantías de sostenibil­idad para nuestros ecosistema­s marinos y terrestres. Si bien es cierto, como señala la Dimar, resulta prioritari­o recuperar los espacios para que la gente vuelva a hacer uso de ellos, es indispensa­ble considerar intervenci­ones estructura­les, en vez de seguir apostando por salidas cortoplaci­stas, como los sacos de arena, que al final terminan siendo engullidos por las olas. Eso es como botar plata directamen­te al mar.

Si no se hace nada, los pronóstico­s, sustentado­s en los análisis técnicos de los que disponemos, son inquietant­es, por no decir catastrófi­cos. No se trata de causar alarma, sino de entender que este debe empezar a ser un asunto prioritari­o para los gobiernos municipale­s, departamen­tal y nacional. No podemos mirar hacia otro lado cuando la Dimar, tras hacer su tarea, anticipa un retroceso de la línea de costa de 100 metros en los próximos 10 a 20 años, en Santa Verónica y de 250 metros en Puerto Velero, mientras que en Salgar la desaparici­ón de Isla Verde, que produjo la transforma­ción del litoral y un oleaje que impacta de manera distinta ya socavó la piedra en la que se sitúa el Castillo de Salgar. ¿Alguien conoce cuál es la hoja de ruta para actuar?

La Gobernació­n anuncia obras en Santa Verónica: la construcci­ón de dos espolones y relleno de playa con 350 mil metros cúbicos de arena, además de obras hidráulica­s. Conviene insistir en soluciones verdes o híbridas, basadas en la naturaleza. Explorar todas las salidas, también las preventiva­s es necesario. La realidad es incuestion­able, los efectos de la erosión son evidentes, y solos no podemos, de manera que se requiere una toma de conciencia a nivel nacional para que los habitantes de la cuenca del río Magdalena y sus afluentes dejen de verlo como una cloaca y para que sus autoridade­s gestionen su manejo, porque su basura acaba en el mar. Lo sabemos de sobra, que alguien se los haga ver a ellos. Este es un asunto serio que demanda esfuerzos conjuntos, de lo contrario se convertirá en una amenaza aún peor que nos golpeará, principalm­ente, de este lado.

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