¡NO MÁS SUICIDIOS!
No sorprende el número de casos en la semana pasada, de los cuales atendí uno. Es un subregistro del que algunos nos enteramos, porque son más los silenciosos en toda la ciudad. Lo llamativo son los lugares escogidos para realizarlos, eso es un mensaje, una señal subliminal dirigida a la comunidad para que despierte de su negación acerca de un fenómeno individual, familiar y social que se nos vino encima y para el cual no se tiene una respuesta mínima de las autoridades sanitarias ni de las estatales.
Leo lo que se escribe sobre factores que hayan podido influir en los jóvenes para llevarlos a esta decisión, y hay una clara tendencia a culpar a la pandemia como factor precipitante, lo cual no es cierto. Para lo que realmente sirvió esta convivencia familiar obligatoria fue para mostrar que hay hogares que son pequeños campos de concentración donde se maltrata a los hijos de diversas maneras –física, psicológica, sexual–, que crean traumas psíquicos para el resto de la vida, y pueden resolverse o no, dependiendo de si son atendidos o no. Es el caldo de cultivo perfecto para un suicida, se llama trastorno de estrés postraumático.
En el proceso psicoterapéutico con ellos encontré un común denominador en la mayoría de casos, al que me referiré en próxima columna, se llama desamor.
Detrás de cada pensamiento o acto suicida hay un desprecio por la vida al que se llega por las dimensiones del dolor emocional que se padece y, paradójicamente, representa una salida definitiva a ese sufrimiento; así como cortarse representa un alivio temporal al mismo. A todos los chicos y chicas que atiendo porque se cortan hago la misma pregunta acerca de por qué lo hacen y todos me contestan lo mismo: “Porque ese dolor puedo soportarlo y me alivia el dolor que no puedo soportar aquí”, todos se señalan la cabeza. Es una señal para mí del enredo que tienen en sus cerebros.
La situación actual con respecto al suicido en nuestros menores requiere una intervención directa de las autoridades de salud y estatales, del departamento y la ciudad, para abordar un tema muy complejo que se volvió asunto de salud pública, aunque suene exagerado.
Eso no se resuelve en los consultorios, sino mediante una campaña de las autoridades pertinentes para crear un proceso de psicoeducación a la comunidad con el fin de mostrarles las señales de alarma, explicar los síntomas depresivos, a quién llamar para la atención de urgencias, creación de las rutas para el abordaje de los casos, entrenamiento a psicólogos para organizar una primera línea de atención con capacidad para toma de decisiones que salvan la vida.