EN EL AQUÍ Y EN EL AHORA
Aveces me sumerjo en el mar de mis recuerdos. Vuelvo a vivir en el Barrio Olivo de Santa Marta y vuelvo a tener 7 años. Llevo pantalón corto, sandalias blancas y una franela de mi escuela Francisco de Paula Santander. No tengo dientes, estoy “esmuecado”, pero lo que sí tengo es inocencia y alegría para repartir a todos los que se acercan. Las casas están con las puertas abiertas y todos los adultos están sentados en las terrazas o en los simples andenes, disfrutando del fresco de la noche. La calle está llena de nosotros, los niños, que jugamos a la ronda, al escondido, a la lleva; pura libertad. Todo es diversión y risa. Estamos protegidos por el barrio.
Algunos de aquellos con los que jugaba ya se fueron para el cielo o se perdieron en los vericuetos de la historia, que a veces nos distancia y no nos permite volvernos a encontrar. Ya el barrio no es igual. Ahora hay otras rutinas y prácticas. Casi no hay niños y juegan a otras cosas que no implican encontrarse físicamente. No entiendo en qué momentos pasó tanto tiempo.
Ahora estoy en Bogotá, mirando la montaña, disfrutando del frío y las lógicas de esta inmensa urbe. Ya no tengo 7 años, sino 55. Ya no está mi papá ni mis tíos maternos. Ahora está Alcy, que con su ternura me hace sonreír y sentirme acompañado. Ya no presido los sacramentos; ahora los celebro como miembro de la comunidad. Muchas cosas han cambiado, pero me impresiona la rapidez con la que el tiempo ha pasado.
Soy feliz en el presente, pero comprendo que, si el tiempo es tan volátil y tiene ese paso inexorable, es necesario vivir cada instante con toda la pasión que quepa en nuestro ser, tratando de exprimirle toda la alegría, los aprendizajes y la dicha posible para que cuando pase el tiempo podamos tener los mejores recuerdos de ellos. No me dejo arrastrar por la melancolía de los tiempos idos, sino que me afianzo en un presente que tiene que ser fuente de lo mejor, para que cuando sea el ayer me haga sonreír.
Quienes me conocen de verdad piensan que soy melancólico y tímido, lo que compenso con esta continua extroversión. Lo cierto es que el camino espiritual que he construido y transitado me ha hecho comprender que tengo que vivir con conciencia, sabiendo quién soy y qué puedo hacer, con los pies en este aquí y en este ahora, sin dejarme anclar en el ayer ni arrastrar por la ansiedad de lo que todavía no ha sido, y sobre todo tratando de estar feliz incluso en medio de todas las situaciones adversas o frustrantes que podamos tener. Al fin y al cabo, la felicidad es una manera de ser y de estar, y no una vida sin problemas ni dificultades.
Sin dejarme anclar en el ayer ni arrastrarpor la ansiedad de lo que todavía no ha sido, y sobre todo tratando de estar feliz incluso en la adversidad”.