El Heraldo (Colombia)

‘EN AGOSTO NOS VEMOS ’ CON LA MÚSICA

- POR JESÚS FERRO BAYONA

Leí sin parar la novela póstuma de García Márquez que salió al público el pasado miércoles 6 de marzo. Repasando la lectura me di cuenta de que había subrayado y hecho anotacione­s en todas las páginas en las que menciona a un compositor, una pieza de jazz, una salsa, un bolero. Cuando llegó a la isla, que Ana Magdalena Bach, la protagonis­ta, visita el 16 de agosto de cada año para poner un ramo de gladiolos en la tumba de su madre, escuchó en el piano del bar del hotel el Claro de luna de Debussy, en arreglo atrevido para bolero, y terminó la noche con el hombre que conoció horas antes de irse a acostar con él en su habitación. Ana Magdalena, está casada con un músico que es director del Conservato­rio Provincial, madre de Micaela, novia de un virtuoso del jazz y tiene un hijo primer chelo de la Orquesta Sinfónica Nacional, habiendo ella misma intentado sin suerte ser trompetist­a. Con el nombre de Ana Magdalena Bach en la boca, –saboreado en la mente desde mis años de colegio cuando lo encontré en una biografía del músico alemán–, cómo no evocar la familia del compositor Johann Sebastian Bach cuya segunda esposa Anna Magdalena era una joven soprano que le dio cinco hijos, sobrevivie­ntes, que se añadieron a los cuatro, sobrevivie­ntes, que había tenido con la primera esposa de la que enviudó. El paralelism­o entre las dos familias de músicos, la alemana y la caribeña, es inevitable.

Rebosante de música, En agosto nos vemos se mencionan sin forzar la escritura nombres de compositor­es de música clásica como Grieg, Mozart, Schubert, Dvorâk. En algún lugar de sus entrevista­s, García Márquez dijo una vez que aprendió a escribir con un fondo musical acorde con lo que escribía. La novela revela esas devociones otras veces confesadas por él. Al marido de Ana Magdalena le hace decir que la obra más inspirada de Brahms es su “concierto para violín”, lo que segurament­e es otra referencia al “sexteto para tardes felices”, –qué título más hermoso y seductor–, del mismo compositor. No es solo la música clásica. Ana Magdalena baila con sus amantes, diferentes y fugaces, que encuentra en la isla, adonde lleva el ramo de gladiolos a la tumba de su madre, boleros de Agustín Lara y salsas de Celia Cruz, sin que falten valses bailados al modo antiguo ni piezas de jazz. Pero no son menciones de nombres de compositor­es ni de boleros lo que pretendo destacar. En esta novela póstuma palpé con más placer aún la musicalida­d que impregna el lenguaje del relato, el estilo y poesía únicos de García Márquez hasta en sus últimos años antes de perder la memoria.

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