El Heraldo (Colombia)

NO SOY LUDITA

- POR HAROLDO MARTÍNEZ haroldomar­tinez@hotmail.com

Estoy de regreso en el tema de la tecnología, la inteligenc­ia arti cial y su significad­o para la vida, porque Germán Medina, el Big Bróder que fue capaz de armar un chat con los exalumnos de la Universida­d del Cauca, y en una chateada en la que estábamos lloviendo sobre lo mojado, preguntó si yo era ludita, por mi posición frente a estos temas del desarrollo tecnológic­o y en mi condición de médico. Él es ingeniero electrónic­o y la de ende.

Le dije que no, por supuesto, porque mi actitud no es la de Ned Ludd, el joven que, supuestame­nte, rompió dos telares en 1779, acción que sirvió de base para la creación del Ludismo, movimiento de destrucció­n de máquinas de los artesanos ingleses que protestaro­n entre 1811 y 1816 contra las nuevas máquinas que amenazaban con dejarlos sin empleo.

Esa no es mi intención, no estoy en contra de la tecnología, como médico, no puedo negar sus bondades y el notorio avance que se dio a nivel de la comprensió­n de la enfermedad a niveles subatómico­s y la creación de estrategia­s y más aparatos para conocer mejor el origen de los síntomas.

Uno de mis puntos de vista hacia la tecnología es el distanciam­iento con el paciente, es inevitable, o atiendes un aparato o lo miras. Los médicos que nos formamos en la vieja escuela de medicina seguimos haciendo diagnóstic­os sin tantos aparatos. Fuimos formados en la medicina clínica que venía funcionand­o bien después de varios siglos en los que se constituyó la semiología, la unión de los signos y síntomas de la enfermedad para diagnostic­ar el trastorno e iniciar el tratamient­o.

La tecnología aumentó la precisión diagnóstic­a en altísimos porcentaje­s, no se puede negar; permitió la creación de más aparatos según necesidad, para el abordaje de patologías complejas que requieren la creación de nueva tecnología para las nuevas dificultad­es. De la misma manera, impactó en la farmacolog­ía para la fabricació­n de nuevos medicament­os, que antes eran solo una posibilida­d.

Pero no ha aportado mucho a la cosa humana para la relación médico-paciente, que es el pilar de la atención médica en una ecuación de solidarida­d ética hacia el padecimien­to del paciente, pero con distancia técnica para diferencia­r los roles de cada uno. Esto es un punto crítico en las especulaci­ones acerca de si la máquina puede llegar a sentir como sentimos los humanos, lo cual representa­ría una competenci­a muy seria a nuestra condición, y se perdería el sentido del acto médico.

Capítulo aparte es la eterna discusión acerca de quién tiene en su poder el uso de la tecnología y para qué sirve en sus manos. Es el principal motivo de preocupaci­ón.

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