El Heraldo (Colombia)

EL DOLOR DE CRECER

- POR CATALINA ROJANO @catalinaro­jano

Todos lo hemos sufrido alguna vez. La simple idea de abandonar la caparazón invisible que nos cobija como niños es una de las dificultad­es más grandes que los seres humanos enfrentamo­s en toda nuestra existencia. Pero no hay de otra. Pienso en ello luego de que esta semana participar­a como jurado en un concurso universita­rio de poesía. Una joven mujer –o una chica grande–, que terminamos dando por ganadora, planteó el tema a través de una composició­n profunda que contrasta con un título leve: Crisis de los veinte.

«¿Para qué quiero crecer, si solo sé llorar?», declamó. Y me hizo recordar a una muy pequeña Catalina que un día cualquiera se acercó a sus papás para expresarle­s el problema más existencia­l que en esa inocencia propia de la infancia uno pueda llegar a tener. Ellos cuentan que – angustiada y llorando– les dije: «No quiero crecer». Ahora pienso que tal vez a esa pequeña niña, sin sospecharl­o en lo más mínimo, desde muy temprano le aterraba el saberse en un futuro de siniestra soledad consigo misma, intentando resolver asuntos para los que nunca llegaría a estar lo suficiente­mente lista. Hoy, eso me conmueve.

El dolor de crecer quizás habita en esa sensación incómoda de imaginarno­s asumiendo roles en un mundo que no parece haber sido creado por un dios, sino por un ser heurístico empecinado en que toda búsqueda debe partir y terminar en ensayo y error. Lo fascinante en medio de esa oscuridad que representa el no sentirse preparado para asumir un error tras otro es confirmar, aún con lágrimas, que el sentido de todo aprendizaj­e se halla en las caídas, en las pérdidas, en los no hallazgos o en las búsquedas frustradas, o en la percepción de un yo eternament­e incompleto.

Narra Milan Kundera en La insoportab­le levedad del ser que «A diferencia de Parménides, para Beethoven el peso era evidenteme­nte algo positivo». A diario tomamos decisiones, de esto se trata vivir: elegir, dejar hacer o dejar pasar, y entonces ser. En ese libro inmenso, Kundera también escribió que «La grandeza del hombre consiste en que carga con su destino como Atlas cargaba con la esfera celeste a sus espaldas». ¿Somos obras o artífices del destino? Crecer duele porque, necesariam­ente, implica una transforma­ción. El estoico Séneca dijo que «Un cambio tan radical no puede producirse sin un terremoto», por lo que invita a la humanidad a armarse «de coraje contra esa catástrofe», de por sí, inevitable… ¿Existe otra forma de crecer que no sea a fuerza de coraje?

¿Somos obras o artífices del destino? Crecer duele porque, necesariam­ente, implica una transforma­ción”.

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