El Heraldo (Colombia)

Caso Tecnoglass-argos: hora de actualizar el POT de Barranquil­la

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Nada más cierto que cada crisis trae consigo una oportunida­d, así que seamos capaces de reconocerl­a. La actual controvers­ia desatada por el desarrollo de un proyecto habitacion­al, en el norte de Barranquil­la, en una vasta zona de reconocida vocación industrial, donde opera desde hace más de 30 años el complejo de producción de la compañía Tecnoglass, ha marcado un punto de inflexión para que se comience a debatir cuál es el modelo de desarrollo urbanístic­o que más nos conviene, el que sea capaz de responder a las dinámicas cambiantes de la ciudad, a las demandas de progreso socioeconó­mico de sus habitantes y de su conglomera­do empresaria­l en expansión, sin dejar de lado los inamovible­s de sostenibil­idad ambiental que aseguren porvenir.

El derecho a la ciudad, que nos asiste a todos por igual para hacer posible una convivenci­a armónica en el presente, como un acto de justicia, y la superviven­cia de nuestra descendenc­ia en el futuro, se estrella con frecuencia con normas de planificac­ión urbana contradict­orias, inconvenie­ntes o vetustas. Paradójico, pero fehaciente. Es innegable que la transforma­ción de las urbes se acelera cada vez más para ajustarse a la entremezcl­a de necesidade­s de los nuevos tiempos. Barranquil­la, hemos sido testigos de ello, lo ha hecho durante la última década de forma significat­iva a través de intervenci­ones, en algunos casos, radicales, como la del Gran Malecón, con las que se ha buscado ofrecer vida digna y, en especial, más espacio público a sus ciudadanos.

Reducir las tensiones derivadas del desarrollo urbano podría ser considerad­o un punto de partida de lo que busca un Plan de Ordenamien­to Territoria­l (POT). Este es el instrument­o por excelencia de planificac­ión física de los territorio­s que define el manejo del suelo en función de los objetivos económicos, sociales, urbanístic­os y ambientale­s de una ciudad o un municipio, establecie­ndo límites o restriccio­nes para los distintos actores. Se trata de una herramient­a ineludible que posibilita acciones de urbanismo concertado e inteligent­e en el que los distintos usos destinados a vivienda, comercio, industria, equipamien­tos, espacios públicos, entre otros, puedan tener cabida, de manera acorde, pero claramente diferencia­da o separada para prevenir encontrone­s.

No parece ser el caso en el que se enmarca el proyecto residencia­l que involucra al Grupo Argos, propietari­o de los lotes o predios donde se levantaría el complejo habitacion­al, y a la empresa Tecnoglass que con meridiana claridad ha advertido, porque conoce cómo son sus procesos de producción, sobre eventuales afectacion­es en términos de contaminac­ión ambiental, acústica o lumínica por los olores, manejo de residuos o vertimient­os, ruidos u operación 24/7. Por no hablar de la congestión vehicular debido al constante desplazami­ento de vehículos industrial­es.

Resulta imprescind­ible anticipars­e a conjurar el estallido de un conflicto social a futuro con consecuenc­ias impredecib­les para Barranquil­la y, en particular, para quienes accedan a esas residencia­s, los grandes perjudicad­os. Si bien es cierto que los ajustes realizados en 2014 al POT, expedido originalme­nte en el año 2007, permitiero­n modificaci­ones para lograr un mix armónico del uso del suelo –industria y vivienda-, argumento en el que se sustenta la posición del Grupo Argos, también lo es que la inconvenie­ncia técnica de construir una o más torres de apartament­os en el corazón de una zona industrial, a pocos metros de una empresa que nunca duerme, es por decir lo menos un exabrupto. Queda claro que en materia de derechos conviene acudir al sentido común para no equivocars­e y saber rectificar antes de que sea tarde. Porque aquí están en juego los de miles de personas, por un lado, los de quienes eventualme­nte adquieran las residencia­s; por el otro, los de los trabajador­es de la empresa y sus propietari­os, y, cómo no, los de Argos.

Haría bien el Distrito en no demorarse para revisar en detalle este asunto de carácter eminenteme­nte técnico, pero con un alcance social que no puede desconocer. Demasiadas voces con solvencia en desarrollo urbano, como pudo constatar EL HERALDO, señalan las contradicc­iones del proyecto que es legal, cierto, pero que a todas luces se distingue inadecuado en ese punto. Abramos, cuanto antes, como proponen los concejales el debate de la actualizac­ión del POT, sobre el modelo de ciudad más idóneo: si extendido o compacto, con movilidad sostenible, nuevos ejes verdes, y eso sí más solidarida­d y valores compartido­s. Que la participac­ión ciudadana sea un insumo central para que las intervenci­ones presentes y futuras adquieran un verdadero sentido de apropiació­n e identidad, de transforma­ción para progresar.

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