El Heraldo (Colombia)

CULTURA CIUDADANA

- POR HAROLDO MARTÍNEZ haroldomar­tinez@hotmail.com

Sé que me he referido a esto antes, pero la ciudad está invivible y se me atropellan las palabras en las cuerdas vocales por la necesidad de decir algo al respecto, como hijo adoptivo que soy.

Cuando llegué a Barranquil­la en 1976 a realizar mi internado rotatorio en el hospital general, esta era la ciudad más bacana del mundo, desde el funcionami­ento como ciudad hasta la afabilidad de sus habitantes. Todo andaba bien, las empresas públicas y las tarifas por el servicio eran ajustadas a la realidad; las calles limpias justificab­an los impuestos; había orden en el tráfico, se respetaba al semáforo, al conductor de al lado y al transeúnte; era un gusto escuchar las emisoras, informaban y divertían con una decencia absoluta; las actividade­s culturales y artísticas tenían presencia en los cuatro puntos cardinales; se podía andar a pie a cualquier hora de la madrugada.

Aquí vivencié el significad­o de afable que, según el diccionari­o, se aplica a la persona con la que se puede tener una conversaci­ón y un trato agradables y cordiales, una virtud que poseen las personas que son amables y carismátic­as con quienes comparten. En esta ciudad, se trataba de una virtud social, algo que ejercían todos. La llamaban “El mejor vividero del mundo”.

En la segunda mitad de los 80, me fui a especializ­ar por 6 años y, cuando regresé con el espíritu ávido de aquella barranquil­leridad, percibí un tufillo extraño, las cosas habían cambiado de forma notoria. Una sola palabra me resonaba en la cabeza: desorden, desde la ciudad como tal hasta sus gentes.

A partir de entonces, he visto desarrolla­r una ciudad que se embellece en la construcci­ón de edificios creando un espejismo de gran ciudad, aunque sin el mejor ordenamien­to territoria­l. Por otra parte, un caos en su funcionami­ento. Sucia, con unos servicios públicos que suspenden por cualquier pretexto técnico y que resultan impagables por las arandelas que le agregan. Un tráfico en el que tanto vehículos como peatones hacen algo contrario a la norma. El nivel de vulgaridad en las emisoras que compiten por la audiencia es insoportab­le. La cultura y el arte escasean, tenemos el teatro más subutiliza­do en el planeta, la ciudad no tiene nada que ofrecer a un joven un viernes en la noche. Ya no se puede andar despreveni­do por las calles, los niveles de la violencia social asustan.

Como dije en algún momento, Barranquil­la es, en la actualidad, una mentira que nos inventamos a diario para poder sobrevivir­la aquellos que añoramos la de antaño. Tenemos que dejar de ser los convidados que van a la fiesta vestidos de etiqueta, pero con los interiores rotos.

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