Mi coach: un caballo
No es una sesión de terapia en la que se le cuenta a un psicólogo el conflicto interno del momento. Pero aun sin serlo, ayuda a sanar. El paciente puede llegar convencido de que su problema es uno y en el transcurso del proceso reconoce que no es así. En esta hora de consulta las palabras sobran, y el facilitador principal ni siquiera es un ser humano: es un caballo. A mí me correspondió uno de salto, imponentemente enorme... esa es una manera adornada de decir que yo lo veía gigante, quizá por el susto que me da estar cer- ca de estos animales. Y aunque mi intención inicial no era ser “analizada” por Antoine, que así se llama, el diagnóstico que hizo de mí terminó siendo preciso. Eso sí, su nombre solo lo supe al final porque durante la sesión él se convirtió en la metáfora de un problema: mis miedos.
Cuando me reuní con los socios de Santa Bárbara Horse Coaching mi intención era entrevistarlos para saber de qué se trata esta técnica que ya lleva más de dos décadas en el mundo y que está cobrando fuerza en el país. Sin embargo, ellos han aprendido en su oficio que la comunicación no verbal es más eficiente y decidieron explicarme su trabajo haciéndome una sesión. “¿Qué tema quieres trabajar?”, me preguntó Cristina Toquica, quien participa en competencias ecuestres desde los cuatro años y está encargada de manejar las relaciones con los medios de la empresa, así como de estar pendiente de cada detalle en la actitud del caballo/ coach durante los encuentros. “Puede ser una decisión de vida, un asunto de tu relación de pareja, lo que quieras”. Como no iba preparada para abrirme de esa manera dije lo primero que se me ocurrió: “Tengo una hija pequeña y me asusta ponerle normas, no me es fácil entender eso de la disciplina con amor”.
De ahí salió mi misión que consistía en hacer que semejante animal metiera la pata en uno de los aros dispersos en una especie de jardín en la Escuela de Caballería de Bogotá: lo único que me advirtieron fue algo así como que los caballos no pueden ver de frente. Sin duda el reto sonaba a disciplina, a “tienes que hacer lo que yo diga”... y de entrada sentí que no podía. Antoine ni me determinaba y cuando medio intentaba acariciarlo, como para darle una instrucción “por las buenas”, refunfuñaba o, mejor dicho, resoplaba y seguía concentrado en comer pasto. Mucho menos sirvió intentar jalarlo de un lazo “por las malas”.
Cuando ya estaba a punto de tirar la toalla, porque me
A este terapeuta animal no es posible engañarlo... No hay labia que valga ni tampoco es posible usar máscaras ante él. Cualquier emoción guardada que su “paciente” tenga quedará al descubierto. Esta es la magia del coaching asistido con caballos.
sentía expuesta y vulnerable ante mis entrevistados, y también, lo admito, porque me daba vergüenza no lograr el objetivo, Alexandra Hernández, otra coach que por amor a los caballos decidió dejar su carrera como especialista en finanzas, me invitó a buscar una manera distinta de llamar su atención. “¿Quizá dándole pasto?”, pensé en voz alta. “¿Quieres ofrecerle algo que ya tiene?”, me respondió, a manera de pregunta, como se hace en estos ejercicios. Viendo mi frustración, para desatascarme, Cristina me hizo una demostración de cómo invitar al caballo a seguirla hasta el aro. “¿Qué notaste?”, me preguntó. “Ni un solo tirón y obedeció”. Luego supe que esa era la primera vez que ella y Antoine se veían, así que no era cuestión de afectos ni de una mascota siguiendo a su ama. De hecho, en estas sesiones cualquier caballo sirve y no necesitan un entrenamiento para certificarse en coaching, a diferencia de mis interlocutores que se especializaron en México. “Es que nunca he agarrado unas riendas y no sé cuál es la mejor manera de llevarlo”.
Pero tampoco era cuestión de técnica en doma, como me lo explicaría, al finalizar la actividad, Juan Esteban Arango, un oficial retirado que lleva más de 40 años trabajando con caballos: “Son capaces de anticiparse a los sentimientos que tienes antes de que tú mismo los conozcas. Leen las emociones, son un espejo de tu ser”. “Es que han sido nuestros compañeros desde hace unos 4000 años, en batallas, en la agricultura, en competencias deportivas. Además son los mamíferos más grandes domesticados. Son animales de manada y al ser presas tienen un sistema social similar al nuestro y se comunican para garantizar su supervivencia. Esto los hace muy receptivos a nuestras emociones”, agregaría Cristina.
Uno podría pensar que el perro, el mejor amigo del hombre, haría lo mismo, o por qué no el gato cuya astucia es reconocida. Según Alexandra, la primera diferencia radica en que estos son cazadores. “Además los caballos no son sobornables. No les ofreces como premio algo de comer para que te den la pata. Por supuesto, también son entrenables, pero viven el aquí y el ahora. Por eso en una sesión pueden cambiar radicalmente, dependiendo de la energía que les transmita el cliente. En una oportunidad tuvimos a una mujer que por más que intentara acercarse era rechazada por el caballo. Este solo se dejó acariciar cuando, al final, ella exteriorizó su costumbre de ponerle barreras a quienes la rodeaban”.
Algo similar sucedió conmigo. En un principio insistí en que mi falta de éxito para culminar el ejercicio se debía únicamente a mi miedo a los caballos, pues llega a ser doloroso sincerarse con uno mismo. Mi escudo fue frenar mis intentos para dedicarme a darles explicaciones racionales a los humanos presentes de que yo solo veía a un animal y que no le había dado a este otro significado, y menos que se hubiera convertido mágicamente en una representación de mi hija. Aun así, en medio de esa verborrea de excusas empecé a notar ciertas similitudes entre ambos: “Como sucede con los caballos, la comunicación de los niños pequeños es en su mayoría no verbal. Si no hay coherencia entre el pensar, el sentir y el hacer no seguirán una instrucción, no se les puede engañar. Huelen la falta de confianza”, fue mi primera pista. Estaba pensando en eso cuando me fluyó tomar la cuerda y llevar a Antoine hasta el aro con un simple y firme “vamos”. Alexandra, Cristina y Juan Esteban sostienen que la palabra fue lo de menos. Habría sido mi energía segura la que hizo el “milagro”, la que, dicen ellos, apareció cuando pude ver mis temores y saqué mis propias conclusiones, porque como lo dicta la definición de coaching, se trata de un acompañamiento en el que los facilitadores no emiten juicios.
No es casualidad que apliquen esta metodología no solo de manera individual, sino con parejas, familias y grupos empresariales que quieren potenciar las fortalezas del equipo: “Un buen líder, por ejemplo, consigue mover a un caballo solo con la intención, sin necesidad de usar cuerda”, aseguró Juan Esteban. Una vez superado lo del aro me sentía tan “ganadora” que me hubiera gustado intentar este nuevo reto. Hasta le agradecí a Antoine con un beso. Porque entendí aquello de que el caballo es “un espejo”: si huyes de algo, el animal saldrá corriendo y puedes verlo en vivo y en directo. Eso es lo que hace que esta técnica sea tan confrontadora.
"El ejercicio con caballos es tan revelador que al final, por más miedo que se le haya tenido a estos animales, uno no puede dejar de agradecerles: en mi caso lo hice con un beso".
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