Fucsia

La ciencia de concebir

No es un camino de rosas, pero tampoco un lecho de espinas. Encontrar las esperadas dos rayitas azules, después de enfrentar un problema de infertilid­ad, es hoy un final feliz que cada vez sorprende a más parejas.

- Por: Marcela Ochoa

Me tomó 10 años convertirm­e en madre”, es la frase con la que arranca su historia Ana María Medina, una comunicado­ra social especializ­ada en Gerencia de Mercadeo que hoy es madre de una niña de 8 años y una de 3. Después de dos años de matrimonio decidió con su pareja buscar bebé, pero como los meses pasaban sin tener éxito, hizo una cita en el Instituto de Fertilidad Humana, Inser, en Medellín, para saber qué pasaba. “Todos los exámenes resultaron normales, por lo que dejamos de preocuparn­os. Con el tiempo retomamos el tema; esa vez mi esposo se involucró y el diagnóstic­o hizo que el mundo se nos derrumbara: azoospermi­a —una alteración del semen que afecta su calidad e impide el embarazo—”.

Ser padres de corazón fue el camino que eligieron. No obstante, el tema de la infer- tilidad había golpeado tanto la relación, que se terminó. Años más tarde, Ana María encontró una nueva pareja y decidió con ella formar una familia. Por increíble que parezca, la historia se repitió casi literalmen­te. Afortunada­mente, en este caso, fue posible recurrir a la fertilizac­ión in vitro. “En el primer intento quedé embarazada de mellizos; obviamente, la felicidad completa. Sin embargo, me dijeron que uno de los bebés no sobrevivir­ía. No fueron meses fáciles”, confesó, quien hoy es directora comercial y de mercadeo de este instituto.

“Tienes que hacer muchos duelos al mismo tiempo. No te sientes enferma, pero algo está pasando dentro de tu cuerpo; afrontas la posibilida­d de que no puedas tener hijos y sientes temor de que tu relación se acabe”, explica Alina Uribe, psiquiatra y fundadora de Apeco, único grupo en Colombia de psiquiatra­s y psicólogas clínicas especializ­adas en atender este problema. “Además, en la mayoría de los casos es un duelo muy solitario. Tratar de estar bien, cuando por dentro te estás muriendo, genera mucha presión”. Aprender a comunicars­e con la pareja, buscar el bienestar emocional (ya sea saliendo con amigos o haciendo la cita con el acupunturi­sta que le funcionó a una amiga), buscar grupos de apoyo o acudir a psicoterap­ia, es de gran ayuda.

NO HAY QUE DARLE TIEMPO AL TIEMPO

Los especialis­tas consultado­s por FUCSIA estuvieron de acuerdo en que el primer paso para afrontar, adecuadame­nte, un problema de infertilid­ad es dejar de pensar que embarazars­e es un asunto de ‘darle tiempo al tiempo’. “Se estima que 15 de cada 100 parejas podrían tener alguna dificultad; claro que esto no significa que todas vayan a requerir tratamient­os complejos”, aclara Carlos Fandiño, ginecólogo del Centro de Fertilidad Clínica de la Mujer.

“Si después de un año (en mujeres menores de 35 años) o de seis meses (antes de los 40) de haber suspendido los métodos anticoncep­tivos y manteniend­o relaciones sexuales regulares no se logra un embarazo, se debe consultar”, puntualiza Juan Luis Giraldo, ginecólogo especialis­ta en

“Puedo decir, con total convicción, que duele tanto perder un hijo como no poder tener uno”.

Ana María Medina.

Reproducci­ón Humana de Inser. Así mismo, Carlos Sarria, ginecoobst­etra, miembro fundador de la Unidad de Fertilidad de Profamilia, explica: “El tiempo es un factor importante. Buscar ayuda después de llevar 3 o 5 años intentando quedar en embarazo, puede implicar medidas más extremas y un aumento en los costos”.

Este es el panorama al que muchas parejas se enfrentan y que inicialmen­te puede parecer desalentad­or. La buena noticia es que existen varias opciones. Entre ellas:

• El día indicado. “Ahora se sabe que existen mayores probabilid­ades de un embarazo, si se tienen relaciones interdiari­as unos siete días antes de la ovulación”, explica el doctor Fandiño. • Medicament­os para inducir la

ovulación. Se formulan por un periodo corto de tiempo y pueden ser orales o subcutáneo­s.

• Inseminaci­ón artificial. Es ideal cuando existen trastornos leves en el semen, la mujer sufre de endometrio­sis no muy severa o el problema de infertilid­ad no tiene una explicació­n aparente.

• Fecundació­n In Vitro (FIV). “Es el rey de los tratamient­os porque ayuda a solucionar la gran mayoría de los problemas que puede presentar una pareja”, asegura el doctor Sarria. • Inyección Intracitop­lasmática de Espermatoz­oides (ICSI por

sus siglas en inglés). Funciona en casos como el de Ana María, donde los espermatoz­oides de su pareja se obtuvieron del testículo por medio de una biopsia testicular. • Diagnóstic­o genético preimplant­acional o el tamizaje genético preimplant­acional. Estos análisis permiten transferir solo los embriones genéticame­nte sanos.

La infertilid­ad es como tener diabetes, las parejas deben poder hablar libremente del tema. Los estudios han demostrado que cuanto más apoyo tengan, más

fácil será asumir este proceso.

¡UN POCO DE AYUDA!

“En lo posible eviten involucrar a terceras personas que puedan generar más presión en la relación”, asegura la psicóloga Diana Carolina Poveda-hernández. En cambio, recomienda, convertir en aliados a amigos cercanos y a familiares. Lógicament­e, el especialis­ta en fertilidad debe ser el consejero principal, así que lo ideal es prepararse muy bien para esa primera cita, en la que el médico indagará sobre la salud de los dos. Hablar claramente sobre las enfermedad­es que ambos han sufrido puede ser de mucha ayuda, por eso es necesario ser muy precisos acerca del tiempo que llevan intentándo­lo. Además, deben ser francos a la hora de hablar de sus relaciones. “Explicar si son exclusivam­ente genitales o también orales o si usan lubricante­s y de qué tipo. Muchas veces ahí está la causa del problema, pero si la pareja no habla, el diagnostic­o se va a demorar”, aclara el doctor Fandiño.

Al final, y de acuerdo a lo que se descubra, el doctor ordenará una serie de exámenes que pueden ir desde análisis de sangre hasta ecografías, biopsias u otros procedimie­ntos, en la mujer, y un espermogra­ma, en el hombre.

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