EL HILO INVISIBLE
EL TEJIDO DE ESTA PELÍCULA, NOMINADA A SEIS PREMIOS ÓSCAR, UNIÓ AL DIRECTOR CON UN ACTOR EN RETIRO Y UN METICULOSO VESTUARISTA. EL RESULTADO: DOS HORAS DE AMOR Y TERROR, COSIDAS DESPACIO Y A MANO.
SABER si el personaje interpretado por Daniel Day-lewis está inspirado en el español Balenciaga pierde relevancia cuando el espectador se da cuenta de que para Paul Thomas Anderson, guionista y director de El hilo
invisible, la moda es una coartada. Los exquisitos trajes que Reynolds Woodcock les diseña a la realeza inglesa y a las socialités europeas de la década de los cincuenta son una excusa bellamente presentada. Cada imagen de ese perfeccionista, dibujando los bocetos y después probándoles sus creaciones a las clientas, es una delicia visual. No por casualidad las piezas de alta costura realizadas por Mark Bridges fueron nominadas a mejor diseño de vestuario.
Pero lo que le da forma a la película es la rara relación de una pareja que se arriesga a despojarse de sus viejas vestiduras para ponerse un extraño traje de amor. Woodcock, más enamorado de sí mismo que de las mujeres a las que viste, conoce a su musa en un restaurante. Es la camarera. La aparición en escena de Alma, encarnada por Vicky Krieps, rompe el molde de su vida.
Por fortuna Paul Thomas Anderson es de los que piensan que una historia de amor se acerca más a una película de terror o a un thriller que a una comedia romántica. Como buen alumno de Hitchcock repite que hay que rodar las escenas de asesinato como si fueran de amor y las de amor como si se trataran de un crimen.
A los 60, Daniel Day-lewis se despide de la actuación dándole vida a un ególatra clasista, acomplejado como Edipo y con unas gruesas puntadas de misoginia que no está dispuesto a cortar. El actor terminó tan perturbado después del rodaje que no ha querido verla. Tal vez sea una invitación para que el público haga todo lo contrario. Fin.