EL ADIÓS DE CAROLINA HERRERA
LA PRIMERA DISEÑADORA LATINOAMERICANA DE CARÁCTER UNIVERSAL PRESENTÓ SU COLECCIÓN FINAL. NUESTRA EDITORA GENERAL OFRECE UN PERFIL MUY ÍNTIMO DE LA VENEZOLANA.
AL ESCRIBIR este texto siento una gran nostalgia. Le he seguido los pasos a Carolina Herrera desde que se fue a vivir a Nueva York con su marido, Reinaldo Herrera, y presentó su primer desfile en el Metropolitan Club, en 1981.
Vengo de una familia de costureras y yo también lo fui. Era mi ídolo cuando monté mi empresa, a los 25 años. Admiraba su constancia y su fe en ella misma en tiempos en que crear una firma de moda no era una tarea fácil para una mujer, y menos para una latinoamericana. La vida me dio la oportunidad de hablar con ella en diferentes ocasiones y de estar presente en muchos de sus desfiles hasta verla convertida en el ícono que es.
Mi relación directa con Carolina se remonta a cuando fundé FUCSIA.
Quizá el momento más emocionante que he vivido en relación con la moda fue en octubre de 2006, cuando aceptó la invitación que le hizo Inexmoda, a través de mí, de venir al país para presentar su colección en Colombiamoda.
Nunca pensé que unas palabras lanzadas al aire en un café parisino a Marta Sanz, su mano derecha en ese entonces, surtieran efecto. Cuando llamé a Alicia Mejía, quien ejercía como directora de Mercadeo de Inexmoda, no lo podía creer. Era un sueño cumplido.
Desde ese momento hasta julio del año siguiente, Alicia y su gente trabajaron como locos para hacer de esa feria un acontecimiento inolvidable, pero no estaba asegurada la presencia física de Carolina Herrera. El sí era para que viajaran sus diseños a Colombia. En un gesto que nunca acabo de agradecerle, Lina Moreno de Uribe la llamó para invitarla a Medellín. Aceptó.
Recuerdo que la entrevisté antes de su viaje y le pregunté qué era la moda para ella: “La ropa es dentro y fuera. Soy una perfeccionista total con mi ropa. En mi armario, por ejemplo, la cuelgo por colores. La moda es perfeccionismo y la proporción es la cualidad más importante”.
Me contó que cuando era niña le gustaba desvestir a sus muñecas porque no estaba conforme con cómo lucían.
“No sabía cómo hacerles un vestido, pues no sé pegar ni un botón (…) Mis
colecciones las produce un equipo y yo valido el resultado final. En moda, la primera línea es lo importante, pero el equipo es el que ejecuta. Yo sé dirigir”.
Antes de crear los primeros 20 vestidos que fueron la base para arrancar su firma, Carolina Herrera pertenecía al jet set internacional, era una de las mujeres más elegantes del mundo (le gustaba vestir de Dior y Saint Laurent) y tenía una mínima experiencia laboral. Pero necesitaba algo más. “A uno le llega en un momento de la vida algo que quiere cambiar”, me dijo en 2002, en otra entrevista. “Tuve la oportunidad de empezar en Nueva York y con toda la aprobación de Reinaldo, a quien le encantó la idea. Quería diseñar telas y Diana Vreeland (exdirectora de la revista
Vogue) y Rudy Crespi (su amiga) me dijeron que mejor hiciera una colección de vestidos”, recordó. Viajó, entonces, a Caracas con una selección de telas europeas y de la mano de dos grandes costureros, Guy Meliet y Piera Ferrari, creó su primera colección, que vendió completamente al regresar a Nueva York.
Inició su compañía apoyada por el grupo del magnate venezolano José de Armas, dueño de Vanidades. Años más tarde, en 1995, la vendió a la firma española Puig, con más de 100 años en el negocio de la perfumería. La marca Carolina
Herrera entró a formar parte del grupo de estrellas, al lado de Paco Rabanne, Jean Paul Gaultier y Nina Ricci.
En esa época, decidió lanzarse al reto de crear una fragancia, la 212, y concentrar en un frasco su filosofía de vida, su estilo personal y sus memorias de infancia. Alguna vez me contó que el olor a jazmín y a nardo, las flores de los jardines de su casa materna en Caracas, eran su inspiración.
En los últimos 20 años ha lanzado no menos de 20 fragancias, con la colaboración de su hija Carolina de Báez. Hoy, Good Girl, la más reciente, es la más vendida. También incursionó en la línea de accesorios y en una segunda línea, CH, y otra de hombre, que se venden en cerca de 215 tiendas en 38 países. Hoy, las ventas de su marca se acercan al billón y medio de dólares. Así ha resumido su secreto: “Constancia y curiosidad persistente”.
Con su ropa atemporal, femenina y muy elegante, Carolina Herrera entra al panteón de los grandes de la moda al lado de Balenciaga, Balmain, Dior, Pierre Cardin, Jeanne Lanvin y Óscar de la Renta, el otro latinoamericano en obtener ese honor.
Creo que nadie estaba preparado para esta despedida, pero ella no podía dejar pasar una ocasión tan importante sin ponerle su sello personal. Después de 37 años de ser la directora artística de la casa Carolina Herrera, se despidió del público vestida con una de sus blusas blancas, su prenda icónica, sinónimo de sofisticación.
La colección para el invierno 2018-2019 fue totalmente novedosa, nada que ver con una retrospectiva.
Fue un hasta siempre, Carolina.