HABITADA POR EL DUENDE
LA COLOMBIANA MARÍA JOSÉ ARJONA, DISCÍPULA DE MARINA ABRAMOVIĆ, LA PERFORMANCE MÁS FAMOSA DEL MUNDO, SE PRESENTARÁ EN MARZO EN EL MUSEO DE ARTE MODERNO DE BOGOTÁ. FUCSIA LE SIGUIÓ LOS PASOS MIENTRAS ENSAYABA SU SHOW Y CREÓ DE SU MANO UN EDITORIAL DE MODA.
UN DEMIPLIÉ tras otro en medio del silencio quebrado de repente por un par de martillos cercanos. Alineada frente a una pared blanca, María José Arjona se desliza por una línea paralela marcada únicamente por el control que ejerce sobre el cuerpo. Sus piernas se flexionan y avanza de lado, despacio, mientras sopla burbujas de anilina roja. Al estallar tiñen el muro y salpican color. Sobre el rostro de la artista colombiana el puntillismo repentino la vuelve pecosa y enmarca sus profundos ojos. En su blusa y pantalón blancos, el líquido genera el mismo efecto inquietante que las manchas sobre la pared: ¿estamos hablando de muertos? Con este performance, titulado
Acuérdame de acordarme (el mismo Remember to remember que ha teñido
espacios en varias ciudades del mundo), inaugurará en marzo una antología sobre su obra en el Museo de Arte Moderno de Bogotá. Su trabajo es el resultado de intensas conversaciones con las dos curadoras que la acompañan, Claudia Segura y Jennifer Berries, con el fin de aterrizar una muestra que le permita al público acercarse a su particular manera de expresarse.
Eso mismo le sucedió al equipo encargado por FUCSIA para acometer esta producción fotográfica en la que la directora de arte, Sonia Lahoz; el diseñador de moda, Jorge Duque; y la fotógrafa, Lisa Palomino, discutieron el contenido estético y artístico. La narración no es lineal porque la misma Arjona se mueve en varios niveles simultáneamente. “Me parecía fantástico no estar ubicada.
Sabía que estaba viendo las cosas desde otro sitio. Siempre me ha interesado la diferencia. De chiquita me sentía muy encerrada. Empecé a andar con alas de día y entendí el efecto que causa lo que veía en la gente”, dice la artista.
Si María José fuera pez, las plumas serían sus escamas. Pero el océano le da miedo, sus pies tocan casi siempre tierra y elige del reino animal (al que aprendió a querer desde niña por influencia de su padre científico) especies como el águila cuaresmera para articular su serie Avistamiento. En ella se presenta con un casco de cetrería, una chaqueta emplumada y guantes en forma de garras; o como Valentina, su perro weimaraner, con quien comparte la vida cotidiana y debe presenciar las piezas que componen el armario de su dueña: una piel de marta cedida por una admiradora rusa, un corsé de cuero de Alexander Mcqueen, un vestido de baño Chanel de los cincuenta y botas mods de plataforma. Prendas negras en su mayoría, compradas en Nueva York, donde ha vivido por más de quince años, y en lugares del mundo donde su ojo certero halla la teatralidad para vestir.
En sus espectáculos, en los que combina diversas artes, derrocha una fuerza incontenible a través de su mirada, de los gestos repetidos y de su cuerpo vestido para desafiar prejuicios. “El vestuario en el performance te introduce a otro lugar: tanto al público como al artista”, dice.
Ella descubrió ese poder del vestido en los años ochenta, de la mano del grupo musical que comandaba Camilo Pombo y al que vestía Susana de Goenaga (Madame Crepé), Liz Bohórquez,
Julieta Suárez, Ángel Yáñez y Hernán Zajar. Eran las fiestas ‘Delirio’, una exultante libertad que se manifestaba en la danza y la invención de un vestuario.
Ahí estaba Arjona, la menor de una familia clásica, vestida con pantalones de vinilo y luciendo un collar de perro alrededor del cuello. Arjona siendo
Nina Hagen. Arjona pudiendo ser Madonna. Bailando sin parar.
“PERO YO SOY EL TIGRE”
‘Tigre’, así fue bautizada la artista por un habitante de las calles del centro de Bogotá al comprobar la fiereza de esa mujer delgada para no dejarse robar.
Una voluta de humo se escapa de los labios ‘picassianos’ de María José, quien acaba de terminar uno de sus
performances. Fuma para recuperar el tono vital. Estuvo desnuda, envuelta en una bolsa plástica, sentada durante horas en una silla aupada en una pared, con un diamante escondido en la boca a la espera de que alguien la convenciera de entregárselo. Acostó la cabeza en una jaula de pájaros y cantó Je ne
regrette rien, al unísono del público.
Ella calcula sus movimientos en función de las texturas. La moda es ella. “Jorge Duque es artista, una de las personas que mejor me conocen. Sabe cada milímetro de mi cuerpo. Concibió objetos extraordinarios que me permiten desplazarme en un espacio de 15 centímetros, entre el suelo y un mar de botellas de vidrio.
Nos conocemos desde 2015 y me gusta el olor de su taller. Siempre es diferente y lo asocio con la sensibilidad que tiene con el mundo. Nunca había tenido una relación semejante con un diseñador”.
Seis gallinas ornamentales cacarean hasta posarse sobre la blusa de organza rojo encendido que María José Arjona luce en esta editorial de moda. Sus pestañas sostienen extensiones de plumas. Las aves, aquí de nuevo. Es
Avistamiento en un contexto insólito para la artista: no hay público con el que interactuar, tan solo el lente de una cámara. “Me fascina estar sobrevestida, como siempre me dice mi mamá. Me gusta la situación del disfraz. Son cosas que hago con gente muy amiga”.
Huellas circulares sobre la espalda. Un tul separa la piel de Arjona de unos vasos en los que nadan unos pequeños peces rojos. Está acostada con la mirada fija en el techo, la nariz perfilada como un ave al acecho y los dedos de las manos dóciles, como si acabara de pintarlos Botticelli.
¿Qué es el performance, puesto que esta imagen técnicamente no lo es? ¿Qué dirección le da a su obra esta artista que ha tejido una relación profesional con Marina Abramović, la maestra de esta disciplina?
“Siempre que hago algo con el cuerpo me siento viva. Y todo lo que afirme en mí la vida, es lo que quiero hacer. Los gestos en un performance producen conocimiento. Es un proceso, un experimento. Se adquiere un campo de interpretación distinto al presenciarlo”.
Sí, María José Arjona tiene duende, eso que en el flamenco llaman el sentimiento del artista convertido en puro arte.