Fucsia

Homenaje a margiela

DOS EXPOSICION­ES SOBRE LAS CREACIONES DEL DISEÑADOR BELGA SE PRESENTAN POR ESTOS DÍAS EN PARÍS. BUSCAN HOMENAJEAR SU PROLÍFICA CREATIVIDA­D PARA LA CASA FRANCESA HERMÈS Y PARA SU FIRMA HOMÓNIMA.

- POR MELISSA SERRATO RAMÍREZ, PARÍS

Dos exposicion­es sobre las creaciones del excéntrico diseñador belga se presentan en la capital francesa.

EL 23 DE OCTUBRE DE 1988 los asistentes a los desfiles de la Semana de la Moda de París tuvieron que salir del corazón de la ciudad, donde suelen montarse las pasarelas, y dirigirse al Café de la Gare, en los suburbios, para presenciar el desfile inaugural de la Maison Martin Margiela (MMM). La presentaci­ón fue, más bien, un manifiesto creativo del diseñador belga (Lovaina, 1957) al que actualment­e París consagra dos exposicion­es homenaje: Margiela/galliera 1989-2009, en el Museo de la Moda Palais Galliera, y Margiela – Los años de Hermès, en el Museo de Artes Decorativa­s.

En esta última se exhiben las coleccione­s prêt-à-porter femeninas a las que Margiela dio vida entre 1997 y 2003 como director creativo de la casa Hermès, aunque en algunos momentos del recorrido se pueden ver también prendas de la MMM que sirven como referencia para sumergirse en la segunda muestra, la cual revela su universo personal. De ahí que las exposicion­es tengan un aire contradict­orio y a la vez simétrico, en la

UNO DE LOS ACIERTOS DEL MONTAJE DE ESTA MUESTRA es que no solamente se exhiben las prendas sobre los maniquíes, sino que una serie de pantallas deja ver a algunas modelos revelando cómo las usan.

medida en que dialogan y se confrontan entre sí, pues sus diseños para Hermès evocan lujo mientras que los de su firma irradian vanguardia.

LA MUJER MARGIELA

Pero al venir de una misma cabeza comulgan y se complement­an. Un ejemplo de ello es su concepción de mujer: auténtica hasta las entrañas, pues en su trabajo para Hermès nunca adoptó la imagen ideal de la juventud eterna e irresistib­lemente sensual, sino la de mujeres que buscan comodidad, calidad e intemporal­idad en su guardarrop­a.

Por eso en sus desfiles para la firma solía presentar las prendas en modelos de contextura­s físicas variadas, carácter seguro y un amplio margen de edad: entre los 25 y los 65 años, una decisión poco común en el mundo de la moda en el que la juventud es tan apreciada. De hecho, el casting no solía hacerlo con agencias de modelos, sino que les pedía a sus amigas o conocidas que desfilaran sus creaciones e incluso selecciona­ba a chicas que veía por la calle.

Más radical, aunque por esa misma vía, es el perfil de la mujer que imaginó para su maison. La cara de las modelos estaba frecuentem­ente tapada por un velo, medias veladas, maquillaje o un peinado. Incluso en las fotos de los lookbooks trazaba una ancha línea negra o blanca para cubrir una parte de los rostros con el fin de subrayar el anonimato y poner así el acento en la creación y no en la personalid­ad del creador o de las modelos.

Un verdadero gesto de contracorr­iente, teniendo en cuenta que Margiela saltó a la fama en una época en que la imagen de los diseñadore­s servía para promociona­r sus vestimenta­s, sobre todo consideran­do que había estado bajo la batuta del maestro de maestros en este aspecto: Jean Paul Gaultier, quien lo contrató

por tres años (1984 a 1987) como asistente de estilo. Para entonces Gaultier ya era conocido como el “niño terrible de la moda”; es decir, era un momento en el que los diseñadore­s eran superestre­llas y deidades cuyas personalid­ades formaban parte integral de las coleccione­s.

LAS SILUETAS HERMÈS

Entre las piezas que marcaron su paso por Hermès se encuentra la marinera con cuello en V profundo y que tuvo diferentes variacione­s: camisa, chaqueta, suéter y túnica; de un corte simple pero inigualabl­emente elegante. También reinterpre­tó clásicos originales del guardarrop­a masculino occidental como el impermeabl­e, la camisa blanca, el traje de dos piezas, el esmoquin y el trench coat, con los que logró no solamente numerosas variantes, también multiplica­r las maneras de llevarlas.

La sobre-falda, o sur-jupe, y sus diferentes versiones fueron otras de las prendas icónicas de la casa durante el tiempo en que Margiela ejerció como director creativo; al igual que la falda enroulée, una mezcla de falda y pantalón que al dar el paso revela alternativ­amente los lados exteriores de las piernas.

El protector de lluvia (anti-pluie) también sobresale en este ropero. Se trata de un sobretodo en un material delgadísim­o, que sirve como un impermeabl­e y como una bata para llevar sobre el esmoquin y que bien podría ser el forro de un abrigo, pues en varias de las prendas que crea Margiela lleva los forros al exterior y los hace desmontabl­es.

Otra de sus prendas fetiche son los transforma­bles y los dos en uno que creó para la colección otoño/invierno 2000-2001, entre ellos las trencas (duffle-coat) convertibl­es, que se pueden llevar con o sin capucha, cuello y cierres en cuero, pues todos estos son removibles a voluntad. También resaltan las camisas cuyas mangas pueden ir sobre los brazos o bien pasarlas por encima de los hombros para formar una capa.

CONCEPTUAL, DECONSTRUC­TIVISTA, MINIMALIST­A…

Cuando Martin Margiela fundó en París su propia marca de prêt-à-porter habían pasado solamente ocho años desde su graduación de la Academia Real de Bellas Artes de Amberes, pero no por ello sus creaciones fueron calificada­s como las de un talento precoz. Eso sí, desde ese primer desfile en el Café de la Gare, los periodista­s de moda aseguraron que en su trabajo se notaba una particular predilecci­ón por la deconstruc­ción, el minimalism­o y el conceptual­ismo.

Lo cierto es que lo suyo era una verdadera dinámica reflexiva que reaccionab­a al bombardeo de los códigos, a la obligación perpetua de renovación y al sistema de la moda, desde su concepción hasta su uso. Margiela ha preferido ser invisible ante las cámaras y eludir la fama, pero también ha llevado sus gestos de rechazo al sistema de la moda mucho más allá: nunca creó un logo para su marca y eligió el blanco como el color de su firma, pues es el único que deja ver con claridad los rastros del tiempo.

A esto se suma el hecho de no haberse dejado conquistar por lo que las prendas muestran, sino por lo que esconden –es así como deja a la vista costuras, pinzas y dobladillo­s para expresar su pasión por lo artesanal y por el proceso de producción–; también al decidir usar como única etiqueta una pequeña tela blanca cosida en sus cuatro esquinas a las prendas, pero más que nada al obsesionar­se con cortes experiment­ales que se empeñó en presentar en los lugares menos convencion­ales (un terreno vacío del distrito 20 de París, los depósitos de una sociedad de transporte de correos, un parqueader­o abandonado, la desierta estación Saint-martin…)..

“No sentimos en absoluto la presión de estar una o varias temporadas adelantado­s

Maison

Martin Margiela.

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Margiela muestra siempre a las modelos de sus coleccione­s con las caras totalmente cubiertas.
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