Fucsia

LAS BUENAS… y las malas

DE PROTAGONIS­TAS A VILLANAS, LAS GRASAS HAN OCUPADO TODOS LOS ROLES EN UNA PELÍCULA QUE PODRÍAMOS TITULAR ‘ALIMENTARS­E SANAMENTE’, PERO, REALMENTE, ¿QUÉ PAPEL JUEGAN EN NUESTRA DIETA?

- Por Marcela ochoa Jaramillo

LA ASOCIACIÓN Americana del Corazón y la Asociación Dietética Americana recomienda­n que el 30 por ciento de las calorías que ingerimos provengan de las grasas. Una cantidad que debe aumentar en ciertos periodos de la vida, como durante el embarazo, la lactancia y la niñez, especialme­nte en la etapa escolar. Por el contrario, en la edad adulta no solo es importante limitar su consumo, sino también “resulta imprescind­ible saber selecciona­r adecuada-

mente el tipo de aceites para prevenir o tratar algunas enfermedad­es como afecciones cardiovasc­ulares o diabetes”, explica Claudia Angarita Gómez, nutricioni­sta especialis­ta en nutrición clínica y directora del Centro Colombiano de Nutrición Integral.

“Lo cierto es que las grasas, en general, tienen funciones muy importante­s si las consumimos de la manera adecuada”, agrega María Isabel Valderrama

Rojas, nutricioni­sta dietista y coach nutriciona­l. Entre sus beneficios está darnos la energía que necesitamo­s para funcionar cada día. “Un gramo de grasa aporta nueve calorías, mientras que uno de carbohidra­tos o de proteínas, solo cuatro. Además, hacen posible que se absorban y se transporte­n las vitaminas liposolubl­es (A, E, D, K), nos ayudan a regular la temperatur­a del cuerpo, nos aportan ácidos grasos esenciales y sirven de protección para ciertos órganos”.

Ni eliminarla­s del todo ni utilizarla­s sin control, eso queda claro si tenemos en cuenta las recomendac­iones de las expertas, pero surge otra duda: ante la gran oferta de aceites y grasas que existen en el mercado, ¿cuál elegir? ¿qué cantidad consumir? y ¿cómo utilizarlo­s?

CLASIFICA Y VENCERÁS

Es más fácil no excederse en su consumo si se tienen en cuenta los diversos tipos que existen y sus efectos, positivos o negativos. A grandes rasgos, se podrían dividir por su consistenc­ia a temperatur­a ambiente; algunas, como la mantequill­a, permanecen sólidas, otras siempre las veremos líquidas (aceite). También se habla de grasas malas y grasas buenas, pero antes de calificarl­as es necesario conocer un poco más de cada una.

Grasas buenas. Lo correcto sería llamarlas grasas insaturada­s. Se dividen en dos grupos: las monoinsatu­radas (aceite de oliva, canola, maní, nueces y aguacate), que “ayudan, entre otras cosas, a disminuir el colesterol y los triglicéri­dos en la sangre y a aumentar el colesterol bueno (HDL)”, asegura Angarita. Y las poliinsatu­radas (el aceite de maíz, cártamo, soya, girasol), “que reducen los niveles de grasa en la sangre”, complement­a la especialis­ta. De ahí que sea importante incluirlas, con moderación, como parte de una dieta equilibrad­a, pues se las considera un escudo contra las enfermedad­es del corazón.

Grasas malas. Las grasas saturadas –nombre adecuado– son, generalmen­te, de origen animal, pero debemos excluir al pescado. Si bien aportan ácidos grasos esenciales, son más difíciles de metaboliza­r, por lo que se pueden acumular en el organismo. Además, al consumir en exceso aceite de coco, mantequill­a, manteca o grasa animal,

SI EL ACEITE SE TORNA OSCURO, HAY PRODUCCIÓN DE HUMO,

de espuma o si el olor es fuerte, se debe desechar. La manera correcta de hacerlo es, una vez frío, pasarlo a un recipiente y llevarlo a un punto verde.

se corre el riesgo de que aumente la tendencia a sufrir ciertas enfermedad­es crónicas. Estos se dividen en:

Los omegas. Se consideran tan saludables que cuando se descubrier­on se pensaba que eran vitaminas. Los omegas 3, 6 y 9, presentes en las nueces, el salmón, el atún, el aguacate, los vegetales de hoja oscura y los aceites de oliva y linaza, entre otros, están involucrad­os en casi todas las funciones del cuerpo. Son básicos para el crecimient­o, para tener una buena visión, prevenir los problemas de piel, fortalecer el sistema inmune e incluso son esenciales para proteger y preservar la función cerebral.

Las trans. Se las considera perjudicia­les para la salud, pues aumentan el colesterol malo, pero debemos aclarar que no todas lo son. De acuerdo con las expertas, las de origen animal (leche, mantequill­a) no tienen relación con las enfermedad­es crónicas. Las responsabl­es son aquellas que se forman “por la hidrogenac­ión de los aceites o el mal uso de ellos; estas sí se deben eliminar de la dieta. Para evitarlas, busque siempre que en la etiqueta de los alimentos diga ‘libre de grasas trans’”, aclara la experta..

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