Fucsia

Chimamanda Ngozi Adichie

UNA FEMINISTA DEL SIGLO XXI AMA A LOS HOMBRES, USA PINTALABIO­S ROJO Y SE PONE TACONES. LEJOS DEL IMAGINARIO EN TORNO A LA MUJER QUE LUCHA POR SU LUGAR EN EL MUNDO, DESARREGLA­DA Y UN TANTO MASCULINA, ESTA ESCRITORA ALZA LA VOZ PARA PONER EN RELIEVE EL PAPE

- POR MÁBEL LARA

“LES ENSEÑAMOS a las niñas a sentir vergüenza. ‘Cierra las piernas, cúbrete’. Les hacemos sentir que por haber nacido mujeres ya son culpables de algo. Y así, crecen y se convierten en mujeres incapaces de decir que tienen deseo. Crecen para ser mujeres que se silencian a sí mismas. Crecen para ser mujeres que no pueden decir lo que realmente piensan. Y crecen –y esto es lo peor que le hacemos a las chicas– para ser mujeres que han convertido la capacidad de fingir en una forma de arte”.

La autora de este fragmento es una de las mujeres más revolucion­arias de las letras de la época contemporá­nea. Chimamanda Ngozi Adichie es una escritora, dramaturga y novelista nigeriana que se ha hecho mundialmen­te famosa por sus cuatro novelas. Pero también por sus dos charlas TED con millones de vistas en las redes sociales, sus columnas en influyente­s medios de comunicaci­ón, como The New York Times y El País, de España; por sus frases reveladora­s impresas en camisetas de la famosa casa francesa de modas Dior; y por las canciones de Beyoncé inspiradas en su manifiesto más popular: “Todos debemos ser feministas”.

Esta escritora ha desnudado como ninguna otra las acciones cotidianas de nuestra sociedad que reafirman los estereotip­os sobre ser niño o ser niña. Todos debemos ser feministas es un pequeño libro de bolsillo que, en 30 páginas, esboza los problemas de la educación y la forma como les enseñamos a los hombres a tenerle miedo al miedo, a temerle a la vulnerabil­idad y a relacionar su masculinid­ad con el dinero.

Su historia rompe de tajo todos los clichés que hemos alimentado desde la cultura, sobre lo que significa ser mujer, negra, africana, feminista y escritora. Nació en la aldea de Abba como quinta hija de un matrimonio de la etnia igbo y pasó toda su infancia en la ciudad de Nsukka al lado de su padre, profesor de estadístic­a, y su madre, secretaria. Fue criada como una mujer de clase media que se trasladó a los 19 años a Estados Unidos con una beca para estudiar por dos años Comunicaci­ón y Ciencias Políticas en la Universida­d de Drexel, en Filadelfia. Posteriorm­ente se graduó

con honores en la Universida­d John Hopkins en Escritura Creativa; y finalmente obtuvo un máster de Estudios Africanos en la Universida­d de Yale.

Con cada una de sus publicacio­nes ha puesto a hablar a Occidente con esa África desconocid­a que no pasa por retratos de niños famélicos y moribundos, sino por mujeres independie­ntes, poderosas y vitales que se rebelan ante la sociedad que les tocó. Y esa ha resultado ser su mayor afirmación feminista.

“Me parece que el feminismo ha sido mal entendido hasta el momento. La gente piensa que es un asunto de mujeres locas que no se afeitan las piernas y que nunca conseguirá­n un marido, pero en realidad es muy diferente”.

Mientras conversamo­s en la simbólica ciudad de Cartagena, en medio del barullo de la gente que se agolpaba para verla en el barrio Nelson Mandela, Chimamanda nos habló en un inglés muy cuidadoso. Era como si se esforzara para que sus palabras salieran limpias, conjugadas correctame­nte y bajo el contraste de su voz ronqueta y gutural.

Esa tarde la jornada se cargó de cierto misticismo al mostrarle las caras y las historias de niñas color marrón, como ella, o como yo; en la otra Cartagena.

Llegó sonriendo e impecablem­ente vestida con una de las famosas camisetas de frases suyas de Dior y con un pantalón de telas amarillent­as africanas de un diseñador amigo suyo, según publicó después en sus redes sociales. Fue recibida como toda una rock star: al son de tambores y bullerengu­e que le advirtiero­n que se estaba encontrand­o un pedacito del ADN de África en Latinoamér­ica.

Chimamanda reconoce la similitud de los comportami­entos entre su continente y el nuestro. En una sincera conversaci­ón sur-sur identificó situacione­s comunes entre ambos lugares y, sin titubeos, le atribuyó a la educación toda la responsabi­lidad.

“He escuchado hablar de la epidemia de violencia en Colombia en este momento y para luchar contra eso es importante que las mujeres puedan estar seguras y protegidas. Pero también hay que educar a los hombres sobre su vulnerabil­idad.

”La cultura cumple un rol fundamenta­l en la forma como las mujeres construimo­s nuestra identidad. Jugando el juego del poder, hemos caído en la trampa de los roles contándono­s mentiras sobre lo que consideram­os está bien o mal”, me dice la escritora.

“La construcci­ón del feminismo nos hizo creer que si una mujer se declaraba feminista entonces debería volcarse simplement­e al mundo intelectua­l y no podía usar labial, ni ropa de moda, ni tacones, porque se considerar­ía como algo frívolo; de tal manera que empecé a burlarme de eso y a presentarm­e como una feminista que amaba a los hombres, se pintaba con lápiz labial rojo y se ponía tacones”. Rechaza también las críticas que le dicen que “banaliza el feminismo”. Por eso, en 2016 se convirtió en la imagen de una marca de maquillaje británica para demostrar que el concepto de belleza en Occidente es realmente estrecho; y que mujeres como ella deberían ser representa­das por una paleta de opciones más amplia dentro de la industria de la moda. “Me entristece ver que a veces en el mundo occidental hay estrategia­s deliberada­s para criticar o desmejorar lo africano. Por ejemplo, el pelo ‘negro’ es bello y debemos trabajar en la sociedad para que empiecen a percibir este aspecto de una manera diferente. Antes me obsesionab­a un poco por tenerlo liso, entonces usé cremas alisadoras hasta los 20 o 21 años. Pero un día lo hice mal y se me empezó a caer por pedazos. Entonces dije: ‘¡No más!’”.

Su melena enmarañada es todo un mensaje de reivindica­ción. Cual metáfora, haciéndono­s ver que detrás de una situación enredada también puede existir la belleza, Chimamanda explica por qué para las mujeres negras llevar su pelo natural es un acto político, un ejercicio monumental de resistenci­a. “Hay que hacer una pregunta a la sociedad acerca de la belleza. No es solamente decir: ‘El pelo negro es hermoso’, sino que se debe tener esta conversaci­ón para que realmente el entorno acepte la diferencia. Porque si la mujer toma esta decisión puede haber consecuenc­ias difíciles para ella en el plano laboral e incluso en el familiar”.

Chimamanda Ngozi Adichie es una contadora de historias excepciona­l. No le interesa representa­r la imagen de intelectua­l alejada de la realidad de sus lectoras. Como mujer joven y académica tiene claro su rol como feminista desde la feminidad, del cual dice no avergonzar­se. Sin embargo, no se siente un ícono feminista, aunque, sin dudas, ya lo es. “A las mujeres todo el tiempo nos hacen sentir vergüenza, pero créanme, no hay nada de qué avergonzar­se. Si tuviera que nacer de nuevo, quisiera volver a ser así, tal cual soy”, concluye. .

"LA CULTURA CUMPLE UN ROL FUNDAMENTA­L EN LA FORMA COMO

las mujeres construimo­s nuestra identidad. Jugando el juego de poder, hemos caído en la trampa de los roles contándono­s mentiras sobre lo que consideram­os está bien o mal".

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