ENTREVISTA
DARÍO NARVÁEZ, DISEÑADOR INDUSTRIAL
Las creaciones del diseñador industrial Darío Narváez esconden mensajes que se revelan con el tiempo mientras proponen un balance entre lo análogo y la tecnología. Sus piezas exploran los principios y los reinterpreta en una vía que apunta a contar historias.
Darío Narváez nació en Popayán el 9 de mayo de 1989. A los 10 años de edad aprendió a hacer pesebres y en diciembre sus familiares y algunas iglesias de la ciudad le pedían que se encargara de imaginar y recrear a pequeña escala las campiñas de Belén. Cuando no estaba construyendo microarquitectura en cartón paja, pintaba heliconias con óleos o tomaba los libros de biografías que encontraba en la biblioteca de su abuelo y hacía su propia versión de los retratos. En el colegio se lució en dibujo artístico y técnico. Ayudaba a los profesores con murales y afiches para los eventos escolares y a los 13 ya estaba explorando el arte abstracto.
Le gustaban los números, le iba bien en matemáticas, jugaba fútbol y tenía una patineta en la que pintaba los logos que veía en las revistas internacionales. Construía sus propias rampas con las tablas de las camas de su casa y un serrucho prestado, aunque por ese entonces no era consciente de que existía alguien encargado de hacer objetos. En el 2006, cuando obtuvo su diploma de bachiller, descubrió el Diseño Industrial por referencia de una prima. Sabía que quería estudiar algo creativo y la carrera que acababa de conocer parecía ser la adecuada. Se radicó en Cali y entró a estudiar a la Universidad Icesi. Su impecable mano alzada lo hizo sacar la mejor nota en bocetos y esa fue la constante de todo el programa: un promedio por encima de 4.7, monitor de varias materias en la facultad de Diseño e Ingeniería, cuadro de honor en todos los semestres y grado Cum laude.
Hizo su práctica universitaria en Nueva York en Curve ID y, antes de terminar la pasantía, Alberto Mantilla le ofreció quedarse en la firma. Hoy está en la Gran Manzana cursando una maestría en Diseño y Tecnología con media beca en Parsons, continúa trabajando con el equipo de Mantilla y Anthony Baxter para clientes como John Deere, hace ilustraciones para su archivo personal y desarrolla proyectos independientes que ya han sido un éxito en plataformas como Designboom. Ese es Darío, un boom del diseño nacional.
¿Cómo llegó a Curve ID?
A finales del 2010, cuando estaba terminando la universidad, una profesora me pidió mi portafolio para enviárselo a Alberto Mantilla. A él le gustó y nos contactamos para hacer la primera entrevista. Recuerdo que hablé con él desde una cabina telefónica. Después hubo un encuentro con el resto del equipo de Curve ID por Skype. Yo estaba muy nervioso, hablaba poco inglés y la noche anterior había pasando derecho haciendo la tesis. En febrero me llamó Alberto, me dijo que me había ido mal en la entrevista, pero que sabía que en mí había talento y potencial. Me pidió que hiciera un proyecto para John Deere, lo realicé y se lo envié por correo electrónico. Me respondió: “Nos encantó el trabajo. ¿Cuándo vienes a Nueva York?”. Yo no había salido de Colombia. Saqué el pasaporte y la visa y en mayo aterricé allá.
Entonces viajó a hacer la práctica profesional, y en teoría se iba a quedar cuatro meses.
Llegué en verano. Había tres proyectos grandes: para Muma, John Deere y Panasonic. Alberto y Nicolás Ochoa estaban dirigiendo el proyecto de la silla Ingo para Muma y yo estuve muy metido en el desarrollo conceptual y en los bocetos. La idea era volver a Cali al terminar la práctica, graduarme en agosto e irme a Europa a especializarme en diseño de carros, que era mi pasión en ese momento. Pero Alberto y Tonny Baxter me llamaron un día y me preguntaron: “¿Te gusta Nueva York?” Les respondí “Sí”. No habían pasado los cuatro meses, ni siquiera había terminado la pasantía y me dijeron: “Te queremos hacer un full time”.
Lo contrataron, y en su tiempo libre, ¿cuántos cursos hizo?
En Computer Graphics Master Academy hice cursos en las noches de arte conceptual, figura analítica, diseño de entornos y pintura digital; ahí me guiaron profesores que han trabajado en Pixar y DreamWorks. Los sábados en la mañana, de hobby, tomé cursos de escultura en la New York Academy of Art.
¿Y qué pasó con la pasión por diseñar carros? En Nueva York me di cuenta de que el diseño automotora es un campo muy exclusivo, muy estético y escultural. Hay que tener mucho talento para hacerlo, pero es como… bueno… ¿y qué más pasa?, ¿cuál es la experiencia?
¿Qué lo impulsó a hacer la maestría en Diseño y Tecnología que está cursando en Parsons?
El diseño industrial está en un proceso de cambio. El que se conocía en el siglo pasado era el de la era de la industrialización. Todo muy relacionado con la estética. Ahora, en la era digital, hay nuevas experiencias. La tecnología está cambiando absurdamente, pero veo que el diseño industrial se quedó en la era de la industrialización. Los diseñadores industriales natos se están quedando en la experiencia estética, en la poca innovación, en hacer lo que ya está hecho. Se basan más en el exterior que en el núcleo. Esa fue una de las razones por las cuales empecé a estudiar diseño y tecnología. Siento que el diseño industrial está en un proceso de cambio que está en la tecnología, en la era digital.
¿Tiene algún referente que lo aplique?
Joris Laarman. Él trabaja con un equipo de científicos y gente del campo tecnológico. Hace sillas y otras piezas de mobiliario con alto nivel de experimentación y tecnología. Vi su trabajo y pensé: “¿cómo hizo eso?”. Empecé a leer, a investigar y concluí que toca estar ahí en el cambio. Busqué universidades. Apliqué en el Royal College of Arts, en Londres, y en Parsons, en Nueva York. En las dos me aceptaron y me quedé en Estados Unidos ya que en Parsons me dijeron: “Por su trabajo y por lo que vimos en su portafolio queremos ofrecerle el cincuenta por ciento de beca”. Entré en agosto del 2017 y termino en mayo del próximo año. Me ha ido muy bien afortunadamente. Me mantuvieron la beca (que era para un año) porque tengo el promedio en 3.97 sobre 4. Pero ha sido una experiencia difícil porque la maestría es de tiempo completo, y estoy 27 horas a la semana en Curve trabajando con el equipo en varios proyectos para John Deere y otros para All-Clad.
¿Qué va a hacer de tesis? Algo relacionado con robots.
¿Cuál es su misión profesional?
Cada vez que la tecnología avanza nos estamos aislando de lo análogo, de lo tangible, de la experiencia de tocar, de sentir las texturas, de oler… y esos momentos sensoriales alimentan el cerebro. Con la falta de esa experiencia tangible que la tecnología está evitando estamos perdiendo esas conexiones del cerebro, de donde surgen las ideas. El trabajo consiste en generar un balance, en usar esa tecnología para construir nuevas ideas. Eso es lo que estoy experimentando. Busco una comunión entre lo físico de la industrialización y los códigos de la era digital. En mi opinión, es ahí donde crece el diseño industrial.
Para usted, ¿cuál es el valor agregado del buen diseño?
Los objetos deben proponer vínculos emocionales que permitan extender la experiencia más allá del tiempo, las tendencias y la moda. Los objetos que poseen carácter atemporal se caracterizan por ser funcionales y considerar profundamente forma y estética, pero también pueden crear conexiones emocionales, recuerdos, memorias y nostalgia. Las estrategias cíclicas propias de un sistema sostenible deben sobrepasar lo físico y lo tangible, trascender los límites de lo técnico —que son el medio y el material— e interesarse en atributos más intrínsecos y personales. El diseño se vuelve sostenible y perdura en el tiempo cuando supera lo estrictamente escultural.
Personajes como Milton Glaser, Dieter Rams y Bruce Mau han escrito famosos principios y manifiestos que han sido referentes para el diseño en el mundo. Según su experiencia, ¿qué atributo añadiría?
Los objetos promueven la curiosidad. Se revelan por capas, y no necesariamente piden a gritos ser escuchados o entendidos. Los objetos pueden esconder mensajes ocultos que solo se revelan por el acto de la curiosidad y el tiempo. Por lo tanto, se convierten en experiencias que rompen los límites de lo contemplativo y promueven interacciones. El usuario-consumidor pasa de ser un observador a un actor de la experiencia. Pasa de un esquema pasivo y estático a uno activo.
Es quizá ese el éxito del collar que quiere vender Designboom en su tienda en línea.
Sí. Sin ser obvio, sin estar expuesto. A simple vista es un collar y tal vez no se sabe el mensaje que esconde. Pero guarda una sorpresa y una capa de atributos que generan un vínculo más profundo.
En su lista de pendientes, ¿qué quisiera diseñar?
Juguetes. Es uno de los objetos más complejos de diseñar porque se trabaja con niños y ellos son difíciles de entender. Pero por otro lado es la complejidad técnica de los mecanismos y de la experiencia, también el reto de ganarle a la tecnología, que los niños se desapeguen de la pantalla. Otra cosa son todos los estándares de seguridad que hay alrededor de los juguetes: que el niño no se lo trague, no lo bote, no lo pise, no lo dañe, no lo zafe. Supercomplejo. Yo digo que son uno de los objetos más retadores que existen por encima de cualquier cosa.
Dentro del arte, ¿dónde encuentra inspiración? En la música. En el jazz. Voy con mi novia a sesiones de improvisación y eso de alguna manera me enseña a ser creativo. También voy a escuchar música clásica en el Lincoln Center. Antes, cuando no tenía novia, iba solo y me sentaba con mi cuaderno de bocetos y pensaba en ideas mientras escuchaba la música. Era el proceso para crear.
¿Qué le gusta leer?
Mucha ciencia ficción. Isaac Asimov. Él escribió el libro Yo,robot. Habla de la eternidad y de viajes en el tiempo y en el espacio. A la larga, esas imágenes que uno captura cuando lee van inspirando inconscientemente las ilustraciones y se van plasmando en los objetos que uno diseña.