El árbol de la vida de verdi
En el 2013, Tomás Vera, director creativo de Verdi, estuvo viajando por México. Entre Oaxaca y San Miguel de Allende quedó fascinado con la simbología del árbol de la vida, y cuando regresó a Colombia empezó a pensar en una reinterpretación de esta famosa escultura en barro con la identidad de Verdi: un árbol con tronco de cobre y follaje en fique. Mantuvo la idea en su cabeza, retomó la forma de una bonga –su árbol favorito– y dos años después la llevó a una imagen 3D, pero la magnitud del proyecto, de casi seis metros de alto, no contaba con un espacio para hacerlo realidad. Y así quedó el proyecto, hasta que en septiembre del año pasado, mientras Tomás caminaba por la carrera 69P con calle 78, en el barrio Las Ferias de Bogotá, encontró una bodega desocupada para contener el nuevo espacio de exhibición de Verdi, una firma que entreteje metales con fibras naturales y métodos artesanales para crear tapetes, cortinas, cojines, mochilas y carteras exclusivas y llenas de significado.
Para transformar la anodina bodega de 310 metros cuadrados en el espacio de sus sueños, Tomás Vera trabajó de la mano de la firma de arquitectura y diseño interior Colette Studio. La experiencia comienza cuando desde la puerta abierta se vislumbra un espacio oscuro, en penumbras. La transición entre la calle y la entrada genera incertidumbre hasta que el ojo se centra en un túnel rectangular iluminado con focos indirectos. Los 12 metros del trayecto se recorren entre el piso entapetado en fique, las paredes pintadas de gris y el techo revestido con un textil de 250 kilos de cobre; ahí, desde el primer paso, se evoca el sonido del bosque. El final del túnel se encuentra cerrado por una cortina de cerca de dos mil hilos azules que, al correrlos, permiten descubrir, con gran impacto, el gran árbol de la vida que invierte el orden de los materiales del piso y el techo del túnel: cobre y fique, las materias primas de Verdi.
El árbol, tal como lo imaginó Tomás Vera, está anclado al piso de cemento pulido con dilataciones en bronce por medio de unas raíces de hierro incrustadas al mismo antes de fundirlo. Su tronco está recubierto por un tejido de hilos de cobre con interior de paja hecho a mano, mientras que el follaje está compuesto por fique traído de Curití.
Además del árbol, que estructura la distribución del showroom, hay otros elementos que llaman la atención, como la estructura (que parece flotar gracias al juego de luces) revestida con listones de roble que se repiten en la pared de la izquierda, donde sobre tótems de concreto se exhiben las mochilas y las carteras de la marca. Al otro lado, con una superficie blanca de fondo, se exponen por ahora cojines y textiles. Este espacio, concebido como un galería, en un futuro tendrá una exposición de fotografía o alguna otra manifestación artística que se relacione con el universo de la marca.
La recepción también expresa la esencia de Verdi: la barra, diseñada por Colette y 5 Sólidos, tiene una tapa en mármol envejecido veteado y está acompañada por sillas de Tucurinca que acentúan la importancia de las texturas en el espacio. Al fondo, vecina a unas cortinas tejidas en fibra de plátano con detalles de cobre que limitan el área de muestras, está la escalera de caracol que conduce a la sala de ventas. La escalera está forrada con fibras templadas de cumare traídas del Amazonas que dejan entrever los pasos en roble, y termina en el segundo piso en barandas hechas con el mismo material.
Los elementos que componen el espacio de exhibición de Verdi son fieles a su esencia: un universo entretejido que exalta la originalidad de los materiales, que le rinde un tributo a la naturaleza y que, al igual que el árbol de la vida, reconoce a sus ancestros como valores fundamentales de la existencia humana.