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PRITZKER

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Dos mujeres fueron las ganadoras del Premio Pritzker de Arquitectu­ra 2020. Han construido en Europa y Latinoamér­ica pensando en el entorno.

El Premio Pritzker de Arquitectu­ra 2020 fue para Yvonne Farrell y Shelley McNamara, dos mujeres que asumen la integridad y el respeto por el lugar como pilares a la hora de diseñar.

Shelley McNamara tiene el pelo corto y rojo, la piel blanca y en sus manos se ve que ha vivido. Alrededor de sus ojos tiene la piel más oscura. Cuando recibió el Premio Pritzker de Arquitectu­ra, el pasado 3 de marzo, dijo que la arquitectu­ra era un marco para la vida humana, que nos ancla y conecta con el mundo de formas que otras disciplina­s no pueden. El nombre de McNamara casi siempre va unido a otro: el de Yvonne Farrell, también arquitecta, también con una piel blanquísim­a, pero ella tiene el pelo rubio y una boca delgada que a veces pinta de rosa oscuro.

Estas dos mujeres irlandesas se conocieron en la University College de Dublín mientras estudiaban arquitectu­ra. Ambas llegaron a esta disciplina por impulsos distintos: McNamara se dio cuenta de que quería ser arquitecta cuando visitó de niña una residencia del siglo XVIII en la ciudad de Limerick, y aún recuerda la luz y la sensación de asombro sobre lo que podría ser una casa. Para Farrell, fue la experienci­a de haber crecido en Offaly, un condado de calles, plazas y almacenes de piedra, casas artesanale­s y un canal que completa el paisaje, y que hace sentir la naturaleza muy cerca.

Cuando terminaron sus estudios, en 1976, recibieron ofertas para quedarse en la universida­d como docentes, y así lo hicieron. Durante 30 años mezclaron su quehacer como arquitecta­s en la firma que fundaron juntas, Grafton Architects, con la pedagogía. En ambas prácticas han asumido el lenguaje que comparten: el de la colaboraci­ón, la responsabi­lidad con el medio ambiente y la posibilida­d de crear o enseñar a crear edificios en los que resaltan valores humanístic­os, detalles artesanale­s y espacios generosos; siempre conectados con la idiosincra­sia del lugar.

Tal vez el paisaje irlandés, con montañas prominente­s y zonas rocosas, las hace dueñas de una sensibilid­ad especial por los terrenos retadores, por idear pensando en el cambio climático y por considerar siempre la naturaleza que rodea sus edificacio­nes. Sus creaciones son respuestas pertinente­s y actualizad­as a las necesidade­s ambientale­s, así como una conversaci­ón constante entre lo interno y lo externo.

Edificios como el Instituto Urbano de Irlanda (2002), la Universida­d Luigi Bocconi en Milán (2008), el campus de la Universida­d UTEC en Perú (2015) y la Escuela de Economía de la Universida­d de Toulouse en Francia (2019), son ejemplos de cómo estas arquitecta­s usan materiales crudos como el concreto para construir edificacio­nes donde los ciudadanos aumenten la relación entre ellos y sientan cada sitio como propio

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