EL PARAÍSO DE BESSUDO.
El popular zar del turismo culminó el sueño de su vida: crear en las idílicas playas de Barú un refugio de 55 bungalows para los amantes de la naturaleza que quieran aislarse de la contaminación visual y auditiva del mundo contemporáneo. Aunque Jean Claud
Jean Claude Bessudo acaba de inaugurar el hotel Las Islas, un refugio de 55 bungalows en Barú creado para los amantes de la naturaleza, el nudismo y los deportes náuticos.
El empresario
Jean Claude Bessudo procura no dar detalles de sus logros, ni siquiera cuando lo invitan a promover las bondades de su hotel Las Islas, que recién inauguró en Barú, a solo 45 minutos de Cartagena. Prefiere que hablen por él los colaboradores del proyecto. Todos lo adoran por su buen trato y talento, y reconocen que, en relación con este paraíso en el Caribe, él ha hecho simultáneamente de arquitecto, decorador, interiorista y hasta de chef. “Las inversiones de mi empresa son como hacer el amor. Hay que practicarlo mucho y hablarlo poco”, dice con su acento francés marcado, como si acabara de bajarse hace un año del avión, cuando en realidad lo hizo hace casi sesenta. No obstante, es el más colombiano de todos gracias al espíritu visionario y al impulso económico que le dio a la empresa Aviatur, fundada por su tío Víctor Bessudo en 1957, que hoy tiene un patrimonio de 4500 empleados y unas 300 oficinas en todo el país.
Las Islas nació de uno de los chispazos humorísticos de Bessudo, quien trata a los empleados de ‘sumercé’ y les dice palabras de grueso calibre, siempre a la espera de que se las retribuyan con carcajadas. El hotelero se encontraba en las pla-
El bosque tropical seco, donde fue construido el hotel, recibió el elogio de los conservacionistas del Jardín Botánico de Cartagena. El hotel Las Islas es un zoológico de puertas abiertas por donde caminan tigrillos y osos hormigueros.
yas de Peter Island, en las islas Vírgenes estadounidenses, donde tienen el eslogan ‘We Offer Nothing’, y se le ocurrió colombianizarlo con un ‘Aquí no pasa un carajo’ como lema de su propio refugio vacacional. Pero el fondo era otro: quería abrir un lugar de placer y descanso que contribuyera al crecimiento del turismo sostenible, o incluyente, como él lo llama, de nuestro país.
El terreno para concretar su ambicioso proyecto lo tenía desde los años ochenta, cuando compró los lotes El Peso y Mona Prieta en plena era de terror de Pablo Escobar. La vida le ofrecía solo dos caminos: salir corriendo del país o hacer empresa en un sector debilitado por la mala imagen de Colombia en el exterior. Las bombas de los carteles estallaban en las grandes ciudades, pero aun así Bessudo insistía en la democratización de la industria sin chimeneas, entre paisajes verdes y azules, más allá del tradicional concepto de los rascacielos hoteleros.
Llegó por primera vez a Barú en pleno gobierno de Belisario Betancur, cuando la viceministra de Desarrollo de ese entonces, María Ángela Tavera, lo nombró asesor de una serie de proyectos que buscaban la implementación hotelera en regiones apartadas del país. Era 1986, en medio del auge de la narcocultura, cuando Colombia pensaba recomponerse a través del turismo, pero con pasos erráticos, tal como lo dice el empresario. El 27 de marzo de ese año, él y la funcionaria viajaron a bahía Taganga, en las estribaciones de la Sierra Nevada de Santa Marta, destino que eligieron para concretar las inversiones. Pero se encontraron con que aquel paraíso era el infierno mismo debido a las rumbas descomunales que organizaba constantemente el hondureño Juan Ramón Matta Ballesteros, uno de los capos de Latinoamérica que había buscado escondite en el Caribe después de huir de la cárcel Modelo de Bogotá.
Lección aprendida: Bessudo supo que Taganga no era el anhelado remanso de paz y se fue a Barú, que aún no tenía desarrollo turístico. “Jamás olvidaré aquel episodio de Matta Ballesteros.
Recuerdo que andaba con señoritas de 1,3 en conducta”, asegura, otra vez entre risas.
Treinta años después construyó Las Islas, un conjunto de 55 bungalows: 22 a nivel del mar y 33 sobre árboles de unos 40 metros de altura. Y si Bessudo afirmó que en Las Islas “no iba a pasar un carajo” se equivocó, porque suceden muchas cosas.
El hotel cuenta con cinco bares, cuatro restaurantes y un café heladería, lo que equivale a una oferta culinaria nacional e internacional que incluye frutos del mar y hasta pizzas elaboradas en horno de piedra. Marginarse de la civilización no implica renunciar a las delicias del chef Andrés Felipe Cano, experto en brochetas de langostino, pulpo parrillado y otros cincuenta platillos que dominan los menús de los restaurantes Tía Coco, bautizado así en honor a la hermana del hotelero colombo-
francés, y Las Guacas, digno de las noches que invitan a la elegancia, aunque sea junto al mar.
También existe un solario para los visitantes más desinhibidos, aquellos que practican topless y nudismo. El spa lleva el nombre de Niña Danielle, una oda de amor a su esposa desde hace 50 años, Danielle Bessudo, quien sembró el bosque tropical seco de los dos lotes hace 32 años, donde hay especies endémicas como caracolíes y macondos. Cuando empezó la construcción, ella no permitió que se tumbara un solo árbol, de ahí la travesía de la madera, que tuvo que traerse de los bosques canadienses.
El complejo hotelero jalonó el empleo en Barú. Se estima que el 90 por ciento del personal nació en la zona.
El proyecto de Las Islas será replicado en otras regiones del país, dijo el empresario.
Los hijos del presidente del grupo Aviatur también se integraron al proyecto Las Islas: Anne Bessudo, con su aporte a la buena mesa, y Sandra Bessudo, como organizadora de la escuela de buceo La Tiburona –atendiendo al apodo que le puso el expresidente Ernesto Samper Pizano–, quien desde la Fundación Malpelo, que dirige desde 1999, desarrolló un programa de reforestación en las lánguidas áreas de corales que aún quedan en la zona.
El nuevo hotel se conectó de inmediato con el resto de la región, no solo como empleador del 90 por ciento del personal, sino desde el área de responsabilidad social al construir los talleres de pareos, donde centenares de madres cabeza de familia encuentran el sustento. Así mismo, Aviatur donó un terreno que servirá como sede de una planta de agua potable.
En el recién inaugurado centro de descanso de Barú, y al mejor estilo del ecoturismo, hay presencia de fauna criolla, incluyendo tigrillos, mapaches, osos perezosos y hormigueros, que caminan por los techos de los bungalows.
Hace poco, Jean Claude y Danielle se hospedaron en uno de los complejos del grupo Four Seasons de una remota isla del canal de Mozambique, cerca a Sudáfrica. Curiosamente, se parecía a Las Islas, dicen. Estaba lejos del mundanal ruido y se asemejaba al paraíso.