WILLIAM PEARL: SU PROCESO DE RECONCILIACIÓN.
El hermano menor de Frank Pearl sufrió un accidente cerebrovascular que lo dejó en una silla de ruedas, le costó el puesto y el divorcio. Diez años después es director de proyectos especiales de la Fundación Cirec. Esta es su historia.
El hermano del exministro de Ambiente y Desarrollo Sostenible, Frank Pearl, sufrió un accidente cerebrovascular que lo dejó sin trabajo y sin pareja. Esta es su historia.
A William Pearl le cambió la vida en menos de un minuto. “Eran como las diez de la noche”, así recuerda ese domingo a finales de octubre de 2008. Junto con un grupo de amigos había alquilado una casa en Anapoima, Cundinamarca, para celebrar un cumpleaños. “Mis hijos estaban viendo una película y yo hojeaba una revista, todavía con un poco de guayabo por la fiesta de la noche anterior”, dice Pearl, quien en ese momento, a los 41 años, jamás pensó que esa sería la última vez que haría sin problema lo que hoy le cuesta una enorme dificultad: bailar, conversar de pie sin perder el equilibrio, terminar la parranda casi de madrugada metido en la piscina y reír con el gusto de quien tiene poco de qué preocuparse.
Todo eso dejó de existir cuando puso la revista al lado y quiso ponerse de pie. En ese momento se le vino el mundo encima. Pearl sufrió un accidente cerebrovascular, lo que quiere decir que se le redujo el suministro de sangre que va al cerebro y en cuestión de minutos sus neuronas empezaron a morir. En estos casos cada minuto es vital. De urgencia lo llevaron a un puesto de salud en Anapoima, y horas más tarde lo trasladaron a la Clínica del Country, en Bogotá. Hoy, diez años después, tiene claro que los efectos pudieron haber sido menos severos con una atención más rápida. Sin embargo, ya no se detiene a pensar en lo que fue o pudo ser. El ataque le arrebató parte de su vida, pero también le permitió conocer una faceta de sí mismo que no sabía que existía.
Antes estaba casado con María Constanza Castellanos, con quien vivía en una cómoda casa en el norte de Bogotá al lado de sus cuatro hijos: Philip, el mayor, y los trillizos Anthony, Ann y Dominique. Pearl, abogado de la Universidad de los Andes, trabajaba en la firma Urdaneta, Vélez, Pearl & Abdallah. El “después“fue radical tanto en lo físico como en lo emocional. Perdió gran parte de su movilidad y equilibrio. Pasó un largo periodo en una silla de ruedas, luego aprendió a usar un caminador y con el tiempo logró andar en muletas.
También tuvo que aprender a vivir solo. Después de 15 años de matrimonio, María Constanza se fue a Miami con sus tres hijos menores. “En estos casos la ayuda se centra en el enfermo. No hay apoyo para la pareja y los hijos. Fue muy duro, y hoy sé que, además, fue un error”. Pearl pasó los dos primeros años dedicado a su recuperación física y si bien sus socios en la firma de abogados trataron de mantenerlo como parte del equipo, era insostenible. Le tocó volverse a inventar.
Para sus padres y hermanos, la salud de William y el bienestar de su familia eran la prioridad. John Pearl y María Francisca González tuvieron cinco hijos: Juanita, Mónica, Frank, Robert y William. Mientras el país conocía cada vez mejor a Frank, miembro del equipo negociador del gobierno de Juan Manuel Santos con las Farc en La Habana, en la casa de los Pearl la principal preocupación era William. “Nunca acompañé a Frank en asuntos del Proceso de Paz, él fue quien
me acompañó a mí”. Sin embargo, Frank inevitablemente traía con él lecciones aprendidas en La Habana, que trasladó a la vida de su hermano en recuperación. “Me hablaba con la verdad. A veces me decía realidades dolorosas y difíciles, pero supo transmitirlas con mucho tacto”, recuerda de su hermano, que se bajaba del avión procedente de Cuba para ir directamente a su lado.
William volvió a aprender a caminar y, así mismo, su vida personal fue dando pasos pequeños pero seguros. El más importante fue el que lo llevó hasta la Fundación Cirec (Centro Integral de Rehabilitación de Colombia), dedicada a la rehabilitación de personas con discapacidad física y neurológica. Comenzó como voluntario. En principio ayudó con la búsqueda de fondos, pues si bien la fundación siempre ha tenido proyectos que le permiten ser autosostenible, el apoyo del sector privado es de mucho valor. En esas estaba cuando lo invitaron a participar en una capacitación que cambió su manera de ver la vida y su condición de discapacidad. Viajó con ellos a entregar sillas de ruedas y prótesis a un lugar que le traía recuerdos dolorosos: Anapoima.
Su primera capacitación con Cirec fue en Anapoima, el lugar donde hace diez años su vida dio un vuelco. Ese regreso fue el punto de quiebre en su espiritualidad.
“Fue un punto de quiebre. Primero porque el evento era en el mismo sitio donde sufrí el accidente, pero sobre todo, porque uno de los participantes que no tenía piernas, ¡llegó en un burro! Me impresionó tanto. Me pareció un ejemplo de valentía y superación. Me dejó pensando”.
Más que impresionarlo, esa persona le inspiró un nuevo cambio. Siguió trabajando en Cirec, pero ya no solo en la búsqueda de fondos. Al mejor estilo de su hermano Frank, reconoció algunas de sus verdades más dolorosas. “Cambiaron mis prioridades y me pregunté cómo podía servirles a los demás”. Llegó a la conclusión de que se dedicaría a darles a otros lo que le faltó a él: acompañamiento emocional y espiritual para todo el núcleo familiar, no solo para la persona que sufre algún tipo de discapacidad.
Ahora se dedica a hacer foros con el apoyo de profesionales para establecer un diálogo que les permita a todos sanar las heridas físicas y emocionales, y trabaja tiempo completo como director de Proyectos Especiales. “Fui educado para ser exitoso económicamente, pero después de lo que me pasó veo la vida diferente”. Ya no le preocupan ni lo llenan las cosas de antes.
“Fui educado para el éxito, pero después de lo que me pasó cambié mis prioridades y me pregunté cómo podía servirles a los demás”.
Pero reconoce que aún siente algo de nostalgia por su vida anterior. “Por ejemplo, no sé si mis trillizos me recuerden caminando normalmente”, dice pensando en sus hijos, que tenían 7 años cuando sufrió el accidente. Reconoce que cada día se transforma, que trabajar rodeado de personas con problemas aún más serios que los suyos es una lección diaria de humildad. Anapoima siempre marcará un antes y un después. Es el lugar en el que lo perdió casi todo, pero también donde volvió a encontrar una razón de ser.