ANDRÉS JUAN Y CAROLINA RETAT: ATRAPADOS EN EL FIN DEL MUNDO.
Hace diez meses la pareja y sus dos hijos iniciaron una travesía por Suramérica a bordo de su casa rodante, La Matraca Family. Después de 19.000 kilómetros recorridos, aguardan en la Patagonia argentina la posibilidad de regresar a Colombia.
Hace diez meses, la pareja y sus hijos comenzaron un viaje de carretera por Suramérica. Hoy se refugian en la Patagonia argentina, anhelando regresar a Colombia.
Desde que emprendieron el viaje, el 12 de agosto de 2019, lo hicieron con la mente abierta; es decir, si encontraban un lugar que les gustara, se darían la oportunidad de convertirlo en su hogar. “Nos ha pasado varias veces. Nos hemos sentido muy a gusto, lejos del ruido y la locura de una ciudad como Bogotá. Sin embargo, con todo lo que está ocurriendo sentimos que, aunque no sea algo definitivo, nos gustaría regresar para estar con nuestra familia y amigos”, cuenta el actor y arquitecto.
El plan original era regresar, pero a bordo del vehículo que con tanto esmero diseñaron y armaron durante siete meses. Ahora todo parece incierto: “Hoy estamos sometidos a relaciones diplomáticas, al cierre de fronteras terrestres, a las políticas de emergencia de cada país, a la improvisación; también a la paranoia y al miedo que nos produce desplazarnos por un continente tan convulsionado por la crisis”. Aunque sus esperanzas están puestas en un vuelo humanitario, son conscientes de que solo en Argentina hay más de 700 colombianos en tránsito, en situaciones delicadas, a la espera de una ayuda del Gobierno.
Luego de recorrer Perú, Bolivia y Chile, cuando trataban de llegar a Argentina –el siguiente destino que marcaba su itinerario–, se enteraron de la alerta por la pandemia: “A nuestro paso se iban cerrando las fronteras y los parques naturales. La policía improvisaba protocolos, y locales y turistas reaccionaban en desbandada”. Así recuerdan los momentos más angustiantes que, entre bloqueos y otras dificultades, les hizo cumplir la
cuarentena obligatoria de dos semanas, junto a otros cincuenta viajeros, en el municipio argentino de Gobernador Gregores. “Tiempo después y sin saber qué hacer con nosotros, nos expulsaron con la condición de que nos fuéramos lo más lejos posible. De un día para otro, nos convertimos en unos parias”. Con el deseo, pero sin la posibilidad de llegar a un aeropuerto para volver al país, finalmente se quedaron en Bolsón, pequeño municipio en el sur del territorio gaucho. “Dimos con gente muy generosa que nos abrió las puertas de su casa. Ahora estamos aquí a la espera de que se aclare un poco el camino”, dice Andrés.
En ese recóndito lugar llevan casi dos meses. Trabajan en el campo, donde en esta época del
Hasta la fecha han recorrido 19.000 kilómetros, pasando por Ecuador, Perú, Bolivia, Chile y Argentina, y aunque quisieran, no tienen una fecha fija de regreso a Colombia.
año es de preparación para el invierno austral: “Aquí el virus es el menor de los problemas. Viene el frío, y el que no esté preparado no sobrevive”. Tanto ellos como sus hijos, Matilda y Emiliano, han aprendido a hacer conservas y sidra, a recoger leña, congelar milanesas, plantar ajos y a ayudar en las mingas para terminar construcciones. “Se hacen compras comunitarias para aguantar los días con las carreteras cerradas por la nieve, y se bebe Fernet cada vez que se puede”.
Todo ha sido un aprendizaje desde que emprendieron el viaje de sus sueños. Han descubierto el continente y su belleza natural, pero también su miseria. Han sido testigos de las protestas indígenas en Perú y Bolivia, y de las sociales en Chile. “Como familia, ha sido una prueba de paciencia, entrega y descubrimiento. A medida que acumulábamos kilómetros, cada uno encontró su rol. Ha sido la experiencia más hermosa de mi vida ver a mis hijos florecer y desenvolverse con gracia y fluidez. Eso nos reafirma que hacer todo esto fue la decisión correcta”, expresa conmovido este padre de familia, quien junto a su esposa ha procurado vincularse a programas alternativos de educación en algunas de las poblaciones que han visitado, para brindar la formación adecuada a su hija mayor. “No es fácil ser padre, amigo y profesor al mismo tiempo, pero ha sido un proceso interesante, que además les ha dado la oportunidad, especialmente a Matilda, de compartir con niños de diferentes orígenes”.
Por ahora prefieren no pensar en el futuro, pues saben que es incierto. Simplemente confían en que todo sirva para abrir los ojos de muchos. “Si no aprendemos de esta, ¡estamos jodidos! Tengo fe de que, como especie, saldremos fortalecidos y más conscientes de la importancia del otro. No sé cómo ni cuándo, logremos regresar. Por ahora estamos sanos y juntos... Eso es lo
importa”.• único que