María Paula Duque
LOS TACONES VOLVERÁN
No es una cuarentena. Ha sido un retiro espiritual. Una pausa obligada, impuesta a la brava, para tomar distancia del ritmo loco que vivíamos. Un retiro del consumo, del ruido, del trancón, de la carrera contra el tiempo, del querer ser perfectas. Un retiro que, con el tiempo nos daremos cuenta, hace evidente lo que somos las mujeres en nuestras familias, en nuestras empresas y en la sociedad. Un tiempo para reconocer la esencia del liderazgo femenino: solidaridad, empatía, capacidad de pensar y entender las prioridades de los demás y sus necesidades.
Cuando volvamos a lo que será la vida normal, habremos reconocido todo lo que somos y lo que somos capaces de hacer. Durante este retiro “doña Perfecta” se quedó callada y aceptó que en medio de todo lo que había que hacer (estar bonitas, maquilladas, arregladas, flacas, esbeltas) lo importante era ser y estar, porque lo demás no iba a importar.
Fuimos capaces de pedir ayuda en las tareas domésticas; aceptamos el desorden cotidiano de una vida compartida; nos desapegamos de lo material porque ni siquiera lo pudimos utilizar. También aprendimos lo difícil que es para los profesores mantener a distancia la atención de alumnos dispersos, valoramos su capacidad de enseñar y su infinita paciencia. Tuvimos que reconocer que hay cosas que no sabemos, ni sabremos, y que podemos contestar tranquilamente: “No sé”.
Esta pausa fue un regalo para reconciliarnos con nosotras. Esa culpa que nos acompaña cuando salimos a trabajar, se quedó guardada, porque hemos sido chefs, profesoras, gimnastas, malabaristas y el centro de entusiasmo de nuestra familia, y además, seguimos trabajando. Estuvimos con nuestros hijos todo el día y cada segundo a su lado contó para dejar el saldo a favor. Desayunamos, almorzamos y comimos sin dispositivos y desconectadas, porque ya habíamos estado todo el día en una llamada. Pero vimos cómo la tecnología nos permitió seguir conectadas y nos acompañó silenciosamente.
Aprendimos que, aunque hablamos mucho de nuestra resistencia al cambio, en menos de una semana estábamos viviendo diferente y adaptadas a una nueva dinámica social, laboral y familiar. Sabemos que somos recursivas, reaccionamos rápido, y siempre estamos ahí cuando nos necesitan.
Susanita y Mafalda convivieron. Se reconocieron. Se necesitaron. Aprendieron que las dos son una en todos los espacios y que es la combinación de las dos lo que hace la fuerza. Durante estos días hemos ejercido nuestro liderazgo en tenis. Cuando volvamos a usar nuestros tacones, quedará claro que, con ellos o sin ellos, nuestro liderazgo siempre se hará sentir.