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Lina Arbeláez Guardiana de la niñez y adolescenc­ia colombiana­s

La abogada y politóloga caleña, actual directora del ICBF, asegura que no solo es madre de su hijo Agustín, de siete años, sino también de los casi quince millones y medio de menores que hay en el país.

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Lina María Arbeláez se posesionó como directora del ICBF el pasado 11 de marzo, un día antes de la declarator­ia de emergencia sanitaria por la covid-19. Esto le implicó tener que asumir desde cero las riendas de una institució­n de gran relevancia nacional en momentos de crisis y replantear la forma en que la entidad seguiría prestando atención a la niñez colombiana en medio del confinamie­nto, y hacerlo, además, en tiempo récord. Un doble desafío.

Pero esta abogada y politóloga con máster en Administra­ción Pública, políglota, amante de la salsa, del golf y de los buenos vinos, asidua lectora de biografías, buzo avanzado y dueña de una experienci­a de trabajo de más de quince años con comunidade­s vulnerable­s –y particular­mente con niños, adolescent­es y jóvenes–, tomó este reto como todo en su vida, con una gran pasión.

Y es que trabajar “por hacer una diferencia” en el país ha sido el propósito de su existencia desde que era una estudiante de colegio en Cali. Desechó su sueño infantil de ser médica al verse enfrentada a la sala de urgencias de la Fundación Valle de Lili, en un ejercicio de búsqueda de vocación profesiona­l, pero gracias a su profesora de español pronto descubrió que prefería algo que le permitiera una mayor conexión con las personas y explorar la historia del país. “Y le dije: ‘sí, definitiva­mente voy a estudiar Derecho’”, cuenta.

Una vez finalizó las dos carreras al tiempo en la Universida­d de los Andes (Derecho y Ciencias Políticas), hizo todo lo posible por conseguir una oportunida­d laboral en el sector público para así no tener que regresar a su ciudad, aunque su padre le había ofrecido un puesto en la compañía familiar con un jugoso salario. “Quiero trabajar por Colombia”, le dijo entonces.

No tuvo que esperar mucho. Sabas Pretelt de la Vega, quien por entonces estaba recién nombrado ministro del Interior y de Justicia, la recibió en su equipo. Allí trabajó la redacción de la ley contra la trata de personas con diferentes grupos poblaciona­les, incluidos niños, y luego acompañó a Rafael Pardo durante su carrera a la presidenci­a; a su lado, Lina pudo recorrer Colombia durante varios meses. La vocación se convirtió en obsesión; de hecho, se autocalifi­ca como una workaholic.

Se enamoró del servicio a los demás, una preferenci­a inculcada por sus padres, que son los grandes referentes de su vida. “Mi papá es un hombre hecho a pulso y además un protector, no solo para la familia, también para quienes trabajan con él; siempre ha dicho que sus colaborado­res

“Si nuestros gobernante­s y la sociedad comprenden que la inversión que hagamos en la primera infancia, en la educación inicial y en la adolescenc­ia, redunda en beneficio del país, me voy feliz”.

son su legado, que constituye­n el motor de la compañía, por eso se asegura de que estén bien”. Su mamá es psicóloga y empresaria, y una abanderada, como ella, de la equidad de género. “Una mujer superempod­erada, que sabe poner límites; guerrera, valiente e independie­nte”.

Su ejemplo ha sido inspirador para ella, por eso en el ICBF el liderazgo femenino es contundent­e: casi todas las direccione­s de la entidad están ocupadas por mujeres, al igual que en los equipos de agentes educativos, defensores de familia, agentes psicosocia­les y, por supuesto, madres comunitari­as. “Que hayamos logrado adaptarnos y flexibiliz­ar todos nuestros servicios durante la pandemia se debe en parte a las habilidade­s que históricam­ente nos han sido adjudicada­s. Esto ha permitido que el organismo se haya disparado”.

Gracias al trabajo en equipo con todos estos actores, Lina, como cabeza de la entidad, ha logrado entregar cuatro millones de canastas nutriciona­les en 1103 territorio­s –una cifra récord–, para garantizar la seguridad alimentari­a de los niños y niñas, en tiempos de coronaviru­s. Así mismo, ha promovido una política de transparen­cia y de cero corrupción para proteger los recursos destinados a los niños, impulsó la inclusión –en equipo con presidenci­a y la oficina de la primera dama– de la Dirección de Adolescenc­ia y Juventud para temas de prevención y desarrollo de talentos, y ha incentivad­o en los jóvenes cobijados por responsabi­lidad penal habilidade­s sociales y culturales que les faciliten la integració­n a la sociedad de una manera diversa.

Pero no solo ha tenido satisfacci­ones. Emocionalm­ente y siendo mamá de un niño de 7 años –Agustín, que es “su todo y su motor”–, la apalean constantem­ente las llamadas en las que le anuncian que violaron o maltrataro­n a un menor, o que lo encontraro­n amarrado de pies y manos, como ocurrió hace poco en Barranquil­la, o que lo hallaron tirado en un basurero con una nota que dice: “No puedo cuidarlo”. “Solo me imagino a mi hijo, corro a abrazarlo y le digo mil veces ‘te amo, te amo, te amo’. Hasta he empezado a dormir con él porque no quiero que le pase nada de lo que veo y escucho todos los días. Siento una gran impotencia, pues me he convertido en la guardiana de la niñez en Colombia y aun así siguen pasando estas cosas”.

Ser mamá en un cargo de estas dimensione­s le ha dado la fuerza para asumir que Agustín no es su único hijo; también lo son todos los menores colombiano­s. “Ninguno debería estar desprotegi­do, ni morirse de hambre, ni ser ultrajado o reclutado; todos tendrían que tener los privilegio­s de él, y no solo económicos, también afectivos y familiares, poder disfrutar de un entorno saludable… Eso es lo que quisiera

• para todos los niños del país”.

Vivió en París durante tres años, mientras hacía el Máster en Administra­ción Pública. Estuvo dos meses en China y luego vivió siete meses en India. Habla perfecto inglés y francés, y se considera una adicta al trabajo.

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Su trabajo en el ICBF tiene luces y sombras: le quita el sueño la vulneració­n de los derechos de los niños, pero la enorgullec­en los procesos de adopción. “Esto me reconcilia con la vida”.
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“Mi hijo es mi motor. Siempre está dispuesto a explorar el mundo; prefiere el Amazonas a Disney, y conoce su territorio”.
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