Vanessa de la Torre
EL TIEMPO DE LOS GUARDADOS
Suenan la olla pitadora y la licuadora. Mi hija mayor grita “¡mamáááá!”. La menor pasa detrás de mí, corriendo, mientras continúo hablando ante la cámara. Trato de mantener la concentración; de sostener la mirada cuando uno de los perros me muerde un zapato y mi esposo –que se acaba de poner unos audífonos que lo aíslan del mundo– suelta una carcajada a todo pulmón. Mi estudio de televisión es la sala de mi casa, que es una biblioteca. No tengo cómo ni a dónde enviar el bullicio que me rodea. Nunca la cotidianidad había sido tan estruendosa, y la armonía, tan obligada.
Mi mayor acto de rebeldía es darme una vueltica más allá cuando –por suerte– debo ir a la oficina. Y, entonces, me siento libre, feliz. Me gusta la soledad, el silencio, que no me pregunten qué estoy haciendo ni cuánto me falta, porque lo que me falta es paciencia. Quiero volver a la vida que añoro, la de antes, la del estudio.
A mí, como a todos, me ha parecido horroroso este nuevo tiempo. El tiempo de nosotros, los guardados. Pero en algún momento, después de la segunda furia, cuando comprendí que sería duradero y que los hobbies eran ahora obligaciones, asumí que lo viviría convencida de que es lujo contradictorio e inédito. Hace más de un siglo nadie tenía que quedarse en casa con la familia. Nadie que conozcamos ha pasado tanto tiempo con los hijos ni ha deseado tanto ver a su madre, sus amigos, sus amores. Ya salieron las albahacas y las lavandas que sembré hace tres meses y están volviendo a florecer las rosas. Mi terraza es ahora una pequeña selva y pinté de verde las paredes de mi sala, porque me hace falta el color de la naturaleza. Ya no me azara la bulla de mis hijas mientras transmito noticias bestiales de una tragedia a cuentagotas. Aprendí a apretar los dedos de los pies y a morderme la lengua para no romperme al aire. Todas las mañanas miro las montañas que antes no veía y recuerdo que este tiempo, con suerte, jamás volverá. Es triste, pero es bello. Y la belleza ayuda a superar la tragedia.