Jet-Set

Margarita Ortega

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ENTRE LAS MANECILLAS

Han sido 100 días que parecen toda una vida. Desde que me acuerdo, y solo hasta mis cuarenta y tantos, y una pandemia mundial encima, he podido entender aquello de lo que hablaban en mi casa cuando yo era una niña: “Las virtudes del tiempo”. Finalmente, y sin quererlo, tengo en mis manos la lámpara de Aladino, el Santo Grial, el secreto de la cueva de Alí Babá.

Soy una “ladrona de tiempo” para mi nuevo tiempo, ahora, cuando el planeta nos ha hecho entrar en silencio. Mi casa, la de siempre, es nueva, se ha remodelado ella sola, ofreciendo a la familia los rincones menos esperados como refugios para el encuentro y la lúdica... y para mí, en especial, en espacios para crear.

Finalmente, publico con rigor mi blog semanal en mi página web; trabajo con mi hijo –quien vive en Alemania–, en un podcast que hemos llamado “Marte está lejos”, en el que hablamos de un planeta que nos necesita desde esas acciones personales y consciente­s, que hoy son actos heroicos para una urgente sostenibil­idad; y mi cocina sigue con sus puertas virtuales abiertas, llena de nuevas recetas y adaptacion­es de mi elección alimentari­a vegana, para quienes buscan una opción que alivie las restriccio­nes dietarias o recomendac­iones médicas.

Mi casa se convirtió en el jardín de los sueños, en la cueva y el palacio de lo que siempre quise ser y hacer, y que no había logrado por cuenta de tantos minutos cortos e insuficien­tes.

El valor del tiempo en la bolsa de la vida ha crecido considerab­lemente. Un minuto de 2019 es limitado, frente a sesenta segundos en 2020. Hoy ya no busco al conejo de Alicia, porque he caído desde el árbol al “país de mis maravillas” en donde leo, hago deporte, escribo, cocino, medito, bailo con mi hija, canto y, en especial, comparto con los seres que tanto amo... Es lo mejor que he acariciado en mucho tiempo. En este nuevo mundo, el

tictac ya no es un problema.

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