La historiadora de arte
Que iba a ser ingeniera
Su encuentro con el arte se dio de una forma casual e inesperada. Estudiaba ingeniería mecánica, iba en sexto semestre, cuando decidió tomarse unas vacaciones que se extendieron por dos años. Se convirtió en una “vaga de playa”.
Mientras tanto, su familia esperaba pacientemente que retomara sus estudios o definiera su futuro profesional, pero eso no sucedió.
De ahí que su hermano menor, Gabriel Borowiak, se dio a la tarea de buscar en la Universidad de Los Andes, en Mérida (Venezuela), una nueva oferta académica que le permitiera a su hermana regresar a las aulas.
Fue así como Susana Quintero aterrizó en su carrera como historiadora de arte, con miles de preguntas y un espíritu inquieto por la investigación.
“Me di cuenta que la ingeniería no era lo mío. Llegué a la historia del arte porque mi hermano menor, que es ingeniero mecánico, se dio a la tarea de buscarme opciones y decirme como “usted debería hacer tal cosa”. Así encontré mi espacio y me quedé”.
Hoy, esa anécdota es parte del agradecimiento que tiene por ese ‘pequeño orientador’ que le entregó una visión más amplia de lo que quería hacer.
El arte se convirtió no solo en una forma de vida, también en una experiencia de aprendizaje, construcción e intervención, abriendo el panorama hacia nuevas manifestaciones artísticas.
“Tengo el peso sólido de lo académico, ese me lo entregó la universidad, pero sobresale la experiencia de libertad que me dio trabajar con un colectivo como Danzat que mostraba el arte en danza, pintura, video e intervenciones de espacios públicos”.
El primer gran proyecto, recuerda, lo hizo con una beca de la Fundación Polar; organizó la intervención de arte en diez edificios, en Mérida (Venezuela), y logró la asistencia de más 100 personas en cada día de la exposición.
Trabajó como curadora de arte contemporáneo con diferentes instituciones e incluso organizó dos exposiciones para el British Council; renunció cuando la situación política de su país se empezó a complicar. Aterrizó en Cúcuta, de “una manera muy orgánica”,
teniendo en cuenta las relaciones fronterizas que han caracterizado a los países de Colombia y Venezuela.
De su multiculturalidad, siendo hija de un venezolano, Antonio Quintero, y una ucraniana, Valentina Borowiak, ha aprendido no solo el arte, también el humor, las costumbres y la idiosincrasia.
En entrevista con La Ó habla del movimiento cultural que se está dando en Cúcuta, de su vida y sus sueños.
¿Ser historiadora de arte finalmente colmó sus expectativas?
Sí. Creo que puedo sonar medio cursi, pero bien dicen que el camino se hace andando; así que por ahora voy disfrutando del paseo. Me siento feliz de lo que estoy haciendo y no tengo una meta, simplemente quiero disfrutar y hacerlo cada vez mejor.
¿Qué dijo su familia al cambiar la ingeniería mecánica por la historia del arte?
En casa respiraron aliviados. Fue como que “uy sí, que haga algo”, pero lo que era muy gracioso eran las amigas de mi mamá porque me decían “ay Susana volviste a la universidad y ya vas a terminar”, obviamente la respuesta era que había iniciado otra carrera, al decir que era historia del arte se escuchaba un silencio incómodo. La pregunta de todos era “cómo se vive de eso”.
Ahora, ¿cambió la perspectiva de lo que todos pensaban de su profesión?
Al principio, fue como que por lo menos tiene trabajo, pero cuando empezaron a ver todo lo que se movía y que tenía reconocimiento pues ya empezaron a decir “si tiene sentido lo que hace y sirve pa’ algo”. Ahora están muy contentos y mi mamá es mi primera admiradora.
¿El arte paga bien o paga mal?
Yo creo que paga bien porque el pago es inmediato y la satisfacción de ver lo que se está haciendo pues no da pagos posfechados.
Y usted, ¿qué tanto tiene de artista?
Soy absolutamente negada para el dibujo o la pintura, nada de nada. Yo escribo, estudio y monto exposiciones; de ahí nada más. No soy una mujer orquesta.
De acuerdo a su experiencia, ¿cree en el arte y la cultura en Cúcuta?
Sí. Por ejemplo, el tema de ‘La Lunada del Rosario Antiguo’ empezó por un impulso de las instituciones, pero la gente se apropió de esa actividad que busca integrarlos con el arte contemporáneo. El año pasado, los artistas nos contaban que la gente llegaba a preguntar qué iban a mostrar. Lo mismo pasa con el Museo Norte de Santander, tenemos un flujo constante de público que quiere saber de arte.
¿Qué ha significado trabajar en el Museo de Norte de Santander?
La ciudad demandaba un museo y ahora necesitamos que crezca. Este año, estamos preparando una exposición sobre historia de la medicina y vamos a contar varias historias del departamento con un proyecto de memoria histórica en el que esperamos unirnos a la reparación simbólica de las víctimas. Este último lo estamos trabajando con varias instituciones y es un tema apasionante.
¿Qué falta para terminar de consolidar ese universo cultural?
Hace falta una escuela de arte. Hay artistas muy buenos, pero además se necesita crecer en otras áreas para entender que el arte no es solo la producción de objetos. Aquí hay buenos artistas y mucha gente reflexionando respecto al tema.