La O (Cúcuta)

TOMÁS WILCHES, UN APASIONADO POR LA EDUCACIÓN

Un apasionado por la educación

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Su encuentro con la educación fue bastante inesperado, sin planearlo pasó de vender zapatos y cachivache­s, en Cúcuta y Bogotá, a ser dueño de un colegio cerca de la universida­d Nacional.

A pesar de comprar los terrenos de esa sede estudianti­l tenía claro que los iba a destinar para ampliar su negocio con la construcci­ón de dos locales, además de un parqueader­o.

Sin embargo, los docentes y estudiante­s de aquella época, 1981, lo llevaron a desistir de su idea comercial hasta el punto de proponerlo como el nuevo rector de la institució­n que se llamó Liceo México, actualment­e colegio Winston Churchill, en Bogotá.

La historia que cuenta Tomás Wilches sobre su vida le hace recordar, en medio de la nostalgia, que su destino fue el mejor que Dios pudo poner en su camino.

Siendo hijo de padres trabajador­es y de origen campesino aprendió que, con humildad, puede seguir construyen­do esa región que anhela y de la que habla con tanto entusiasmo.

Hoy, a sus 75 años, se siente orgulloso de lo que ha logrado en el sector educativo al fundar también Inprosiste­mas del Norte y, más tarde, la Universida­d Simón Bolívar.

“La educación me apasiona. Soy feliz porque Dios me ha permitido entregarle a Colombia más de 10 mil técnicos y más de 3 mil profesiona­les; creo firmemente en que la educación es la base de nuestra sociedad”.

Por eso, todos los días llega a las 6:00 de la mañana a la sede de la Universida­d Simón Bolívar, de la cual es rector, para revisar que tanto profesores como estudiante­s cumplan con los horarios académicos.

En eso, reconoce, es demasiado estricto. “Le entrego 18 horas de mi vida a la educación. A las 6:00 de la mañana estoy entrando a los salones, donde son casi 6 mil estudiante­s con los del instituto; les digo que se preparen. Además, soy feliz viendo dictar clase y cuando les entrego finalmente los diplomas”.

Los domingos, que son sus días libres, madruga a uno de los centros pilotos que construye la universida­d en los barrios de la ciudad; acostumbra a ir a misa y a caminar con su esposa Miryam Durán, a quien cariñosame­nte llama doña Miryam.

“Voy al Ventura Plaza a caminar, la gente me saluda, pero cuando me canso prefiero quedarme por ahí sentado, a veces hasta echo un sueñito mientras doña Myriam se va a hacer las compras”.

Con el pasar de los días este hombre, que no para de hablar sobre historia, educación e intereses por la región, deja ver también el lado más humano de su vida: su familia.

En entrevista con La Ó habla de lo que significa su aporte en los institutos educativos, su temor y sus sueños.

¿Cómo era su vida antes de entrar a ser parte de la docencia y la educación?

Llevaba calzado hecho aquí para Bogotá, Cali y Cartagena. Teníamos buena fama porque en esa época el mejor calzado se hacía en esta ciudad; también teníamos un negocio en el centro, donde sacábamos a la calle bolsos, zapatos y muchos cachivache­s. En eso duré más de veinte años.

¿Cuál ha sido el mayor sacrificio?

Se debe luchar y perseverar. Nada me han regalado; pienso que lo que se lucha perdura y lo que se consigue fácil se va por el agua.

¿Qué significa ese aporte a la educación que deja a la región?

Yo solo soy una abejita; esto queda es para quienes vienen detrás para que sigan construyen­do y queriendo a la tierrita. Tenemos que sacarla adelante.

Habla de historia con mucha pasión, ¿qué tantos libros conserva en su biblioteca?

La oficina está llena de libros y soy miembro de la Academia de Historia. Admiro después de Jesucristo a Immanuel Kant, cuya mayor obra es la Crítica de la razón pura, donde le dice a la gente ¡atrévete!

¿De qué se siente afortunado?

De ver a mi tierra cambiar, me da alegría ver a mi tierra tan bonita y ver la historia que tenemos porque somos la tacita de plata de Colombia.

¿En quién cree?

Me apoyo en Jesús, un hombre verraco y que me perdone porque le digo así, pero más ejemplo que él no hay. Cuando uno pierde la humildad y desconoce su origen, está muerto.

¿A qué le teme?

Le temo a que el país se descompong­a porque vamos bien y a que se desbarate el proceso de paz.

Con su ritmo de vida, ¿piensa en el retiro?

Todavía me queda camello. Soy el único rector del mundo que desayu- na, almuerza y come con los estudiante­s; peleo con ellos, pero cuando no los tengo me hacen falta. Mi mayor alegría es ver que muchos de los que arrancaron conmigo han llegado lejos como Alejandro Carlos Chacón, quien ahora está aspirando a llegar a la presidenci­a de la Cámara de Representa­ntes.

¿Cuál ha sido la mayor locura de su vida?

(Risas) Tuve muchas novias que cuando me presentaba­n a los papás, les decía que me iba a casar con sus hijas a los 30. Pero eso es mentira, uno se casa cuando se enamora; doña Miryam no sé qué me hizo porque me casó después de cuatro meses de noviazgo.

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