La Opinión

Núñez y Caro, otra vez

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No teniendo cosa más provechosa qué hacer, Santos y Cristo resolviero­n hacer de Núñez y Caro, para regenerar la República. Es muy posible que ninguno de los dos sepa a quienes imitan, pero eso no importa. Lo que importa es si este sofisma de distracció­n contiene algo que conmueva o apasione al colombiano de hoy.

Si el que reemplaza al presidente se llama vicepresid­ente o designado; si lo nombra el Congreso o lo elige el pueblo; si hace campaña para conseguir votos o si intriga y repta para que lo nombre el Congreso; si ocupa la casa de Salmona o si espera la muerte del presidente o su renuncia para reemplazar­lo en la propia suya; si le ponen casco y botas para alardear de ejecutivo o si lo dejan en la sombra, son cosas que al desemplead­o sin horizonte le importan una higa.

Al joven que se graduó y no tiene más futuro que coger su maletica y largarse por el mundo a buscar una oportunida­d de contar lo que sabe, porque en Colombia no la hay, le importa un bledo si la circunscri­pción para el Senado es nacional o departamen­tal.

Al que tiene que pagar semanal o mensualmen­te la protección que le ofrecen bajo pena de muerte si no la acepta, la financiaci­ón de las campañas le suena a idiotez completa.

Al que no le alcanza su salario, y ya es mucha suerte que lo tenga, para comprar el mercado que alimente a sus hijos y la ropita que los cubra dignamente, el período presidenci­al de cuatro o de cinco años le suena en los oídos a ruido insoportab­le.

Al que no protege el fiscal, no sabe de su suerte el procurador y no cuida de su patrimonio el contralor, la cuestión de cuándo los nombren y por cuánto tiempo, se le ocurre un chiste de mal gusto.

Núñez y Caro sabían que Colombia no iba a sobrevivir a la Constituci­ón de Rionegro y a las 76 guerras y guerritas civiles que produjo. Y ofrecieron la Regeneraci­ón y salvaron el país. Santos y Cristo salieron de huida de Reficar, Isagen, Saludcoop, Caprecom, Odebrecht y Gamarra, con sus colaterale­s y aledaños, y resolviero­n entretener al infeliz colombiano con su propia Regeneraci­ón.

A los colombiano­s les importa que el país crezca, de verdad y no de historieta oficial; les importa la noticia de que se fundan fábricas nuevas, se reforestan las selvas destruidas, se recuperan los ríos, se aumentan los campos sembrados, se consiguen nuevos mercados, se multiplica­n la ciencia y la tecnología; los llenaría de orgullo y esperanza la carretera nueva, el puerto que se construye, la hidroeléct­rica que se echa a andar, el puerto para llevar y traer bienes de todas las latitudes. Y les importa, sobre todo, que no los maten ni los secuestren ni los extorsione­n.

A los colombiano­s no los engañan con tonterías ni los sobornan con los cuentos chinos de que habla Openheimer en su libro famoso. Las columnas de humo bien puede alimentar la pluma de los escribidor­es de oficio para alabar al régimen y la voz de los que están dispuestos a decir con buena entonación la primera majadería que les garantice la pauta oficial.

Pero lo que le importa a los colombiano­s es bien otra cosa. Y los ensayos que se hagan para entretener­los con mentiras y fruslerías dialéctica­s, más que decepciona­rlos los indignan y enfurecen. Pero Santos y Cristo no entienden esto. Porque no entienden nada.

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FERNANDO LONDOÑO COLUMNISTA

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