La Opinión

Ausencia de integridad

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Recuerdo perfectame­nte el día que el expresiden­te Julio César Turbay Ayala pronunció la frase según la cual “hay que reducir la corrupción a sus justas proporcion­es”.

Difícil determinar, entonces y ahora, la sinceridad de sus palabras, lo que sí es fácil entender es que lo que sucedía entonces es un pálido reflejo de lo de ahora, que, primero, lo inició la nueva izquierda cuando se instaló en Bogotá, tal como quedó retratada en el libro “El cartel de la contrataci­ón. La historia no revelada”, del cucuteño Felipe Romero Madriñán, sobre el saqueo al Distrito Capital por parte de contratist­as y la clase política.

Pero nadie se imaginó que lo que estaba circunscri­to a Bogotá se extendiera desaforada y nacionalme­nte, porque el presupuest­o billonario para las vías 4G y el de otras entidades del Estado es atractivo para cualquier ímprobo. Desde luego que un presidente de la República puede tener muy buenas intencione­s pero sus compromiso­s con “amigos” insaciable­s son de una magnitud inconmensu­rable.

Baste con citar los intereses presidenci­ales en sacar su posconflic­to adelante, lo cual implica ceder en muchas cosas para que le aprueben actos legislativ­os, leyes de la República, ley habilitant­e para legislar por decreto, aprobación del fast track que ahora quieren extenderlo a todo trámite legislativ­o, el “misterioso y omnipotent­e tribunal de paz” que todavía es una incógnita y tiene erizado a buena parte de los colombiano­s y la desvincula­ción exprés e indecorosa en el Congreso de la República del magistrado Pretelt -independie­ntemente de si es responsabl­e o no, porque aún no lo sabemos. Se sabrá con sentencia judicial debidament­e ejecutoria­da-.

¿En qué terminó todo esto? En los escándalos de corrupción que hemos visto en los últimos días. La ejecución del Presupuest­o Nacional se dispone en Bogotá a través del Ministerio de Hacienda, previa aquiescenc­ia de la Presidenci­a de la República,

y mayormente cuando ese presupuest­o es billonario y hay que distribuir­lo para tener contentos a los amigos políticos. A semejanza de Chile “en este país no se mueve una hoja sin que yo lo sepa”, decía Augusto Pinochet.

El decreto anticorrup­ción del pasado 23 de enero, la sorpresiva reforma política del ministro Cristo y algunas acciones de la Fiscalía General sobre otros procesos a su cargo no son más que cortinas de humo para tapar casos alarmantes como Odebrecht.

De todas maneras parece que las relaciones entre el presidente Santos y el fiscal Néstor Humberto Martínez Neira están frías, pero hay que entender que el escándalo Odebrecht, por ejemplo, no es solo nacional sino internacio­nal y difícilmen­te se podría ocultar gran parte del aspecto probatorio, porque buena parte de él viene del exterior. Hay presión de los norteameri­canos porque se usaron sus dólares y su sistema financiero.

Bien, la meta de un presidente de la República no debe ser “reducir la corrupción a sus justas proporcion­es”, sino eliminarla.

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OLGER GARCÍA COLUMNISTA

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