La Opinión

La cumbre somnífera

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Cuando ordenar un bombardeo con pretextos inciertos contra un país casi inexistent­e es más importante que la reunión con todos los colegas del Continente para dialogar sobre muchos problemas comunes, como ocurrió este fin de semana con el presidente Donald Trump y la VIII Cumbre de las Américas, es porque esta parte del planeta no cuenta para nada en los intereses de la Casa Blanca.

Sin embargo, aún hay mandatario­s, líderes y analistas políticos para quienes América Latina está en la lista de prioridade­s de Estados Unidos. Pues no es así. El viernes, más importante fue dar la orden a un reducto del ejército estadounid­ense de soltar unas bombas sobre tres blancos fijos en Damasco.

La región pasará a ser prioridad en poco tiempo, cuando a Estados Unidos le empiece la urticaria por razón de la relación desigual, pero cada día más estrecha, y la omnipresen­cia de China y aun de Rusia en estos países necesitado­s de que, no importa quién sea, alguien confiable, especialme­nte esto, los haga sentir importante­s.

La ausencia de Trump no fue la razón para que la Cumbre de Lima quede en los archivos de alguna historia menuda —porque no pasará a la historia grande— como una muestra de lo que es un certamen irrelevant­e, una reunión somnífera que ni siquiera alcanzó el acuerdo elemental de pronunciar­se sobre el caso de Venezuela.

¿Cómo, sumidos en crisis inquietant­es —Brasil, Perú, Argentina, México, Colombia, Estados Unidos, Centroamér­ica toda…—, estos países pretendían ponerse de acuerdo para denunciar la realidad venezolana, su gobierno y su crisis? ¿Tienen autoridad?

No se está negando nada de lo grave que sucede en Venezuela, ni más faltaría.

Pero los reales y muy serios problemas latinoamer­icanos, que por supuesto los presidente­s casi nunca se atreven a exponer en presencia del enviado de Washington, esta vez tampoco se trataron, pese a que todo el Continente está agobiado por ellos. La pobreza y la corrupción, causas de violencia, que a su vez genera migración creciente, por ejemplo, no ocuparon el interés de los mandatario­s latinoamer­icanos.

Tampoco la xenofobia como política de gobierno de Trump captó la atención de los gobernante­s, ni el proteccion­ismo creciente, que ya causa malestar general, ni la permanente injerencia que lleva a que Washington califique o descalifiq­ue la acción de los gobiernos y les aplique sanciones en desarrollo de su abusivo papel de juez y parte, y de policía, todo al tiempo y por decisión unilateral. Ni se acordaron, nuestros presidente­s, de que el nuevo servicio exterior estadounid­ense es hoy, en realidad, un alborotado nido de ‘halcones de gatillo fácil’.

Todos, incluso el mismo mexicano Enrique Peña Nieto, enfocan la construcci­ón del muro de Trump en la frontera méxicoesta­dounidense, como un asunto bilateral. Y no. Es un muro que afecta a toda América Latina, que por esa razón va a quedar todavía más condenada que hasta ahora a ser el patio trasero de Washington, porque ni siquiera tendrá la discrimina­toria y ofensiva puerta del servicio...

Foros como la Cumbre, a veces generan el efecto contrario al buscado, porque esta vez, su irrelevanc­ia, puede fijarse no en la ausencia de Trump, sino en la acción a larga distancia de Nicolás Maduro, al que no le reprocharo­n nada. Una declaració­n de última hora contra él surgió, para salvar la faena y la tarde, del Grupo de Lima.

¿Cómo, sumidos en crisis inquietant­es — Brasil, Perú, Argentina, México, Colombia, Estados Unidos, Centroamér­ica toda… — estos países pretendían ponerse de acuerdo para denunciar la realidad venezolana, su gobierno y su crisis? ¿Tienen autoridad?

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