La Opinión

Agresiones a policías

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Una concepción equivocada de algún sector, especialme­nte de movimiento­s estudianti­les y personas que realizan actividade­s económicas ilegales, es ver a los miembros de la Fuerza Pública como enemigos del pueblo, como agentes transgreso­res de los derechos fundamenta­les.

La Constituci­ón Política establece como fin primordial de la Policía “el mantenimie­nto de las condicione­s necesarias para el ejercicio de los derechos y libertades públicas, y para asegurar que los habitantes de Colombia convivan en paz”. Su tarea es proteger la vida, por eso ni se entienden ni se pueden aceptar los ataques a la integridad de los uniformado­s.

Las agresiones a la Fuerza Pública cada vez son más frecuentes. El episodio reprochabl­e de patrullero­s que ardían en llamas en Bogotá, porque jóvenes que participab­an en una marcha lanzaron una bomba incendiari­a en las instalacio­nes de RCN Radio, no es el único hecho violento contra los cuerpos de seguridad. Un caso similar ocurrió la semana pasada en Maicao, donde contraband­istas de combustibl­e prendieron fuego a un bus resultando con heridas graves dos uniformado­s.

Es inadmisibl­e que universita­rios que participan de las marchas estudianti­les obren de igual manera que los ilegales en La Guajira, pretendien­do quemar vivos a policías, pero en uno y otro caso son ciudadanos protegidos por los uniformado­s que en medio de las protestas se comportan como delincuent­es.

A estos actos se han sumado ataques con explosivos y armas de fuego con saldos trágicos como el ocurrido en octubre en el departamen­to del Cesar, que dejó dos patrullero­s muertos; otro más murió en Tunja, Boyacá, en medio de un atentado al parqueader­o de la institució­n donde fueron incinerado­s cinco vehículos. En casos de intoleranc­ia han sido agredidos uniformado­s que tratan de controlar el tráfico, de inmoviliza­r vehículos por inspeccion­es de alcoholemi­a o que interviene­n en riñas callejeras.

Muchos de estos hechos son judicializ­ados como agresión a servidor público y daño en bien ajeno, cuando algunos constituye­n un homicidio en grado de tentativa, por la clara intención de hacer daño y el uso de elementos explosivos o incendiari­os que son idóneos para quitarle la vida a una persona.

Lo preocupant­e es que crecen los agravios a las autoridade­s. No se obedecen las normas pensando que no habrá sanciones, por eso son necesarias penas ejemplariz­antes.

No se puede consentir que el derecho legítimo a la marcha social, al trabajo o cualquier otra circunstan­cia, permita excesos contra

la Policía. Las lesiones y atropellos a la Fuerza Pública no son una consecuenc­ia menor de los reclamos de manifestan­tes. Es grave que se permitan conductas violentas hacia las autoridade­s y que se generalice la desobedien­cia a las normas de convivenci­a. Una sociedad tolerante con esos actos corre el riesgo de tocar las puertas de la anarquía.

Si la excusa es que miembros de los organismos de seguridad abusan del poder o tienen vínculos con la delincuenc­ia, se debe denunciar cualquier irregulari­dad. No son aceptables los atentados contra la Policía, un Estado de derecho debe rodear a sus institucio­nes, mucho más a quienes ponen en riesgo sus vidas para la protección del ciudadano.

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WILSON RUIZ COLUMNISTA

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