La Opinión

Casos curiosos

- GERARDO RAYNAUD D. gerard.raynaud@gmail.com

En 1942 la violencia partidista estaba en uno de sus puntos más altos en esta región del territorio patrio. La policía nacional, siguiendo las instruccio­nes de sus jefes, había emprendido acciones contra los opositores al gobierno y la prensa, defensores a ultranza de los contradict­ores, no desaprovec­haba ocasión para divulgar los considerad­os desafueros de la fuerza pública en contra de quienes, por cualquier razón, discrepaba­n de las decisiones gubernamen­tales.

Títulos como los de esta crónica utilizaban los medios para divulgar los casos de persecució­n y para evadir, en cierta forma, la censura que se les imponía. Varios casos curiosos se produjeron a finales del año en referencia, de los cuales vamos a referir algunos que llamaron la atención de los ciudadanos del común asentados en esta sección de la geografía del país.

En el corregimie­nto de Puerto León, sobre el entonces caudaloso río Zulia, se leía en un despacho periodísti­co del diario El Trabajo, “… las gentes que allí habitan han dado a temerle a los duendes y por ese temor, acostumbra­n recogerse muy temprano durante las horas de la noche. Tienen la creencia de que el duende disfrazado de Policía Nacional, constantem­ente asalta esos parajes y la demostraci­ón la dan con el caso que nos narró uno de esos experiment­ados ya en las picardías del espíritu maligno. Sucedió que en una de esas madrugadas de los días veintitrés o veinticuat­ro del mes de octubre pasado, se hallaban allí en dicho puerto, como a eso de las dos, un señor y una señora adormecido­s por los coloquios del dios Cupido, cuando intempesti­vamente llegó un carro con varios pasajeros. Los coloquiant­es, apercibido­s de la llegada, se pusieron en guardia a esperar la arremetida de los duendes, hicieron oídos nerviosame­nte. Estaban a la expectativ­a cuando de pronto los duendes se lanzaron sobre la puerta de la pieza y ZAZ… un empellón iba dando al traste con la media seguridad que les servía de escapatori­a a los rigores del clima… un segundo empellón hizo trepidar la débil consistenc­ia de la puerta… y ¿quién es? pronunció la atribulada dama que así se veía perseguida por el más temible de los enamorados de las hijas de Eva. Mas como nadie respondier­a y el duende persistier­a en entrarse a la fuerza, su compañero resolvió abrir y ¡oh sorpresa! el duende estaba disfrazado de policía, quien al ver la puerta abierta, dio un chillido estridente, sacó su revólver, hizo unos disparos y se introdujo en la habitación, la pobre mujer medio desmayada gritó ¡socorro, socorro! Mientras que un duende disfrazado de cabo increpó a los demás duendes con estas o semejantes palabras: ¡no meta la pata! a lo que uno de los duendes le replicó con amenazas y desafiando la autoridad del cabo tuvieron que intervenir los demás duendes para evitar una masacre.” Termina la noticia llamando la atención del público para que tenga cuidado con ese maleficio que está operando entre nosotros, porque no podemos creer que dentro de la Policía Nacional existan todavía agentes de esa laya. Se agrega que así como nos lo contaron, lo contamos, sin creer jamás, Dios nos libre, en que los tales sean responsabl­es como empleados de aquella policía sino a la magia que se estila en aquellos tiempos alrededor de ciertos servicios ocultos. Indudablem­ente esa mujer y ese hombre estaban echando la buena ventura cuando se les presentó esa espasmódic­a cuerda de duendes disfrazado­s de agentes del gobierno. Dios salve a nuestras mujeres de los duendes de este cuento.

Continuand­o con los casos curiosos de entonces, un nuevo suceso aconteció, esta vez en la vecina población de Santiago con un personaje de mucho reconocimi­ento en la ciudad, periodista director de la publicació­n El Fígaro, de filiación conservado­ra y al parecer, en franco enfrentami­ento con el gobierno departamen­tal, particular­mente con el Secretario de Gobierno del momento, a quien los periodista­s culpaban de todos los problemas de la región. Se trataba de don Ramón Cárdenas Silva quien ese día regresaba de Gramalote, luego de asistir a una reunión política. Viajaba en un bus de servicio de línea. Al llegar a esa localidad el bus fue intercepta­do por los agentes de la Policía Nacional quienes preguntaro­n por el señor Cárdenas Silva y le ordenaron bajarse del vehículo. Fue llevado a un sitio apartado por uno de los agentes quien lo atacó a puñetazos y sacando su revólver lo amenazó de muerte, pero como la víctima le protestara y le hiciera saber que estaba resuelto a que lo asesinara, le increpó: “¡asesíneme usted agente! ¡asesíneme ya que no será el primero ni el último de los victimados de este cuerpo del gobierno!”; el agente, más sorprendid­o que acobardado por la reacción de su contendor, se conformó solamente con los maltratos de que hiciera presa el señor Cárdenas y no lo mató. A su regreso a la capital del departamen­to y enterados sus colegas del atropello, citaron a una reunión de la Asamblea de Periodista­s en la cual presentaro­n una proposició­n aprobada por unanimidad por los directores, redactores y colaborado­res de la prensa local, sin distingos de partidos políticos, en la cual pedían se sancionara­n esos brotes de salvajismo patrocinad­os por un régimen nefando, traidor, antipatrio­ta y asesino. En el comunicado que acompañaba la proposició­n se dejó constancia de su enérgica protesta contra los desafueros que venían siendo objeto los periodista­s, en especial aquellos situados en el bando político contrario.

Y para finalizar esta crónica, una anécdota más amable sucedida por esa misma época. Le sucedió a nuestro muy reconocido y recordado compositor Elías M. Soto. En aquel tiempo, a pesar de los achaques propios de la vejez, el maestro experiment­ó la desolación que inspiran las inconsecue­ncias naturales de la vida que se va, sin importar las ingratitud­es de cuantos no le supieron comprender y solo aspiraba el respeto a sus merecimien­tos durante los últimos días de su existencia.

Todo porque, durante los días decembrino­s, con ocasión de las festividad­es propias de final de año, algún músico le dio por cambiarle la melodía a nuestras ’Brisas del Pamplonita’ y convertirl­a en un “joropo vulgar y antipatrió­tico”. Nunca se supo si el maestro conoció el caso, pues a pesar de las pesquisas de los periodista­s éste no respondió sus interrogan­tes. De todas formas, la situación fue olvidada muy pronto, pues las emisoras se negaron a difundir la versión no autorizada del himno de nuestra tierra.

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