La Opinión

Los líderes sociales no están solos

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06:00 de la tarde, 15 de diciembre de

2018, Montreal, Canadá. Hace frío, pero en el interior hay mucha calidez. Un grupo de personas colombiana­s organizan una fiesta navideña en apoyo a los líderes sociales. La entrada cuesta diez dólares; además, hacen empanadas y ensalada para la venta. Lo que se recoja se enviará directamen­te a una organizaci­ón de líderes sociales en Antioquia para apoyar sus procesos de resistenci­a. Aunque todas las empanadas se venden, no es mucho dinero. Lo recaudado no podrá solucionar la situación de los líderes, pero es algo.

Solo en 2018, la Defensoría del Pueblo registra en sus cifras el homicidio de 164 líderes. En noviembre, el gobierno nacional lanzó el ‘Plan de Acción Oportuna’ para la protección de líderes sociales en el país, con el que se busca integrar a todas las institucio­nes del Estado para evitar amenazas y asesinatos. Algunos líderes que llegan a la fiesta y que viven en Canadá gracias a programas de refugio que ofrece este país, afirman que, una vez más, “esperan que esos planes no se queden solo en el papel”. Y a la fiesta también llegan personas canadiense­s, chilenas, mexicanas, argentinas, francesas…

Al final, el evento es un éxito. Un coro navideño dirigido por un maestro de música recién llegado de Venezuela se presenta; un cantante chileno hace un tributo a la vida de los líderes; una mujer de Honduras interpreta a Mercedes Sosa; otra mujer quebequens­e canta tres canciones de Pastor López; bailamos. Sabiendo que lo que nos convocaba es digno de dolor, los artistas nos invitaban a bailar para resignific­ar ese sentimient­o de aflicción. Los líderes que están aquí también bailan y lloran al tiempo. Y declaman poemas que han escrito en sus procesos de duelo, de migración, de desarraigo. Uno de ellos me cuenta que, aprendiend­o francés, descubrió esa palabra que no tiene traducción en otras lenguas, y que representa muy bien lo que se siente cuando uno no está en su país: ‘dépaysemen­t’: esa sensación de saberse extraño en otro lugar. Y bueno, me dice: “es lo que siento aquí porque así me hayan acogido en este lugar, yo no soy de acá. El problema es que allá, por seguridad, no puedo estar”.

Me desplazo a la barra de comidas, y todo se ha vendido. Los

organizado­res están felices porque podrán enviar más dinero de lo esperado, aunque saben que aún así no será suficiente. Entre cada presentaci­ón musical han dado a los asistentes el contexto de la situación con cifras, testimonio­s y referencia­s históricas, por lo que ya hay más personas que saben lo que está pasando en Colombia. Ya somos más. Aunque poco podemos hacer, aunque la responsabi­lidad de proteger está en manos del Estado, aunque estando allá o acá las herramient­as que tenemos para unirnos a esta causa son débiles frente a los procesos de violencia que se viven en ciertos territorio­s colombiano­s, ya somos más.

Hoy, gracias a este grupo de personas, recuerdo que ninguna causa es pequeña. Como lo dice Amartya Sen en su libro La idea de la justicia: ni Gandhi ni Luther King pretendían cambiar el mundo; ellos sabían que podrían sólo hacer algo por las desigualda­des que tenían cerca. Sabían que su poder no era grande, y el conocimien­to de sus limitacion­es sumado a la voluntad de ese “hacer algo” con lo que tenían en sus manos, les permitió lograr grandes cambios. El hombre de la fotografía recitó un poema, repartió empanadas y rifó una artesanía para poder recoger más dinero. Estaba feliz porque su idea fue un éxito. Ninguna causa es pequeña: por esa razón, los líderes sociales no están solos.

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JOSÉ BOLÍVAR COLUMNISTA

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