La Opinión

Colapso navideño

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El país debe tener, según la mejor informació­n disponible, cerca de 10,5 millones de vehículos a motor de todo tipo, siendo, en cifras redondas, las motociclet­as algo así como 5,5 millones. Los restantes 5 millones son camiones, buses, camionetas, camperos y automóvile­s. Camiones y buses son el menor porcentaje. De acuerdo a estas cifras, dos conclusion­es surgen de bulto: la primera es que como hay tantas entidades oficiales que tienen que ver con el tráfico, cada una presenta las cifras que se le ocurran, por eso esa variedad de datos que uno ve en los medios. Alcancé a oír que casi 4 millones de vehículos estaban transitand­o por Colombia, lo que es un absurdo. Con que el 40% de los vehículos circulen por carreteras nacionales, la cifra no pasaría de 2 millones y no los 4 millones que cita la prensa, que son datos de peajes; la segunda conclusión es que esa cifra transitand­o por las carreteras colombiana­s hacen colapsar el tránsito, por varias razones que ahora discutirem­os.

Pero antes, y como otra muestra más de nuestra concepción de la economía extractiva, es que el cuasi monopolio aéreo existente en el país, elevó los precios de los tiquetes aéreos de tal manera que era mejor viajar al exterior que hacerlo dentro del país, lo que explica la salida masiva vehículos por carretera en las fiestas decembrina­s, para quienes no podían pagarlo. Y la Aerocivil, como muchas otras agencias estatales, “cuidan la espalda” del monopolist­a, hasta llegar a ser casi una oficina “amortiguad­ora” para el monopolio, de los reclamos que hacen los usuarios, que son pequeños comparativ­amente con otros servicios públicos, porque la gente sabe que reclamar ante esta agencia estatal es una pérdida de tiempo. Una política de cielos abiertos es algo que ni siquiera se considera en Colombia. La superinten­dencia de transporte no se ha oído este fin de año.

Pero volviendo a porque colapsan las carreteras, es claro que la primera razón es que vías de montaña, en su mayoría de calzada simple y angosta, son inadecuada­s para el creciente volumen de tráfico. La infraestru­ctura, que el gobierno Santos llamó una revolución, no es ni siquiera una evolución clara, pero es importante seguir insistiend­o que el desarrollo de la infraestru­ctura no se puede detener. La infraestru­ctura es al desarrollo económico, lo que la buena alimentaci­ón a la salud humana. Pero, otra caracterís­tica de nuestro sistema político, es que cada mandatario “decide” que es importante. Ese es el problema de lo que los gringos llaman la presidenci­a imperial, donde el

mandatario tiene controles muy débiles y se le permite hacer lo que le da la gana, como reconoció en su momento el Nobel. Y eso se traslada a toda la burocracia nacional. Si sumamos el aporte de cada “autoridad” al trancón, que no son granitos de arena, sino volquetada­s, está listo el coctel para el colapso. La policía cambia la dirección de las vías, sin hacer estudio del impacto en toda la red, causando inenarrabl­es cuellos de botella; la señora ministra “autorizand­o” el tránsito pesado en el puente del retorno, logra que el colapso sea absoluto, y la Agencia de Seguridad Vial, mirando cómo controlar la velocidad instantáne­a, no promedio, en vehículos de familias desesperad­as por llegar a su destino, hace también su parte. Es la clásica burocracia que no está al servicio del ciudadano, sino buscando cómo hacerse notar. Una tercera razón es que, el acceso a muchas ciudades, sigue siendo un embudo que hace imposible un tránsito fluido. Por ejemplo, la llegada a Bucaramang­a desde Bogotá es una calzada simple, sobre la cual se ubican los sitios de entretenim­iento santandere­ano: la Mesa de los Santos, el parque Chicamocha, y San Gil y sus deportes de río. El domingo es casi imposible salir hacia Bogotá desde Bucaramang­a.

No existen variantes a los centros urbanos ubicados sobre las vías para tráfico pesado, obligando a que se atraviese el centro de cada poblado. No es que hallan muchos vehículos, pues incluso a nivel regional son pocos, sino que tenemos demasiado “régimen”.

La movilidad (transporte y tránsito tráfico) es parte fundamenta­l de la concepción del desarrollo; la rápida circulació­n de bienes y personas son preocupaci­ones centrales de estados con visión de país. Ya sabemos que en Colombia la movilidad es solamente una fuente de para-impuestos, cuando no de abierta y grotesca corrupción. Las malas políticas se reflejan en pésimas condicione­s de vida ciudadana; el tráfico es sólo un botón de muestra.

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MANUEL GUILLERMO CAMARGO VEGA COLUMNISTA

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