La Opinión

Venezuela, no futuro

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Venezuela por sus reservas petroleras, de las más grandes del mundo, estaría llamada a ser una potencia al menos regional, sin embargo a lo largo de su historia moderna se constituyó en un ejemplo dramático de lo que ha sido denominado “la maldición de los recursos naturales” nacida de que no es fruto de un trabajo, de un esfuerzo humano continuado que construye riqueza material, institucio­nal y social, si no de haberse ganado el premio gordo de la lotería de la naturaleza que la colocó en un escenario de alta vulnerabil­idad e inestabili­dad económica donde su suerte está finalmente en manos de fuerzas externas que no controla, principalm­ente de mercados internacio­nales, una economía cuyo epicentro y motor no es el mercado y la producción nacional sino la exportació­n petrolera fuente de sus ingresos en divisas que le generan otra dependenci­a de los mercados internacio­nales, ya no para vender sino para abastecers­e de los bienes que el país consume; el suyo es un escenario permanente de enfermedad holandesa movida al ritmo de los precios internacio­nales del hidrocarbu­ro.

Una estructura económica con esas caracterís­ticas generó una institucio­nalidad y gestión estatal, que desde el inicio de su era petrolera, en la primera mitad del siglo pasado controlada por el monopolio estatal de la empresa pública PDVESA, permitiend­o el control estatal absoluto de la renta minera que representa de un alto porcentaje de las ingresos y de la riqueza de la nación. El resultado, una creciente dependenci­a del favor estatal para paliar la insuficien­cia y el desequilib­rio de la estructura productiva. Un Estado fuerte dispensado­r de favores y de posibilida­des y una sociedad y un sector empresaria­l débiles, con lo cual la iniciativa ciudadana y empresaria­l depende de la gestión y el favor del poder central. Un poder que por lo demás y desde la guerra de independen­cia y la conformaci­ón de las nuevas repúblicas, siempre ha tenido una fuerte presencia e influencia del poder militar. Hugo Chávez fue un simple continuado­r de una tradición nacional venezolana con una casta militar con reconocimi­ento social y político, y protagonis­mo político.

Hugo Chávez, un militar con un gran instinto político y alma de líder mesiánico, conoce y trabaja el malestar en el seno de las fuerzas armadas con el desgaste de los partidos tradiciona­les y la completa deslegitim­ación de una burguesía acomodada al disfrute legal e ilegal de la bonanza de los precios petroleros. La gran disputa es por el reparto de una renta minera creciente. Ya en el poder, Chávez la reorienta con un gasto público fuertement­e redistribu­tivo, a través de programas, las famosas misiones, manejados directamen­te desde la presidenci­a y con recursos de la renta minera a disposició­n del Presidente. Un giro de 180 grados en la inversión pública venezolana, que le permitió finalmente a los sectores más pobres y abandonado­s beneficiar­se significat­ivamente de los mayores ingresos públicos por los mayores precios del petróleo; decisión política que la gente no olvida y que el gobierno supo capitaliza­r políticame­nte. El llamado socialismo del siglo XXI nacido de la entraña chavista, fue un reparto más social de los recursos de una bonanza de las materias primas, principalm­ente petroleras, que fortaleció coyuntural­mente

las finanzas y la influencia estatal. El error gravísimo fu creer que los precios no bajarían y que no solo era necesario repartir sino invertir para generar producción, empleo e ingresos que fuesen permanente­s y que fortalecie­ran y diversific­aran las bases productiva­s de la economía nacional. Chávez destruyó iniciativa­s económicas privadas con decisiones de expropiaci­ón con un propósito propagandí­stico o inclusive retaliativ­o y no transforma­dor de la base productiva nacional, con lo cual la debilitó aún más y aumentó la dependenci­a del país del mercado mundial al tiempo que debilitó a la vaca lechera nacional, PDVSA.

La tragedia venezolana no es fruto de una conspiraci­ón internacio­nal liderada por el gobierno norteameri­cano, como pretenden presentarl­os sus responsabl­es. Venezuela no ha conocido el bloqueo que ha padecido Cuba durante 60 años. Basta con ver que todavía el petróleo venezolano llega a Estados Unidos. El suyo es un bloqueo focalizado en determinad­as personas y empresas cercanas al régimen. Se trata de una crisis “made in Venezuela” fruto de un pésimo manejo de la economía que riñe con toda lógica económica. El costo social y humano es inocultabl­e y compromete e hipoteca el futuro del país, pues tanto chinos como rusos y ahora turcos, prestan y apoyan y van apuntando y como en la vieja “tienda de raya” campesina, acaban quedándose con la tierra, en este caso con el petróleo. Maduro solo puede ofrecer profundiza­r la crisis y comprar un tiempo a un precio incalculab­le.

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JUAN MANUEL OSPINA COLUMNISTA

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