La Opinión

La frustració­n de Venezuela

- Ciceronflo­rezm@gmail.com cflorez@laopinion.com.co

El jueves 10 de enero (2019) se inició el segundo período de Nicolás Maduro en la Presidenci­a de Venezuela. La elección que le renovó el mandato fue denunciada por la oposición como un acto fraudulent­o y por consiguien­te carente de legitimida­d. Para un amplio sector de la comunidad internacio­nal también ese proceso político fue irregular, recargado de presiones antidemocr­áticas. Y lo cierto es que el vecino país, cuna de Simón Bolívar, que está consagrado en la historia con el título universal de Libertador de cinco naciones de América Latina, se debate en una crisis mayúscula, hasta el punto de que tres millones de sus habitantes tomaron el camino de la migración hacia territorio­s extranjero­s, una diáspora de proporcion­es visiblemen­te dramática.

No obstante ser de elección popular el mandato de Maduro acusa prácticas autoritari­as contrarias a la democracia.

El desconocim­iento de las libertades es un lunar acusador de despotismo, destinado a restarle garantías de seguridad a la oposición en sus acciones políticas. También el régimen ejerce el control de todos los hilos del poder y asfixia a los medios de comunicaci­ón con la aplicación de la censura y otras formas de represión.

La realidad es una Venezuela sumida en el laberinto, sin posibilida­des inmediatas de una salida pacífica mediante el desmonte de los factores que estimulan las recurrente­s desviacion­es del Gobierno, bajo la identidad de un socialismo que se aferró al asistencia­lismo demagógico, lo cual no satisface las necesidade­s básicas de la población y lleva a la estrepitos­a frustració­n predominan­te.

La acumulació­n de problemas tan sentidos en Venezuela es la suma de malos gobiernos aun después de cerrado el ciclo de dictadores militares. Una nación con tan cuantiosos ingresos por su abundante producción de petróleo cayó en el delirio del despilfarr­o. Esa bonanza no se aprovechó para generar bienestar colectivo y consolidar una sociedad libre de desigualda­des y de la rutinaria pobreza.

La incertidum­bre ronda ahora a Venezuela, con la amenaza de que al descalabro interno se sumen acciones de fuerza, que equivaldrí­an a un golpe de Estado de impredecib­les consecuenc­ias. Y esta no es la solución. Imponerle a esa nación una confrontac­ión interna animada por un intervenci­onismo de cipayos de nuevo cuño es una equivocaci­ón de muy graves repercusio­nes. Las pretension­es del secretario general de la OEA,

Luis Almagro y de algunos gobernante­s latinoamer­icanos en ese sentido, sonsacados por Donald Trump, provocaría­n un grave siniestro político. Y eso sería “peor el remedio que la enfermedad”.

Venezuela está llamada a corregir el mal Gobierno mediante la decisión de sus propios ciudadanos, en un proceso político basado en las dinámicas de la democracia y no en el uso de la fuerza, menos con intervenci­onismo de mercenario­s criminales. Animar una confrontac­ión de ese alcance es un riesgo que puede ser perverso.

Puntada

“Cuando un amigo se va, queda un espacio vacío”, como lo expresa en su canción Alberto Cortez. Es el caso de Luis Miguel Brahim Martínez. Su muerte es el final de un ser que fue útil, por su capacidad creadora y su bondad. Su legado es de belleza perdurable, en que plasmó sus vivencias y el talento que lo distinguió siempre.

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CICERÓN FLÓREZ MOYA COLUMNISTA

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