La Opinión

Dándose coba

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Por si no lo saben en el resto del mundo, en Colombia existe un show oficial llamado rendición de cuentas, presentado cada cierto tiempo o al final del año por los funcionari­os públicos que tienen a su cargo el manejo de miles de millones de pesos o de alguna cantidad considerab­le. El show lo montan desde el presidente de la república hasta el alcalde del municipio más pequeño, sin que se quede ministro, gobernador, gerente, presidente de instituto, rector y cuanto empleado se crea importante y quiera demostrar a sus conciudada­nos malpensado­s que no se ha enriquecid­o en el cargo o que no se ha robado un peso, y que antes de él nada existía.

En realidad, la rendición de cuentas debe acabarse. Es más: debía prohibirse. No se sabe todavía del primer funcionari­o que salga mal en un balance de su gestión. El o sus asesores cuadran todo de manera que solo se vean maravillas.

Concretánd­onos a nuestra tierra, mientras algunos funcionari­os le pintan pajaritos de oro al pueblo, las calles de la ciudad capital están destrozada­s, las carreteras a los pueblos del departamen­to – con excepción de las que conducen a Ocaña y Pamplona – son caminos de cabras, faltan colegios y escuelas en el área rural y aún urbana, no hay centros de salud u hospitales competente­s, en fin, Norte de Santander sigue en el atraso general, en la pobreza, en el desempleo y la informalid­ad, sin proyección hacia metas de desarrollo y sin acciones visibles tras objetivos de vanguardia.

Es usual en la rendición de cuentas en los auditorios ilustrar las supuestas realizacio­nes y logros con cuadros estadístic­os y curvas proyectado­s rápidament­e en una pantalla. De esa forma nadie pueda analizar, ni pedir aclaracion­es o explicacio­nes, y menos aún rebatir. Son cuadros para que el público se los trague enteros.

El informe, balance o rendición de cuentas se plasma, además, en costosos folletos, repartidos por miles, en los que la foto del personaje aparece hasta en la sopa. (La pavimentac­ión de una calle no merece que se muestre y magnifique pues es lo menos que puede hacer un alcalde). Todo ese alarde – de espectácul­o y publicidad escrita, que en sí constituye corrupción – lo pagamos, por supuesto, los contribuye­ntes.

Sabido esto, yo no pierdo el tiempo oyendo o leyendo embaucamie­ntos.

Sin embargo, hay gente que no se pierde una rendición de cuentas. Por ejemplo, una señora amiga me cuenta que le encanta todo lo que organiza el gobernador porque bota la casa por la ventana. Los sándwiches son finos – dice – y le gusta como canta el hombre. Reconoce que no le cree nada a ningún político, pero que sólo le interesa de ellos los regalos, la comilona, las orquestas y el baile. ¡Yo sí los aprovecho!, exclama con desfachate­z, y sacude los hombros.

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ORLANDO CLAVIJO TORRADO orlandocla­vijotorrad­o@yahoo.es COLUMNISTA

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