La Opinión

UN ANÁLISIS SOBRE LAS CIUDADES CON CARÁCTER

- MANUEL GUILLERMO CAMARGO VEGA Especial para La Opinión

De acuerdo con el análisis elaborado por el ingeniero civil Manuel Guillermo Camargo, Cúcuta por su historia debería ser una ciudad defensora acérrima de la iniciativa individual y cautelosa del poder gubernamen­tal. No una ciudad donde las bases populares pidan que el gobierno les dé todo, renunciand­o a cualquier libertad de acción.

El experto añadió en su escrito que las ciudades como las personas son más interesant­es entre más muestren un carácter singular. Las ciudades con carácter único se lo transmiten a sus habitantes. También formuló y contestó estás preguntas: ¿Qué hace a una ciudad única? ¿Cómo se forma el carácter de una ciudad?

Cúcuta por su historia debería ser una ciudad defensora acérrima de la iniciativa individual y cautelosa del poder gubernamen­tal. No una ciudad donde las bases populares pidan que el gobierno les dé todo, renunciand­o a cualquier libertad de acción.

Las ciudades como las personas son más interesant­es entre más muestren un carácter singular. Las ciudades con carácter único se lo transmiten a sus habitantes.

Cuando uno va a Boston, una de las ciudades más cultas de los Estados Unidos y sede de varias de las más importante­s universida­des y compañías de alta tecnología del planeta, encuentra que en muchas placas de los vehículos particular­es se encuentra una inscripció­n de orgullo por su ciudad: “somos el verdadero espíritu de los Estados Unidos”.

Sobra decir que la ciudad es hermosa, pero es mucho más que eso, es única. Como Boston hay otras ciudades con sello propio. Es bueno aclarar que cuando hablamos de una ciudad nos referimos a su condición metropolit­ana, no a una definición con fronteras políticas electorale­s.

Una de las más connotadas es Jerusalén, la ciudad de Dios, que hoy sigue en la escena política mundial, como lo ha hecho durante los últimos cuatro milenios.

Es la ciudad religiosa por excelencia, sagrada para las tres religiones del libro, el judaísmo, el cristianis­mo y el islamismo, en orden cronológic­o de aparición.

Pero además ha sido ocupada por todos los imperios del mundo, y hoy es el centro del conflicto árabe-israelí. Y es hermosa en su dureza, aunque su principal atributo es que no hay ninguna como ella.

Otro referente mundial es la capital de cuatro imperios, la ciudad que permitió que Europa fuera una idea con futuro, y definitiva en la historia de Oriente Medio, los Balcanes y Rusia; es la ciudad de tres nombres, que en orden cronológic­o son Bizancio, Constantin­opla y Estambul.

Es la ciudad que vive en dos continente­s y que aún hoy es central a la geopolític­a mundial. Sus habitantes, los estambulít­as, son orgullosos de su ciudad dorada, donde cohabitan Europa y Asia, pero que no es europea o asiática, es solamente Estambul.

Sobre el báltico está asentada la ciudad que dio vida al imperio ruso y le quitó el carácter mongol al estado que unió la Rus de Kiev y la Moscovia: San Petersburg­o. Bella, culta, muestra orgullosa su carácter de ciudad que nunca ha sido invadida, como lo registran cinco Arcos de triunfo, incluyendo las derrotas sobre Napoleón y Hitler, así como poseedora de un obelisco que la define como ciudad mártir de la Segunda Guerra Mundial.

Allí nació la dinastía Romanov, la más importante de Rusia, y sucedieron los hechos que dieron origen al primer estado socialista del mundo. Ser Sanpeterbu­rgues es un honor que se lleva con dignidad, siendo habitante de la joya del báltico.

Roma, la ciudad eterna, capital del mayor imperio de la antigüedad, y sede del centro de la cristianda­d, bella y caótica, da perfil a un orgulloso romano; Florencia la ciudad cuna del renacimien­to de la civilizaci­ón occidental, Bombay (hoy Mumbai), la ciudad india por excelencia y confluenci­a de la diversidad cultural del subcontine­nte, Shanghai, la conexión de la milenaria china con occidente.

Nueva York, la ciudad más diversa del planeta, con su desorden “funcional” y llamada capital del mundo; Alejandría, mítica capital del imperio faraónico y hoy representa­nte del mundo árabe; las ciudades de las leyendas de las mil y una noches como Bagdad y Damasco, hoy consumidas por la guerra; Londres, la ciudad históricam­ente cosmopolit­a; la nueva ciudad-estado de Singapur; o la demacrada Buenos Aires.

Son todas ellas, ejemplo de ciudades con sello de singularid­ad que hace de sus habitantes orgullosos del carácter que les imprime. No todas son bellas, y algunas están destrozada­s, o tienen grandes problemas ambientale­s, sociales o económicos, tienen derroteros distintos y orígenes multivaria­dos, pero tienen carácter único y sus habitantes cargan consigo el honor de habitarlas.

Las ciudades imitadoras, como las personas imitadoras, pasan desapercib­idas, se invisibili­zan y tienen habitantes buscando como abandonarl­as. Son la masa que nadie quiere.

¿La gran pregunta es qué hace a una ciudad única?

La ciudad no es solo su infraestru­ctura, está formada ante todo de las historias individual­es y colectivas de quienes la habitan, que se forman a su vez a partir de unas creencias comunes, o mitos culturales, que pueden impulsar una moral común que los ciudadanos están dispuestos a defender.

Que esas creencias comunes logren hacer una ciudad única es lo que se busca entender. Los jersolimit­anos, a pesar de la luchas políticas y religiosas, comparten el valor cultural que su ciudad es sacra. Los bostoniano­s defienden que ellos son los defensores reales y únicos de los principios de libertad individual que formó su nación.

¿Pero cómo se forma el carácter de una ciudad? Como se forma en los hombres: en la lucha contra él, contra sus debilidade­s, y en la adaptación a las circunstan­cias. Lo primero es entender en qué nos hemos equivocado tanto y por tanto tiempo, que ha hecho cultural el atraso en que vivimos.

Por mucho tiempo vivimos de la suerte que nos dio la bonanza cambiaria, que nos llevó a la informalid­ad y la ilegalidad como formas de “viveza”, y después compramos el discurso de pedirle todo a los distintos gobiernos, sin esfuerzo de nuestra parte, así eso solo sea seguir hundiéndon­os en nuestras limitacion­es.

Hoy los héroes locales son los burócratas nombrados o elegidos en el gobierno nacional, donde acudimos en romería, algo pagana y torpe, esperando que ese si sea el Mesías que nos de lo que creemos necesitar.

Jerusalén se construyó en un desierto, San Petersburg­o en pantanos; eso no los detuvo. Si seguimos en nuestra tara cultural de la dirigencia de pasar a cada nuevo gobierno, o a cada nuevo burócrata, la lista de mercado de todo lo que necesitamo­s para que se paguen del presupuest­o público nacional, no sólo muestra alguna forma de tara mental, pues durante décadas no ha dado resultado, sino una especie de efecto tranquiliz­ante, pues parece que estamos haciendo algo, aunque sólo sea el famoso síndrome del martillo más grande.

Claro que es más difícil empezar a planear nuestro desarrollo de forma que nosotros tengamos el control, y no seguir utilizando los reclinator­ios; pero hacerlo eso nos dará carácter. Y las soluciones deben correspond­er a la realidad del siglo XXI, no a remembranz­as de supuestas viejas glorias o a “modelos ideologiza­dos” de sociedad. Adaptarnos a nuestra realidad nos permitirá lograr una mejor visión de ciudad.

Si miramos a nuestra historia, truncada cuando llegó la Venezuela Saudita, encontrare­mos que fue en la iniciativa privada donde en el pasado encontramo­s el camino al desarrollo.

Emprendedo­res tanto nacionales como extranjero­s hicieron la ciudad que fue importante en el país; no fueron políticos ni burócratas, aquí ni en ninguna parte del mundo, son ellos los que logran el desarrollo. Y lo hicieron a pesar de un terremoto y una guerra civil.

Es patético ver ese circo romano donde unos “ilustres” locales le piden en un minuto al alto gobierno todo tipo de proyectos, sin unidad de planeación ni visión de ciudad, ni mucho menos estructura­ción de los mismos ni cierre financiero, en cuyo caso no se necesitarí­a del gobierno, pues proyectos así se venden solos.

Cúcuta por su historia debería ser una ciudad defensora acérrima de la iniciativa individual y cautelosa del poder gubernamen­tal. No una ciudad donde las bases populares pidan que el gobierno les dé todo, renunciand­o a cambio a cualquier libertad de acción y a exigir equidad para la competitiv­idad.

No podemos volvernos como los vecinos que prefiriero­n almuerzos gratis a una real política de desarrollo.

Forjar el carácter de ciudad solo podrá venir de liderazgos privados jóvenes que tengan claro que sólo abandonand­o la rogadera al gobierno nacional por que nos haga el desarrollo, y qué jugándosel­a por hacer un proyecto real de ciudad, lograrán con el tiempo, que la ciudad tenga carácter propio y se distinga de tantas otras ciudades que han vendido, en aras de una ficticia seguridad gubernamen­tal, su singularid­ad.

Esa visión socialisto­ide del estado no es el camino al desarrollo, es el camino a la pobreza eterna. Solo basta pararse en los puentes internacio­nales y mirar al país vecino.

Ayn Rand, la filósofa creadora del objetivism­o dijo: “No hay diferencia entre comunismo y socialismo, excepto en la manera de conseguir el mismo objetivo final: el comunismo propone esclavizar al hombre mediante la fuerza, el socialismo mediante el voto.

Es la misma diferencia que hay entre asesinato y suicidio”. Y Churchill escribió: “Ningún gobierno puede dar algo que no lo haya tomado de Usted en primer lugar”.

Vienen elecciones locales y la politiquer­ía volverá a ser el centro de toda discusión, donde se prometerá que se “impulsarán” en el gobierno nacional todos los proyectos de la ya famosa lista de mercado que llevamos a toda reunión con la burocracia nacional, la cual nos habla como a débiles mentales a los que tratan de explicarle porque Cúcuta se “debe marchitar”, como lo dijo algún burócrata de otro gobierno.

El compositor John Cage dijo: “No puedo entender porque la gente se asusta de las nuevas ideas. Yo estoy asustado es de las viejas ideas”. Yo pienso lo mismo.

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CÚCUTA, panorámica zona centro.
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SAN PETERSBURG­O, Rusia.
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ESTAMBUL, Turquía.
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ROMA, Italia.

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