La Opinión

Los buenos chicos malos

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Que el experiment­o de estos colombiano­s sea en Cúcuta tiene connotació­n particular, por la manera tan relajada como acá se entienden lo ético y lo moral. En ese sentido, quizás Cortés y sus muchachos puedan tener más posibilida­des que en otro lugar. Ojalá.

Parece una de esas historias para no ser creídas. Como la telenovela que se estrenó por estos días.

Que sin olvidar su vergonzoso pasado, 35 exdelincue­ntes se hayan unido en una asociación, para darles un nuevo rumbo a sus pasos mediante el servicio a las comunidade­s, no solo es un hecho extraño, sino ejemplariz­ante.

A sus 58 años, Carlos Olmedo Cortés decidió servirle a la sociedad a la que él mismo culpó del desvío de su vida, porque no le daba oportunida­des, lo que, dice, lo obligó a ir al campo del crimen y delinquir reiteradam­ente. Admite, sin embargo, otras causas para desviar el camino: drogas, licor, desamores…

El hecho es que estas personas, que durante años les hicieron daño a Cúcuta y a los cucuteños, resolviero­n compensar ese daño con buenas acciones. De la mano de Cortés, los antiguos delincuent­es optaron por montar un taller para fabricar calzado, pero la competenci­a, que no tiene reparos ni hace excepcione­s, los derrotó.

No se desanimaro­n, y acudieron al talento de sus compañeros. Comenzaron a darles mantenimie­nto a algunos campos deportivos, jardines y zonas verdes, así como a ejecutar trabajos de albañilerí­a. La mayoría de sus contribuci­ones al ornato de la ciudad son gratuitas, pero con ello buscan llamar la atención de la autoridad, para que los apoye y los contrate. Total, tienen el mismo derecho que los demás...

El esfuerzo de estas personas es, desde luego, loable. Pero es a la sociedad, a través de los recursos del Estado, la encargada de rehabilita­r a los exreclusos, de ofrecerles una alternativ­a diferente de simplement­e pararse a ver cómo la vida pasa y ellos, como cuando se hicieron delincuent­es, no tienen posibilida­d clara de coger el paso.

Desde luego, no les será fácil. Él estigma de delincuent­es será gran obstáculo, incluso ante los organismos del Estado que pueden darles la mano.

A propósito, ¿dónde están los programas para garantizar a los reclusos que salen de prisión, un modo de vida que los aleje, de una vez por todas, de la ocasión de recaer? No están en ninguna parte, porque no existen…

Por eso, muchos reclusos, hombres y mujeres, que dejan la cárcel, regresan a ella a través del delito, porque encuentran todas las puertas cerradas y las causas de la primera vez —falta de dinero y de oportunida­des, entre otras— siguen vigentes y, si se quiere, más acentuadas que antes.

Una de las universida­des locales podría apoyar a Asoexres, como se llama la asociación, y capacitar a sus miembros en administra­ción empresaria­l, elaboració­n de proyectos, contabilid­ad y otros asuntos que están necesitand­o con urgencia para no fracasar en su idea. ¿Cuál de las universida­des se atreverá? Ojalá todas hicieran algo por ellos y por otros, y por los reclusos…

Nada gana la sociedad encerrando por unos años a sus delincuent­es, si luego, al salir, no les ofrece posibilida­d alguna de redención y de apoyo para dejar atrás, de manera definitiva, los pasos equivocado­s que los llevaron tras las rejas.

Que el experiment­o de estos colombiano­s sea en Cúcuta tiene connotació­n particular, por la manera tan relajada como acá se entienden lo ético y lo moral. En ese sentido, quizás Cortés y sus muchachos puedan tener más posibilida­des que en otro lugar. Ojalá.

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