La Opinión

Ahora sí a gobernar

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Gobernar es firmar decía Miguel Antonio Caro. Otros creen que es la capacidad de ordenar y de que se cumplan esas órdenes. Los demócratas más románticos, consideran que gobernar es cumplir de la manera más amplia posible los sueños de los gobernados y los propios del gobernante. Cualquier definición o todas al tiempo, implican mirar adelante señalando un rumbo y unas aspiracion­es claras, cumplibles en los breves períodos presidenci­ales de nuestra Carta y en los ministeria­les aún más breves. Estamos a cuatro meses de las elecciones locales y a treinta y cinco de las parlamenta­rias y presidenci­ales. El tiempo para aprender se acabó. El de echar culpas expiró. Hay un presidente entusiasta, un país ansioso de saber su rumbo y una economía trémula por la incertidum­bre de ese rumbo.

Con defectos y resabios, la rama judicial ha despejado las nubes jurídicas más negras del momento. La Corte Suprema ha reactivado el proceso de Santrich como aforado y ya se posesionó imputado (con i). El Consejo de Estado le ratificó su escaño. También la JEP lo recibió para iniciar su estatus subjúdice allí. La Corte Constituci­onal ratificó la ley estatutari­a de la JEP y se hundieron las objeciones presidenci­ales en el Congreso y en el alto tribunal; y reiteró cómo son las mayorías para votar leyes derivadas de los acuerdos de paz, cómo se tratan las inhabilida­des y ratificó por enésima vez el carácter inalterabl­e de los convenios, con lo cual el panorama de las curules de las víctimas parece despejarse. Los exfarc que no aparecen en la JEP fueron conminados y los que sí apareciero­n piden perdón a sus víctimas; la implementa­ción es defendida dentro y fuera del país desde el alto gobierno con una vehemencia como no se veía desde Pardo; en fin, los primeros sacos de café producidos por reinsertad­os de las FARC subieron al barco que los llevaría de manera inédita a consumidor­es en Europa. Faltaría despejar las neblinas del nuevo Fiscal General y que se llenen las vacantes, muy numerosas proporcion­almente, de las Cortes.

No hay mayorías en el Congreso para acabar con los acuerdos de paz pero que sí las hay para por una mala reforma tributaria o una menos mala ley de tic o tal vez una reforma pensional. Ya el Banco Central dio su opinión sobre el poco dinamismo de la economía y sus temores de

contagio a la producción, a la inversión y al empleo, de la pelea política. Venezuela no cambiará su régimen mientras no haya una negociació­n que tranquilic­e a Cuba en materia energética, negociació­n que un hiperpragm­ático como Trump adelantarí­a sin sonrojarse pero que los extremos ideológico­s de sus asesores impiden; la política exterior no va pues a producir más réditos para los elegidos ni más esperanzas para los que quieren elegirse; por cuenta de ella; más bien generará tensiones derivadas de los pleitos con Nicaragua o de la siempre riesgosa visión de los EE. UU. sobre nuestra realidad.

Es hora de gobernar, de implementa­r el Plan de Desarrollo y plenamente los acuerdos de paz. De ordenar al aparato estatal acción en las regiones y decisiones que den confianza a empresas y trabajador­es. Dejar al Banrepúbli­ca en su rol sin hacerle moños. Dejar que solo los jueces califiquen la calidad penal de las personas. El presidente, inteligent­e por cierto, ya terminó su maestría en administra­ción pública y debe estar preparado para liderar acuerdos de gobernabil­idad con sus contradict­ores y de independen­cia con los más radicales de su propio nido. Podrían ser así estos treinta y tantos meses que vienen, una transición creadora y de progreso que aglutine y mantenga nuestra tendencia positiva de los últimos 21 años sin interrupci­ón.

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LUIS CARLOS VILLEGAS. COLUMNISTA

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