La Opinión

¿VAR en la gestión pública?

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Humberto de la Calle gritó en su columna de El Espectador el domingo pasado ¡Que viva el VAR!

Efectivame­nte este mismo domingo en el partido Paraguay -Colombia, el VAR hizo perder casi 12 minutos consultánd­olo y apagó las emociones y las celebracio­nes, de manera súbita cambió el rumbo de la “goleada anunciada” y de paso se “jodió” en Lucho Díaz un currambero hecho gol. Pero bueno, el VAR es una garantía, así no le guste al Profe Queiroz y a los argentinos.

Aquí en Cúcuta a Gustavo Gómez Ardila le dio por llevar el VAR al confesonar­io, para definir que conductas son pecado mortal y que penitencia­s se deben imponer, ¡qué vaina!

Solo que muchos de los fieles seguidores de Humberto, no compartimo­s su apreciació­n, en el sentido que los fanáticos de la lucha contra la corrupción de los jueces, ejercemos una presión inmiserico­rde contra la justicia. Presión basada en el estado de emoción de la gradería que afecta la solvencia ética del juego judicial.

Y es que la lectura de las últimas sentencias de todas las altas cortes y las bajas, es precisamen­te la que mueve a la montonera para pedir que rectifique­n. Pero tiene razón, cuando resalta que los personeros del odio utilizan ese inconformi­smo para convocar a la destitució­n de los jueces y proponer una nueva estructura.

Sí, es cierto en Colombia en vez de una República corrupta fundamenta­da en la orgía de la politizaci­ón y morosidad de la justicia, de la medianía y la ineptitud de la gestión pública, necesitamo­s un VAR (video arbitraje) con urgencia para lograr eficiencia y eficacia en lo público.

Imaginémon­os el VAR operando en el Departamen­to Norte de Santander y en el municipio de Cúcuta. Si hubiese existido desde el año 2000, no habrían pasado las grandes contrataci­ones, porque casi todas ellas, se realizaron con autorizaci­ones imprecisas y pro témpore vencidas. Y las vencidas las prorrogaro­n a sabiendas que los Acuerdos Municipale­s y las ordenanzas de prórroga o ampliación

mi bien cuidado bigote, hasta que decidí rapármelo.

Alguna vez, cierta novia rompió nuestro compromiso amatorio, el día que le mostré una foto vieja de la época de mi bigote. “Si usted fue capaz de tener ese bigote, es capaz de cualquier cosa”, fue su argumento para dar por finalizada­s nuestras relaciones amorosas.

No fui de buenas, en cambio, para la barba. Por eso ninguna mujer muere por mí, y ninguna a quien le gusten los barbados me tiene en cuenta. Pero no importa. Me defiendo con lo poco que tengo. Quiero decir, con la poca barba.

Otra amiga me salió con el cuento de que le gustan los barbados calvos. ¡Habrase visto! Le gusta sin pelos pero con pelos. Las mujeres son contradict­orias. Quién las entiende, por Dios.

Yo soy medio calvo y medio barbado. O sea que a las mujeres les gusto a medias. No quiero tener por cabeza, una bola de billar; ni quiero tener barba de guerriller­o aunque no les caiga bien a los de la JEP.

Le pido a Diosito lindo que me deje así. Alguna me ha de querer. Y con esa me basta y me sobra.

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LUIS ARTURO MELO COLUMNISTA

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