La Opinión

Del Viernes Negro

- Gusgomar@hotmail.com

Le aconsejé a una amiga, que anda por caminos oscuros (los parques de la ciudad son oscuros), que aprovechar­a las ventajas del Viernes Negro para que fuera a confesarse. Es que vi por redes sociales a un cura cucuteño ofreciendo rebajas en las penitencia­s, sólo el viernes por ser negro. La aconsejé, no por sapo, ni por metiche, ni porque me importe la vida de ella, sino porque quiero que mis amigos vayan por la vía que debe ser, para evitar que, cuando les llegue el día, los manden a la Paila Gocha, donde todo es llanto y crujir de dientes, según el decir de la Biblia.

Pues bien, mi amiga me hizo caso, me dijo que estaba preparando un listado con los mortales y los veniales, y se fue a la iglesia, lista a hacer las paces con el de arriba y aprovechan­do el descuento del día. No es lo mismo rezar quince padrenuest­ros, que sólo tres, o veinticuat­ro rosarios, que sólo cinco. Ganga es ganga y el rebajón también debe servir para el alma.

Ya anochecía, cuando me llamó consternad­a y al borde del llanto. Le pregunté si el cura no había querido hacerle ningún descuento penitencia­l, dada la gravedad de la lista.

-No, mi amigo, -me contestó la Magdalena-. Lo que pasa es que no pude entrar a la iglesia por el gentío que había allí, a la espera de conseguir la rebaja del día. Y la cola de penitentes salía del templo y le daba tres vueltas al parque vecino.

-¿Y por qué no esperó? ¿Tenía mucho afán? –le pregunté un poco molesto.

-Pues sí, usted sabe, yo también tengo mi clientela y les ofrecí rebajas para el viernes negro.

-¿O sea que usted pensaba ir, confesarse, aprovechar la rebaja, salir y seguir pecando?

-Mi amigo, como dicen por ahí, borrón y cuenta nueva.

No lo podía creer. Me fui entonces para el centro de la ciudad, a buscar algo rebajado, no sé, cualquier cosa, pero quería también aprovechar los descuentos comerciale­s. Convidé a mi mujer y nos fuimos jubilosos de ir de compras baratas. Nos metimos al tumulto de gentes de la calle once, nos pisaban los callos y pisábamos callos, nos empujaban y empujábamo­s, nos echaban madrazos y los devolvíamo­s: “La suya, que es de cabuya”, gritaba yo, como cuando estaba en la escuela en Las Mercedes.

Cuando pudimos entrar a un centro comercial, me dijo mi mujer ¿Qué va a comprar, mijo? No sé, mija, le

contesté. ¿Cuánta plata tiene? me volvió a preguntar. No tengo plata, le contesté. ¿Y usted? le pregunté. Ni siquiera me contestó. Hasta allí nos duró la alegría del Viernes Negro.

Regresamos sin hablarnos, sin tomarnos de la mano. Ella echando chispas. Y yo también. Pero otra inquietud me torturaba. ¿Por qué viernes negro? ¿De dónde el nombre? Si el negro es de luto, de tristeza y llanto, ¿por qué darle ese nombre a un día donde los clientes están alegres porque compran a mitad de precio, y los comerciant­es también, porque salen de todo el ponche que les quedó del año anterior?

Me puse a investigar (a veces me las doy de investigad­or) y encontré una razón: Resulta que en épocas del esclavismo, cuando los traficante­s de esclavos sacaban negros de África para venderlos en puertos europeos, las ventas en los barcos duraban de lunes a jueves. Como el viernes los comerciant­es de esclavos debían regresar, daban descuentos a quienes compraran los negros que les habían quedado de la semana. Era rebaja de negros.

Mucho después, en Estados Unidos, quisieron conmemorar esta rebaja en semejante comercio inhumano, y fomentaron las rebajas comerciale­s, un día de finales de año, con el nombre que hoy conocemos: Viernes Negro.

Ya bien documentad­o, llamé a mi mujer y le conté la historia. Nos miramos, nos abrazamos, se nos salieron las lágrimas y gritamos al unísono: “Siquiera que no le hicimos homenaje a la esclavitud. Siquiera que no compramos nada”.

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GUSTAVO GÓMEZ ARDILA COLUMNISTA

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