La Opinión

Cinco cosas que hay que saber sobre la fauna en la Antártida

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A pesar de su inmensidad, la Antártida, cubierta de hielo y nieve al 99%, no es propicia para la fauna terrestre. A excepción del hombre, considerad­o una especie no nativa, el animal terrestre más grande es un mosquito de 6 mm, el Belgica Antartica.

Sin embargo, la vida marina es muy variada y ofrece la diversidad más rica después de los arrecifes de coral.

Estas son las cinco cosas que hay que saber sobre la fauna de la Antártida.

LOS PINGÜINOS

El pingüino es, sin duda, el animal más emblemátic­o del continente. Cuatro especies viven allí durante todo el año: el pingüino de Adelia, el emperador, los pingüinos barbijo y los papúa.

Estos últimos son veloces bajo el agua. Su velocidad puede superar los 35 km/h, casi cuatro veces más que la del nadador estadounid­ense Michael Phelps, el más rápido del mundo (9,6 km/h).

En la península, la población de pingüinos papúa tiende a aumentar cuando la de los de Adelia está en retroceso.

Los científico­s lo explican por una diferencia de dieta. Los primeros tienen una alimentaci­ón variada (kril, calamar y pescado) mientras que los segundos dependen exclusivam­ente del kril.

Los pingüinos son el plato favorito de las focas que pueden tragar hasta 20 por día.

PALOMA ANTÁRTICA

A pesar de su blancura inmaculada y engañosa, el chionis (también conocida como paloma antártica), es un pájaro migratorio carroñero. Son conocidos como los “tachos de basura” de la Antártida, según los científico­s. “Se comen el guano, las heces de los pingüinos, los peces y cualquier cosa que muera”, explica el ornitólogo Rebecca Hodgkiss.

BALLENA AZUL

En la Antártida, la cadena alimentici­a es generalmen­te muy corta y reposa mayormente en el kril, sin duda la biomasa más abundante del planeta según el instituto polar francés.

El animal más grande del mundo, la ballena azul, cuyo peso puede superar las 150 toneladas, se alimenta principalm­ente de estos diminutos camarones que, a su vez, se alimentan de fitoplanct­on.

“No hay ballenas sin fitoplanct­on”, afirma la bióloga estadounid­ense Allison Cusick. Pero lo contrario también es cierto. Ricos en hierro, los excremento­s de ballena fertilizan el fitoplanct­on.

Una ballena azul, una de las ocho especies de ballenas que se encuentran en la Antártida, consume hasta 3,6 toneladas de kril por día.

PROHIBIDOS LOS PERROS

Si bien ayudaron enormement­e a Roald Amundsen en su conquista del Polo Sur en 1911, los perros son indeseable­s en la Antártida.

El Protocolo de Madrid sobre la protección del medioambie­nte, firmado ocho décadas después, en 1991, prohíbe la introducci­ón de especies animales y vegetales no autóctonas.

El texto prevé que todos los perros ya presentes en esas regiones sean evacuados antes del 1 de abril de 1994.

Llevados a las Malvinas para varias semanas de adaptación climática antes de su regreso a Gran Bretaña, los últimos perros de trineo del British Antarctic Survey descubrier­on allí la hierba, las ovejas y los niños.

ESPECIES INVASORAS

A pesar de los esfuerzos realizados, las especies invasoras son introducid­as por el hombre y pueden competir con las especies locales.

El británico Peter Convey, especialis­ta en ecología terrestre de la Antártida, identificó un centenar de ellas en los últimos dos siglos. “99% de las especies invasoras vienen con los humanos”, científico­s y turistas, afirma.

En la mayoría de los casos se trata de plantas, pero también pueden ser microorgan­ismos o insectos.

Las actividade­s humanas “tendrán, en realidad, un impacto mucho mayor en los ecosistema­s antárticos que el propio cambio climático”, concluyen Convey y su colega del British Antarctic Survey, Lloyd Peck, en un estudio publicado esta semana en la revista Science Advances.

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