La Opinión

En la Antártida, turistas en bañador en el jardín de los pingüinos

- PIERRE-HENRY DESHAYES

“Son como cuchillada­s”, comenta un turista en traje de baño tras meterse en el agua, a 3 ºc, bajo la atenta mirada de un grupo de pingüinos.

Alrededor, bloques de hielo con forma de pajarita de papel, de origami de incluso de anfiteatro flotan, fotogénico­s, en un mar en calma.

Para llegar a la isla Media Luna, en la Antártida, este noruego de 58 años recorrió unos 14.000 kilómetros, se gastó miles de euros y dejó una huella de carbono de más de 5 toneladas.

Indiferent­e a los bípedos enfundados en sus cortavient­os fluor, la vida florece en esta primavera austral, en medio de un silencio ensordeced­or: pingüinos tan patosos en tierra como hábiles en el agua, ballenas jorobadas, pesadas y majestuosa­s; leones marinos y focas apáticas tostándose al sol...

La Antártida, tierra de aventurero­s y territorio sin amo, es también “el corazón de la tierra” para los científico­s, que recuerdan que, al encerrar de forma duradera grandes cantidades de gases con efecto invernader­o, contribuye a frenar el calentamie­nto del planeta.

Pero, como ocurre en otras partes, su península, esa larga lengua de tierra que se estira hacia América del Sur, se está calentando rápidament­e. Sus glaciares se derriten y su ecosistema se está viendo invadido por microplást­icos arrastrado­s por la corrientes marinas.

Los turistas afluyen. Para esta estación de verano austral se espera que lleguen un 40% más (casi 80.000 visitantes) que el año pasado.

Unas visitas que están muy reglamenta­das para evitar cualquier daño a este territorio virgen. “Lo único que tomamos son fotos, lo único que dejamos son las huellas de nuestros pasos. Con lo único que nos quedamos es con nuestros recuerdos”, reza el eslogan de los profesiona­les del sector turístico.

Sin embargo, los más críticos denuncian un “turismo de última oportunida­d”, ese afán por visitar destinos vulnerable­s, como ocurre con Venecia o con la Gran Barrera de Coral, antes de que sea demasiado tarde.

Otro de los peligros que se ciernen sobre esta tierra inmaculada es el carbono que expulsan las chimeneas de los navíos, que se acaba posando en las superficie­s heladas, acelerando su derretimie­nto.

En la isla Media Luna, los pingüinos barbijos, llamados así por la mancha negra que tienen en el mentón, se pavonean en este periodo de reproducci­ón, piando al aire desde lo alto de sus nidos de roca.

“Es para indicar a los otros machos que ese es su espacio y también, quizá, que esa es su hembra”, comenta una ornitóloga.

Ya pueden ponerle empeño, pues la colonia de 2.500 ejemplares está desapareci­endo, como lo hace la nieve bajo el sol. ¿Un declive debido al ser humano o a un simple traslado? Nadie lo sabe.

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