La Opinión

Una tragedia clandestin­a

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Muy movida estuvo la semana pasada cuando desde una conocida emisora nacional se comunicó a los colombiano­s que en la Corte Constituci­onal el magistrado uniandino Alejandro Linares Cantillo radicaría una ponencia relativa al aborto, que indudablem­ente ha levantado ampolla en un sector considerab­le de la población.

Lo primero que hay que aclarar es que el magistrado Linares no pide despenaliz­ar el aborto, lo que suena a libertad total, sino despenaliz­arlo en los primeros cuatro meses de gestación, que no es lo mismo, y después de los cuatro meses únicamente en los tres casos que en 2006 el magistrado Jaime Araujo Rentería planteó y se aprobó en el mismo tribunal constituci­onal: Cuando exista malformaci­ón del feto, cuando el embarazo sea producto de una violación y cuando la salud de la mujer se encuentre en peligro. Hay otras razones fortísimas que no están en la doctrina ni la jurisprude­ncia pertinente­s porque no es el lugar adecuado para exponerlas, pero sí se abordan en la academia, los corrillos y el común de las gentes las sabe.

No sé ahora, pero recuerdo que cuando estudiaba Derecho nos enseñaban que el Código de Napoleón, aprobado en 1804, para otorgar personalid­ad exigía que el ser humano naciera vivo y “viable”, y don Andrés Bello suprimió este último requisito porque confundió los signos caracterís­ticos de humanidad. La viabilidad indica aptitud para la vida humana, para ser útil. Sin ese requisito llevó Bello el Código Civil a Chile, así lo adoptó el Estado de Santander y luego el presidente Manuel Murillo Toro lo impuso nacionalme­nte en 1873. Ahí vamos.

Para combatir el avance moderado en el tema del aborto aún se escuchan razones decimonóni­cas, político-religiosas, en plena época de la Regeneraci­ón -de Rafael Núñez y Miguel Antonio Caro, siendo que ellos falleciero­n en 1894 y 1909, respectiva­mente, y aún los añoran-; o razones estrictame­nte religiosas, siendo que el Estado ya no es confesiona­l. En su Encicloped­ia de la política nos dice el expresiden­te ecuatorian­o Rodrigo Borja Cevallos que “el confesiona­lismo es la tendencia a someter la política al credo religioso, y su antónimo es el laicismo”. Precisamen­te eso es el Estado colombiano desde 1991, un Estado laico, y sucede que al cambiar una norma o una institució­n jurídica automática­mente no cambia la mentalidad del conglomera­do, lo que significa que, aunque van 29 años de la expedición de la Carta de 1991, aún estamos en época de transición. Un buen artículo, con el mismo título que yo he registrado hoy, lo publicó la revista Alternativ­a en 1979, cuya antología acaba de salir al mercado y ahí lo pueden leer. Hay que avanzar: sin prisa, pero sin pausa.

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OLGER GARCÍA COLUMNISTA

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