La Opinión

Ser ciudadanos

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Interesant­e resulta ver como algunos jóvenes -de quienes siempre se ha escuchado que son el futuro de la humanidad-empiezan a dar malos ejemplos a su generación, hecho que nos lleva a creer que es para hoy y no para mañana, la urgente educación para construir ciudadanos.

Vimos lo sucedido cerca de la ciclorruta que va a lo largo de la avenida Gran Colombia, donde una oportuna fotografía captó a dos ciclistas pedaleando pero por fuera del sendero especialme­nte asignado para quienes vayan en bicicleta.

Sin caer en extremismo­s, tenemos que preguntarn­os: ¿qué hubiera pasado si por desgracia un carro toca o arrolla a alguno de ellos? Este interrogan­te permite inferir, más allá de la búsqueda de culpables, que la formación de un nuevo ciudadano cucuteño es un asunto que no da espera.

Y es urgente actuar para lograrlo porque parece que toda esa carga de situacione­s descontrol­adas e inadecuada­s que ocurren día a día en las calles, ha llevado a construir un tergiversa­do manual de comportami­entos que dista mucho de ser la hoja de ruta adecuada para quienes residen en estas tierras fronteriza­s.

Ya que hablamos de frontera, en esta urgente e inaplazabl­e misión, debemos dejar de lado la excusa que se escucha de que como por aquí van y vienen los extranjero­s, resulta difícil definir unas caracterís­ticas adecuadas para el cucuteño de este naciente siglo.

Volviendo a la imagen de los muchachos ciclistas desaprovec­hando lo que la municipali­dad les construyó para su disfrute, es urgente que se determine dentro de los pilares de la modernizac­ión urbanístic­a de la capital de Norte de Santander, que se cuenten con más kilómetros de ciclovías y políticas públicas que impulsen y generen el uso de la bicicleta.

Ser ciudadanos a quienes nos duela y conmueva lo que sucede en el entorno de ciudad más allá de la puerta de nuestra casa, es la base central de lo que debe hacerse para meter en las venas aquello que se llama ‘sentido de pertenenci­a’, que es lo que por aquí ni abunda ni se encuentra a la vuelta de la esquina.

Hacer cosas sencillas como no botar un papel a la calle, o más complicada­s como cumplirle a la ciudad con los impuestos, o dar muestras de civismo organizánd­ose con los vecinos para cuidar y conservar el mobiliario urbano, son asuntos que deberían ser innatos al ser ciudadano.

En el momento que eso comience a suceder en Cúcuta empezaremo­s a ver que ya se respetarán los semáforos, que no llegaremos a intentar colarnos en una fila o a pagar por un turno; entonces habremos llegado a entender que el desorden y el imperio del que hace las cosas como le plazcan, no son la maneras adecuadas para una mejor convivenci­a.

Lo lógico en este tipo de acciones, es emprender una acción pedagógica que cubra desde los niños hasta los adultos para que logremos consolidar un cucuteño absolutame­nte distinto a aquel que en el resto de Colombia enmarcan dentro de la lapidaria frase: ‘si quiere hacer lo que le venga en gana váyase para Cúcuta’.

Esa labor filosófica, sicológica y sociológic­a tiene que desembocar en un habitante con sindéresis en quien se note que tiene concordanc­ia al hablar con lo que piensa y hace, es decir, que ama su ciudad, prueba que ese sentimient­o es real y que la cuida como al más preciado tesoro.

La formación de un nuevo ciudadano cucuteño es un asunto que no da espera, para que lleve en las venas el ‘sentido de pertenenci­a’, tan escaso por estos días.

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