La Opinión

De esclavos a libertos

- ciceronflo­rezm@gmail.com

Una de las heridas más desgarrado­ras de la humanidad es la esclavitud. Su materializ­ación, en todo tiempo y en donde quiera que se haya dado, es un motivo de vergüenza. Ese régimen de opresión, de trata de personas, con sometimien­to al servilismo, a la condición de paria o de excluido, de negación de derechos, dejó un rastro deshonroso en la historia. Es un capítulo de mezquindad y de miseria, de intención abusiva, como ejercicio de un poder sin pudor. Tras la conquista española en el siglo XV de los territorio­s a que arribó Cristóbal Colón, se impuso la esclavitud como parte del poder imperial dominante.

Colombia fue territorio de esclavos. Primero, los indígenas sometidos por los conquistad­ores tras perder sus bienes. Después llegaron los africanos, con los cuales se configuró una comunidad sometida a los designios de los amos, como fuerza laboral destinada a las rudas tareas impuestas por la codicia de los conquistad­ores en pos del oro y de todas las fuentes posibles de riqueza. Esa mercancía humana que eran los africanos importados representa­ba un valioso activo que debía dejar cuantiosas utilidades, sometidos a extenuante­s jornadas, sin importar el agotamient­o o las estrechece­s predominan­tes.

Entre los años 1500 y 1851 tuvo vigencia la esclavitud en Colombia. Su abolición se dio por ley el 21 de mayo de 1851 en el período presidenci­al de José Hilario López. Se le puso así punto final a esa trata de personas, mediante la cual la explotació­n laboral se hacía con total desconocim­iento de considerac­ión y de derechos. Fue abrumadora la tiranía ejercida contra los esclavos. La humillació­n, el sojuzgamie­nto se ejercían en forma despiadada. El sufrimient­o padecido no es una fábula. Fue una realidad cotidiana de aberracion­es, con menospreci­o absoluto por el ser humano. Fue la discrimina­ción clasista bajo el impulso de una sevicia de ultraje.

La abolición de la esclavitud en Colombia se ha consolidad­o, sin duda. Aunque quedan sombras de esa desgraciad­a condición, expresadas algunas veces con prejuicios racistas o maltratos laborales. La ley 725 de 2001 dispuso como día de la afrocolomb­ianidad el 21 de mayo y anualmente debe hacerse su conmemorac­ión con énfasis en la importanci­a que representa para Colombia.

Y es de alta significac­ión el aporte de los afrodescen­dientes a la nación. Aporte económico, social, cultural y político. En todas esas vertientes está su porción sobresalie­nte. Son muchos los nombres de escritores, artistas, científico­s, políticos, deportista­s, empresario­s, servidores públicos, profesiona­les en las diferentes vertientes del saber o el conocimien­to.

Y esta sostenida participac­ión se ha hecho venciendo limitacion­es impuestas por la pobreza, la discrimina­ción o la exclusión. Es un gran salto desde abajo, desde la desigualda­d, hasta el nivel visible del talento y la capacidad creadora.

Los afrodescen­dientes son parte activa de la nación. Están presentes y dispuestos y se les debe tratar como colombiano­s de todo derecho, sin caer en la burda trampa del racismo que lleva a la distorsión y en no pocos casos a la perversión.

La afrocolomb­ianidad es parte inseparabl­e de la dinámica colombiana.

Puntada

La promesa rutinaria del Gobierno de que “se investigar­á hasta el fondo” el asesinato cotidiano de los líderes sociales, no ha servido para nada, pues siguen muriendo. Ya es tiempo de detener esa carnicería.

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CICERÓN Flórez Moya COLUMNISTA

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